domingo, 9 de septiembre de 2012

Insomnio Cap. 7

Cap. VII Polilla a la llama

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

John Watson no puede dormir. Sabe que en la habitación de abajo Sherlock Holmes está tendiéndose en su cama, con los ojos cerrados, pero despierto.

No puede dormir porque sabe que Sherlock va a usar esos elegantes pantalones de pijama de seda verde y su albornoz de seda gris. John sabe que la seda cubrirá los delicados huesos de Sherlock como un velo.

Esta noche John no puede dormir, no por los terrores de sus sueños. Esta noche John no puede dormir por el terror de encontrarse despierto y solo en su habitación del ático. Los tres metros más o menos que lo separan de Sherlock bien podría ser la distancia desde el comienzo hasta el final de los tiempos. Porque es una distancia de John nunca puede atravesar.

John no puede dormir porque sabe que Sherlock es la ardiente y brillante llama y él es la opaca polilla marrón revoloteando a su alrededor. Eventualmente será quemado en el brillo de la llama. Pero todo valdrá la pena, aunque sólo sea por el breve tiempo en el que puede extender la mano y tocar.

No puede dormir porque sabe que lo que está pensando no es, por sus propias normas, seriamente bueno.

Cada noche, cuando John Watson no puede dormir trata de recordar cómo era su vida antes de conocer a Sherlock. Y cada vez recuerda el negro mundo de la desesperación, sin llama para guiarlo, ninguna posibilidad de ser quemado por la luz, porque sólo había oscuridad. Cada vez lo recuerda, y poco a poco se queda dormido.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Cómo unir a una pareja en dos pasos

- Ellos se quieren - dijo John bajando el periódico.
- ¿Qué? - contestó Sherlock volviendo de sus pensamientos.
- Mycroft y Lestrade.
- ¿Otra vez con eso, John? Desde que estamos juntos no dejas de ver parejas en todas partes - bufó.
- Vamos, seguro que hasta tú puedes verlo... Bueno, puede que no - se corrigió ante la mirada de incredulidad de su compañero. - Tengo un plan. Nos dividiremos el trabajo. Yo se lo diré a Lestrade y tú a Mycroft. ¿Bien, no? Pues voy a vestirme.
John prácticamente huyó antes de que Sherlock pudiera oponerse.
El rubio salió de casa sin ver a su novio. Supuso, o más bien esperó, que estuviese llevando a cabo su cometido. Y se dirigió al suyo.
Llegó a Scotland Yard, pero Lestrade no se encontraba allí. No le gustaba la idea de decir este tipo de cosas por móvil, pero tampoco la de esperarle hasta que volviera y, por supuesto, dejarle un recado a su secretaria estaba descartado. Así que le mandó un mensaje.
Mycroft necesita de tus servicios. Contacta con él cuando te sea posible - JW
Al darle a enviar pensó en el posible doble sentido del mensaje, pero ya no podía borrarlo, así que levantó los hombros ante ese pensamiento y se fue a casa. ¿Cómo le estará yendo a Sherlock?, pensó.
Sherlock se encontraba a las puertas de la mansión de Mycroft. La seguridad estaba de cambio de turno, así que aprovechó para entrar por la puerta de servicio. No se veía a nadie. Mejor, pensó Sherlock.
Ya estaba en la casa, pero no tenía nada pensado. ¿Qué haría para llevar a cabo el propósito de John? Y su mente se iluminó.
- Un contenedor de basura, eso es - musitó.
Llamaron a la habitación de Mycroft, y al abrir la puerta, éste se encontró un regalo de un metro por metro y medio, con un lazo enorme y un gran PARA MYCROFT escrito con rotulador. Lo abrió allí mismo, la intriga era demasiado grande para esperar. Y su sorpresa resultó ser mayor que su intriga...
- ¿Un contenedor de basura? - soltó enarcando una ceja.
Y al comenzar a abrir la tapa, Sherlock salió como un resorte, con un cartón en las manos que decía:
LE GUSTAS A LESTRADE, y un número de teléfono justo debajo. Mycroft cogió el cartón al vuelo, cuando su hermano lo tiró al aire antes de deslizarse grácilmente por la barandilla de la escalera.
Se quedó mirando el cartón, acostumbrado ya a las excentricidades de su hermano, y marcó en el móvil con una sonrisa... ¿Lestrade? Soy Mycroft. ¿Estás libre...?
Cuando Sherlock llegó a casa, John se encontraba tumbado en el sofá, medio dormido. Se tumbó a su lado, haciendo un hueco con su cuerpo para que el ex-militar pudiera reacomodarse.
- ¿Habrá funcionado? - preguntó John contra su pecho.
- Seguro - respondió Sherlock sumergiendo su cara en el dorado pelo.

Cosmopolitan


Era sábado. No había casos. Nada en la televisión. El mundo parecía más aburrido que de costumbre...
Sherlock empezó a tocar su violín, pero la melodía que emitía era tan estridente que era más que evidente su desesperación.

- ¡No puedo más! - gritó John levantándose del sillón con brusquedad.
Sherlock paró en seco, con cara de no entender su reacción.
- ¿No te gusta tanto la música? Pues nos vamos al karaoke - dijo más exasperado que de costumbre, dirigiéndose hacia su habitación, no dando lugar a ninguna respuesta.
- ¡Vamos, vístete! - volvió a gritar sacando la cabeza por el umbral de la puerta.
Sherlock resopló sonoramente.- John y sus fantásticos planes - dijo en voz baja. Y fue a su habitación a cambiarse de ropa.
- Cutre - no tardó en decir Sherlock, nada más ver la puerta del karaoke.
- Espérate a entrar por lo menos - suspiró John.
- Cutre - dijo de nuevo al ver el interior.
John respiró profundamente y se dirigió hasta una mesa libre que había divisado. Sherlock le seguía, observándolo todo.
- Dos Cosmopolitan y el libro de canciones, por favor - pidió el mayor al primer camarero que localizó.
- Está bueno - dijo John ante la cara interrogativa de su compañero.
Sherlock miró para otro lado, disimulando una sonrisa.
- ¿Qué quieres cantar? - le preguntó el rubio, enseñándole el libro de canciones.
Sherlock se volvió, y mirando fijamente los ojos de John, señaló una al azar.
- Ésta - dijo simplemente.
Los cócteles llevaban un rato en la mesa, pero Sherlock no bebería hasta que lo hiciera John.
- Salud - dijo el rubio alzando la copa. Sherlock la chocó con la suya, con una falsa sonrisa. Se veía a la legua que no estaba cómodo, al contrario que John, que parecía estar en su salsa viendo cantar a unas chicas de al lado.
- ¿Y desde cuándo te gustan estos sitios? - preguntó Sherlock, molestó al sentir que John no estaba pendiente de él.
El mayor volvió a mirar a su compañero. Estaba...  ¿celoso? No, no podía ser.
- Desde que vine con una ex - dijo mirando la pantalla. Pudo ver la mueca de enfado de Sherlock por el rabillo del ojo, y bebió de su cóctel, aún en su mano, con satisfacción.
Sherlock le imito. El sabor no parecía desagradarle.
No tardaron demasiado en acabárselos, esperando su turno para cantar.
- Otros dos por aquí - pidió John al mismo camarero, mientras le explicaba al moreno la mecánica del sitio.
Y cuatro pasaron a ser ocho, y ocho dieciséis.
No quedaba un ápice de sobriedad en sus cuerpos cuando les tocó cantar. Y además, una canción de enamorados. El destino parecía también haber bebido demasiado.
La canción fue un completo desastre. Normal, teniendo en cuenta que ninguno de los dos sabía cantar.
Cuando ésta acabó, John corrió al baño. Tenía demasiado líquido en su interior. Sherlock le siguió. Pero John se equivocó, y Sherlock con él, yendo a parar al baño de señoras.
Al entrar, John resbaló con un pintalabios olvidado en el suelo, cayendo al suelo. Y Sherlock, como un dominó, cayó sobre él, acabando desparramados por el suelo.
Después de reírse durante un rato, se quedaron en silencio, mirándose.
Sin saber porqué, John cogió el causante de su caída, justo a su lado, y pintó los labios del moreno de un rojo intenso.
Sherlock no opuso ninguna resistencia. Ni tampoco cuando John lo cogió de los brazos para ayudar a levantarle, y se quedaron frente al espejo.
Ni tampoco cuando abrió su camisa sin prisa para, una vez su torso estuviera libre, escribir sus sentimientos en él con el pintalabios tan certeramente puesto en su camino.

Te quiero, podía leerse en el reflejo del espejo.
Te quiero, pudo leerse en el dulce sonido de sus labios al tocarse.
En todo el tiempo que llevaban allí no había entrado ni una sola persona...

Un hijo para John

John se despertó en mitad de la noche, pero no por una de sus pesadillas. Simplemente se le acabó el sueño.
Sherlock no estaba a su lado. No era para preocuparse, pero decidió buscarle. Y lo encontró en el baño, mirándose muy de cerca en el espejo.
- Sherlock, vuelve a la cama - le dijo envolviéndole la cintura. Ahora ambos se miraban en el espejo.
- Me hago viejo, John - dijo Sherlock en un melancólico hilo de voz.- Y no puedo darte el hijo que tanto quieres.
Los ojos de Sherlock se rindiendo a las lágrimas, que buscaron consuelo en el hombro de John. Su corazón se desgarró. Ver a su amigo, su novio, su vida, destrozado de aquella manera, le partía el alma.
- Vamos a la cama, Sherlock - dijo de nuevo, sonando casi como una súplica.
Sherlock no tenía fuerzas para nada, y menos para contradecir a John. Y volvieron juntos a su dormitorio.
Ya en la cama, John abrazó a Sherlock contra él con todas sus fuerzas, tratando de absorber su pena, aunque él tuviera la suya propia.
- Encontrarás una solución, Sherlock. Siempre lo haces - dijo dándole un beso en sus densos rizos.
Pasaron los minutos y se fueron quedando dormidos. Tal era su sueño que en el reloj sonaron las doce del mediodía cuando John abrió los ojos, un poco sobresaltado.
- Sherlock. Sherlock, despierta - dijo casi entre susurros acariciándole la mejilla con suavidad.
- ¿Se está quemando la casa? - farfulló aún muy dormido.
- ¿Y si tienes un hijo con mi hermana? - preguntó John con un tono de voz esperanzado.
- No voy a acostarme con tu hermana, John. Yo soy gay, ella lesbiana, yo te quiero a ti, y no me da la gana - respondió Sherlock con los ojos aún cerrados.
- Sherlock, despierta, que no me estás entendiendo - pidió John volviendo a acariciarle la mejilla.- No tienes que acostarte con ella, sólo darle tu semen. El niño se parecerá a los dos, porque es mi hermana. Aunque eso es una tontería, da igual a quién se parezca, lo vamos a querer igual. Además, Harry hace mucho que no bebe, así que todo está bien. Bueno, falta preguntárselo, pero seguro que dice que sí. O bueno, tú puedes convencerla. Seguro que puedes... ¿Qué contestas?
- Una idea grandiosa. No me equivoqué cuando dije que eras el mejor conductor de luz - contestó Sherlock abriendo mucho los ojos. Puedes empezar con todas las gestiones. Sólo una cosa.
La cara jubilosa de John se tornó dubitativa.
- ¡Déjame dormir! - dijo Sherlock cerrando los ojos de nuevo y girándose, dándole la espalda a John. Pero John no se enfadó. Le dio un beso en el hombro y se durmió en un abrazo. Sabía que Sherlock estaba encantado con el plan. Sólo necesitaba dormir.
- Te quiero John - dijo Sherlock en sueños.
- No tanto como yo - dijo John aún un poco despierto.

Sueño de una noche

Sherlock


Te despiertas. En realidad no has dormido. No tienes sueño. Estás acostumbrado. Vas al salón, pero no hay nadie. Es tarde. ¿Qué hora será? No tienes reloj, pero no importa. Vas a su habitación. La puerta está abierta. Puedes verle hecho un ovillo. Parece tener frío. Te acercas y tocas su frente. Está ardiendo. No sabes bien qué hacer, tú no eres el médico. Abres el armario lentamente, para que no se despierte. Te falla la muñeca y una manta cae sobre tu cabeza. Giras para comprobar. Sigue dormido. Suspiras y recoges la manta que se ha caído. La estiras sobre él y te metes debajo, tumbándote a su lado. Le abrazas, compartes tu calor en ese abrazo.

Son las seis y está amaneciendo. Pronto abrirá los ojos y no quieres que te vea ahí, a su lado, en ese abrazo. Ha dejado de temblar, se pasó toda la noche temblando. Tocas de nuevo su frente. No hay rastro de fiebre. Te escurres entre sus brazos, que ahora te abrazan. Le cubres con la manta y vuelves a tu cama. A tu solitaria cama.

El cuerpo es un lacayo que al cerebro obedece. Tu cuerpo te obedece, siempre lo ha hecho.
Entonces, ¿por qué ahora se rebela? Piensas ya en sueños. No sabes cuánto durará esto, esta situación que amas y odias al mismo tiempo. No puedes saber hasta cuándo aguantará tu cuerpo, pero sí que por John arriesgarías todo y más en el intento.


John

Notas el calor del sol en tu espalda. Te notas pesado, te giras y ves la manta. Miras directo a la puerta. No puede ser, susurras, pero vas hacia ella. Sigues caminando, llegas a su habitación. La puerta está cerrada, pero la abres igualmente, con sigilo, con precaución. Lo encuentras estirado, muy estirado, tanto que puedes ver su costado, lastimado. Te arrodillas a su lado, determinas que no es grave, pero sigues preocupado.

Un movimiento, su brazo, te atrapa con descaro. No puedes moverte, sus ojos han empezado a verte. Puedes verte en ellos, cada vez menos lejos. Aceptas una invitación no formulada, al menos con palabras. Se acurruca en tu pecho, suave y lento. Acaricias su ondulado y hermoso cabello.

No sabes cómo empezó esto, cómo cada día los mismos movimientos. Le ves dormir. No importa. Nada importa. Puede que mañana todo cambie, que no se estremezca en tu cuerpo. Que se aleje como extraño al sentimiento, y te aferras a este momento. No le dejarás partir, no le dejarás hacerlo.

Insomnio Cap. 6

Cap. VI Todo bien

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

John está en su tercera pesadilla en dos horas. Sherlock se sienta, abrazando su pijama por las rodillas en el tramo de escaleras que conducen a la habitación de John. Se sienta en silencio, escuchando, casi sin respirar, oyendo cada giro que John hace en la cama, cada pequeño grito, cada inhalación brusca. De alguna manera, él sabe que éste es el peor sueño que John ha tenido desde hace mucho.

Durante el día, cuando está corriendo al lado de Sherlock, las pesadillas, los monstruos infantiles, las inseguridades adultas, sólo no son lo suficientemente rápidas. Pero por la noche, cuando está solo en la quietud del sueño, lo alcanzan.

Finalmente Sherlock escucha a John gritar. Un sollozo, voz tosca que no suena como John en absoluto. Una vez que le hizo una pregunta, este grito de por la Noche fue su respuesta.

"Oh Dios, por favor déjame vivir". Y Sherlock sabe lo que John está soñando. Y sabe que sólo tiene que abrir la puerta y detenerlo.

John está acurrucado como una bola, con los brazos protectoramente sobre su cabeza. Su camiseta se pegó a su cuerpo por el sudor, el cabello pegado a su cuero cabelludo como si acabara de salir de la ducha. Como Sherlock pone sus brazos alrededor de él puede oír, sentir, el corazón de John latiendo contra sus costillas, mientras sube y baja entre sollozantes bocanadas de aire.

"¿John? John, está bien. Fue sólo un mal sueño." John se desenrolla y mira a Sherlock, sus ojos todavía no focalizan completamente, todavía tratando de encontrar la realidad en las ruinas de su pesadilla. Lentamente traga y asiente y entonces baja la mirada, sus ojos de repente se llenan de vergüenza.

"¿Por qué no vas y tomas una ducha?"

John termina su ducha, lavando el olor de sus sueños lejanos y sustituyéndolo por el supuesto olor a selva. Al salir del cuarto de baño su dedo del pie topa con algo suave en el suelo. Limpia los pantalones del pijama, los únicos con las caras sonrientes.

Sherlock está tendido en el sofá, inmóvil y pálido como un mármol Elgin.

"Erm... ¿gracias?" John aún está avergonzado, sin saber qué lata de gusanos deductivos está abriendo el cerebro Holmes acerca de él.

"Todo bien John, todo, está todo bien." Sherlock sonríe y cierra los ojos. "Duerme un poco."

Insomnio Cap. 5

Cap. V La manta

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

Cuando Sherlock se sentó en Angelo’s esa primera noche y le dijo a John que él no estaba interesado en Las Mujeres, en Los Hombres, en Variaciones de los Mismos, en Cualquier Cosa, en John, había sido la absoluta verdad. Realmente no lo estaba. Eso no quería decir que todavía fuera el caso. Pero Sherlock no tenía absolutamente ni idea de cómo hacer para decirle a John que había cambiado de opinión. Bueno, no cambiado. Desarrollado.

Esta vez estaba tumbado en el sofá. 04 a.m. Su cerebro produciendo ecuaciones, esperando, deseando el momento en que su cabeza se apague y poder dejar de pensar. Ese dulce momento cuando el equipo Holmes finalmente se apaga y puede dormir un poco.

Sherlock nunca soñaba. Tal vez si lo hubiera hecho, habría considerado el sueño como algo más que un molesto subproducto de la necesidad de su cuerpo para funcionar. Incluso podría haber soñado con John Watson. Pero en este momento no había más incentivos que el cansancio para dormir.

John tuvo otra pesadilla. Tan mala que esta vez al despertar no podía determinar dónde comenzaba la realidad y terminaba el sueño. No pudo determinar exactamente si realmente estaba tirado en un charco de rápido crecimiento de su propia sangre y vísceras, o si estaba acostado en las sábanas empapadas con su propio sudor y orina. No era la primera vez que pensaba en cómo despertaría si le pasara con Sarah. ¿Lo entendería? ¿Estaría de acuerdo con la revelación de que el tranquilo, duro, controlado John Watson era en realidad un pequeño niño asustado que sólo quería que alguien le dijera que todo iba a estar mejor e inspeccionar debajo de su cama por los monstruos? Probablemente no.

Sherlock se hizo el dormido. Sabía por la forma en que John caminaba de puntillas por la escalera y en la ducha lo que había sucedido. El modo en que John se había deslizado a través de la sala de estar a la cocina y puso algo en la lavadora. Pero ésta era una de esas ocasiones, al igual que el momento en que se dio cuenta que John había matado al taxista atravesándole el corazón, en las que Sherlock decide mantener sus pensamientos para sí mismo.

Oyó que John iba de puntillas por las escaleras cuando hubo una pausa. Al cabo de un momento, Sherlock se sintió suavemente cubierto con una manta. Y los pasos se alejaron, ligeramente desiguales – la pierna de John siempre le molestaba cuando soñaba.

Y Sherlock volvió a quedarse solo a excepción de una manta que olía ligeramente a la loción de después del afeitado de John Watson. Esperando dormir.

Insomnio Cap. 4

Cap. IV Terrores nocturnos

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

A veces los terrores nocturnos de John Watson sacan lo mejor de él. Cuando era niño tenían formas infantiles, fantasmas, monstruos de tres ojos, vampiros, ranas gigantes. Producto de la imaginación infantil y la televisión. Pero a medida que fue creciendo y la inocencia de la infancia dio paso a los verdaderos horrores del mundo de los adultos, los terrores nocturnos empeoraron. Cadáveres desmembrados, gritos, sangre, rechazo a abandonar 20 años de medicina y vida militar. Los miedos privados a morir, al dolor, a la soledad, que son enterrados profundamente en el corazón más secreto de su mente.

Cuando salen a jugar por la noche, como ha sido el caso en la mayor parte de su vida, John tiene que enfrentarlos solo. Su madre, su simpática compañera de cuarto de la escuela de medicina, incluso su hermana, ya no están allí con palabras tranquilizadoras y suaves toques en el rostro. El precio de crecer es estar solo frente a tus pesadillas.

Oye los pasos en la escalera fuera de su habitación, justo en ese momento antes de lograr despertar. Ese momento en el que se da cuenta que está agitando las sábanas empapadas en su propio sudor y, a veces, para su vergüenza eterna, en su propia orina. Cuando se da cuenta del horror vuelve de nuevo a su cabeza. Se da cuenta de que ha estado gritando el nombre de un chico muerto que no pudo salvar durante diez minutos. Gritando en la oscuridad. Gritando a la nada.

Él sabe que Sherlock está detrás de la puerta. Él sabe que Sherlock nunca abrirá esa puerta, para caminar los pocos pasos hasta la cama de John y aferrarse a él. Decirle que los sueños no pueden hacerle daño. Alisar el cabello sudoroso de su cara y secar sus lágrimas. Sabe que con Sherlock no funciona así. Pero sabe que Sherlock está ahí. Él se quedará agazapado en el rellano hasta que escuche la respiración de John superficial y calmada. Hasta que él sepa que John está dormido y seguro una vez más. Y de alguna manera eso ayuda. No está solo.

Así que John puede dormir.


Insomnio Cap. 3

Cap. III La mañana

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

Sherlock había conseguido dos horas de sueño antes de despertarse, debido al entumecimiento de su brazo. Por un breve instante, mientras que la parte del cerebro de Sherlock que podría considerarse normal aún estaba a cargo, pensó que podría haber tenido un accidente cerebrovascular. Entonces la parte analítica de su cerebro pateó de nuevo y se dio cuenta de que había perdido toda la sensibilidad en el brazo porque John Watson había estado durmiendo en él. John era más pesado de lo que parecía.
Con mucho cuidado sacó su brazo muerto de detrás de la espalda de John, flexionando los dedos que parecían estar hechos de plastilina, con la esperanza de conseguir de nuevo la circulación en algún momento del futuro cercano. John continuó durmiendo, una pacífica expresión suavizada en su cara. Con aún más cuidado se puso de pie, dejando a John moverse hacia atrás hasta estar apoyado en el brazo del sofá. Sherlock se alejó silenciosamente, como John se hundió contra las almohadas, probablemente preguntándose dónde se había ido el calor.
Eran casi las seis de la mañana. Las estrellas habían sido reemplazadas por las gloriosas llamas en ebullición de color rosa y naranja que anunciaban el amanecer. Los edificios de la ciudad brillaban y las calles comenzaban a llenarse de coches, la gente, las multitudes de la temprana mañana. Sherlock no podía recordar cuántas veces había visto esto. Todas y cada una de las veces mirando desde su ventana y viéndolo todo. Ser capaz de mirar la ciudad que viene a la vida y desde la más breve de las miradas, saber lo que iba a pasar, como si la ciudad y Sherlock Holmes estuvieran unidos. Este era su momento, su propia ceremonia privada; el amanecer era sólo para él. Pero de pronto sintió la imperiosa necesidad de mostrárselo a John. Porque, ¿tal vez John lo entendería?
Una parte de él odiaba despertarlo. Pero su otra parte no podía dejar de hacerlo.
"¿John?" Sacudió su hombro suavemente.
"¿Uh?"
"John, despierta."
"¿Eh?" Se enterró profundamente en el sofá.
"John. Por favor, despierta. Necesito enseñarte algo." John se incorporó de repente. Sherlock apenas logró evitar llenarse la boca de la parte superior de la cabeza de John.
"¿Qué te pasa?" John se había inclinado del sofá. Listo para la acción.
"Yo quería mostrarte... Mira por la ventana." Sherlock se sentía un poco tonto ahora, una emoción que era un visitante raro al planeta Holmes.
John fue con la colcha hasta la ventana, estirando la rigidez de sus músculos al caminar. Miró por la ventana. Se hizo el silencio. No se movió. Sherlock ni siquiera podía estar seguro de que siguieran respirando.
John se apartó de la ventana, con una enorme sonrisa en su cara. Un rostro que los dedos del amanecer, el amanecer Sherlock, fueron acariciando suavemente.
"Eso es increíble. ¡Brillante!" se volvió hacia la ventana y la ciudad en llamas.
Estaban de pie uno al lado del otro, mirando en silencio. Compartiendo en silencio. Al poco tiempo John se volvió ligeramente y miró al hombre más alto.
"¿Sherlock? Realmente está todo bien. Realmente." Y luego devolvió su atención a la ventana y al despertar de la ciudad dormida.

Olaza de calor Cap. 10

Cap. X Un regalo inesperado
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- ¿Qué demonios haces aquí? - preguntó Sherlock, más intrigado que molesto.
- Escuché sobre el cumpleaños de John y quise regalarle algo, nada, una tontería.
Sherlock obvió la retahíla y miró a John, buscando confirmación. Y la encontró.
- Pero no es hasta dentro de unas horas - gritó el mayor al inspector, para que pudiese oírle.
- Es que tengo un caso y no podré estar por aquí entonces – dijo quitándose el sudor de la frente con un pañuelo arrugado. - Ah, se me olvidaba... ¡Felicidades! - y se fue en su coche a toda prisa, haciendo que la pequeña orquesta pusiera fin al concierto.
Sherlock se quedó mirando cómo el coche cogía la curva, aún pensativo.
- Vamos a comer - dijo John dirigiéndole hasta la mesa.

- ¿Vas a celebrarlo? - preguntó Sherlock removiendo la comida.
- No lo había pensado. Hace mucho que no lo hago - contestó John, ofreciéndole una triste sonrisa, pero el moreno seguía enfrascado en su mente.
- No tienes que regalarme nada - le dijo cambiando su sonrisa a una más alegre.
- Qué... ah, sí, ya... - respondió Sherlock levantando la cabeza por una fracción de segundo y volviéndola a bajar de nuevo al plato.
John sacudió la suya. Ahora no voy a poder quitarle esa idea de la mente, pensó, no sin un poco de repentina ilusión.

- ¿No vamos al caso? - preguntó el rubio intrigado.
- Es demasiado fácil y hace mucho calor - respondió el moreno con un gesto al aire, mirando al infinito.
John intentó reprimir una sonrisa por el comentario, pero no pudo. Recogió los platos, y cuando volvió de la cocina, Sherlock seguía en el mismo lugar, con la misma mirada perdida.

- Sherlock - le dijo acercándose a éste. - Sherlock – repitió cogiendo su cara con ambas manos para llamar su atención.
El detective despertó de su letargo, enfocando a John con dificultad.
- Vamos a la cama - casi le susurró, y le llevó de la mano, ante la falta de iniciativa del más alto.
John se acomodó en su costado, y en segundos cayó rendido ante el sueño. Sherlock no podía dormir. Qué regalarle, era el mantra que le atormentaba.
Tras un largo rato sin ninguna conclusión deseable, decidió preguntarle a la señora Hudson, la sabia y siempre dispuesta casera, y se separó con cuidado de John en dirección a la habitación de la misma.
Justo cuando iba a tocar a la puerta, la señora Hudson entró con la compra.
- ¡Oh, hace un calor insoportable ahí fuera! ¡La próxima vez pediré al supermercado que me traiga los recados! - dijo en voz alta creyendo estar sola. - ¡Oh, Sherlock, qué bueno verte! – dijo al verle, dedicándole una entrañable sonrisa y dándole las bolsas para que la ayudara.
Sherlock no tuvo ningún problema en ayudarla. Los años de convivencia y cuidados habían hecho que le tomara algo así como cariño, algo que hacía con muy pocas, casi ninguna, contadas personas… con John a la cabeza.
Las dejó en la cocina y fue directo al sofá del salón. Mientras ella lo colocaba todo, él comenzó a hablar.
- Hoy es el cumpleaños de John - dijo en un suspiro.
- Y no sabes qué regalarle, ¿verdad? - se escuchó desde el umbral. La señora Hudson se sentó junto a Sherlock.
- A ver si puedo ayudarte - le dijo con una sonrisa. - ¿Qué le gusta?
Sherlock se quedó pensando. Realmente no sabía los gustos de su compañero, con el que pasaba las 24 horas del día.
- Ni idea. ¿La química? - preguntó inocente.
- No, querido, eso es a ti - le respondió con otra sonrisa. - No te preocupes tanto, sólo ve y obsérvale. Seguro que lo descubres - dijo señalando el piso de arriba con la cabeza.
Sherlock salió de allí peor de lo que había entrado. Él era el mejor observando, pero aun así en todo este tiempo no había visto… nada.
Se sentó en la cama. Miraba, o más bien devoraba a John con la mirada. Pero seguía viendo la misma nada. Las horas pasaban y él seguía ahí, tumbado, de pie, en cuclillas, de rodillas, boca abajo

- ¿Un suéter? No, tiene toda la tienda - suspiró.
Se alborotó el pelo, desesperado. No encontraba nada perfecto para John. Decidió mirar en el armario de éste.
- Suéteres, más suéteres... ¿para qué querrá tantos?, un tarro de mermelada de fresa... esto parece el Tesco... - rodó los ojos. Por fin sus manos dieron con algo. Era... era... ¡un avión de madera!
Sherlock enarcó una ceja ante el descubrimiento. Se veía antiguo, pero bien cuidado.
- Sólo es un recuerdo, Sherlock – escuchó tristemente a su espalda.
El moreno se estremeció cuando una firme mano se depositó en su hombro. Y el avión cayó, rompiéndose en dos ante los ojos de ambos.
La mano de John cayó con él, abandonando el hombro de su compañero para dirigirse hasta el suelo. Y Sherlock lo supo, supo que un recuerdo se acababa de romper en su alma, y no pudo soportarlo. Hizo una foto mental de la maqueta y salió de la habitación a toda velocidad, pasando por la suya para vestirse antes de salir a la calurosa calle.
John se quedó allí, recordando cómo su padre le regaló ese avión, y cómo después ese hombre les abandonó. Empezó a tener ganas de llorar, cuando la puerta se abrió...
- John, lo siento mucho. No pude encontrar ninguno igual - dijo quitándose toda la ropa sudorosa y dejándola en cualquier lugar. - Pero he encontrado uno parecido, espero que te guste - . Y diciendo esto último empujó hasta el salón una enorme caja con un avión pintado en un costado. Enorme sería quedarse corto. La caja ocupaba casi la mitad de la habitación.
John no pudo evitar empezar a reírse ante lo desproporcionado que era Sherlock cuando compraba algo. Y esta risa sincera quitó un gran peso al detective en ese momento.


Diez minutos más tarde…

- No es así, John. ¡Déjame a mí! - decía Sherlock quitándole las piezas al rubio.
John suspiró ruidosamente. Mientras tanto, la mente de Sherlock seguía buscando ese regalo perfecto.

Olaza de calor Cap. 9

Cap. IX Lo que faltaba
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Entre tanta risa y movimiento, las toallas cayeron, y Sherlock no desaprovechó la oportunidad para recorrer el pecho de John bocado a bocado, hasta llegar a la parte baja de su abdomen.
Y, adivinen qué... llamaron a la puerta.
- ¡Joder! - bramó Sherlock levantando la cabeza.
- ¡No pares! - casi le ordenó John, poniéndole la mano en la nuca y haciéndole bajar de nuevo. Sherlock siguió con lo que había empezado, comenzando a pasar su lengua por el pene de John, estremeciéndose bajo su boca... Pero no paraban de aporrear la maldita puerta...
- ¡Pero quién es, maldita sea! - gritaron al unísono mirando hacia la ventana, que, por cierto, seguía abierta.
Y Sherlock se acordó, con un ¡Oh!
- ¿Oh? ¿Cómo qué oh? ¿Qué has hecho, Sherlock? - demandó John, incorporándose y obligando así a que Sherlock también lo hiciera.
- El repartidor del restaurante - dijo con gesto de por favor, no me mates.
- ¿El repartidor? - gritó John tirándole un cojín.
- Lo siento - contestó Sherlock con las manos juntas bajo su barbilla.
- ¿Qué lo sientes? - siguió John, tirándole otro cojín.
- Lo siento, lo siento, lo siento - siguió diciendo, poniendo esos ojos de niño bueno que tan bien sabía poner.

John dio un largo suspiro.
- Voy a abrirle - dijo levantándose.
- ¿Puedes pagar? No tengo suelto – apuntó, aún manteniendo esa mirada.
El rubio volvió a suspirar profundamente antes de dirigirse hacia la puerta.
- ¡John! - se escuchó desde la cama.
- ¿Sí? - respondió el mayor volviéndose de mala gana.
Sherlock sólo tuvo que señalarle por debajo de la cintura para que se diera cuenta de que aún estaba desnudo.
Un poco sonrojado, tras ver que había estado a punto de bajar así, cogió su bata del perchero y se la puso de un movimiento. Pero antes de irse le volvió a tirar otro cojín que se encontraba en el suelo, esta vez con una sonrisa.
Sherlock, al verle bajar las escaleras, no pudo evitar sentir cómo sus labios se curvaban hacia arriba. La próxima vez no le dejaría solo en la ducha, pensó. Y fue a darse otra, fría, porque tanto calentón sin llegar al final de estaba matando.
- Sherlock, ¿qué has comprado, comida para todo un regimiento? - preguntaba John subiendo las escaleras, mientras miraba la factura.
Al llegar a la habitación, Sherlock se había dormido de nuevo. Puso las bolsas sobre la mesa y le miró. Le daba pena despertarle, pero si no lo hacía, no lo haría por propia voluntad. Y menos aún para comer.
Decidió hacerlo con tacto.
- Sherlock. Sherlock, despierta - decía débilmente en su oído moviéndole el brazo con suavidad.
Pero no despertó. En su lugar le propinó una patada al girarse.
El rubio chocó con la mesita de noche al caer, tirando la lámpara que la presidía y formando un gran estruendo.
Sherlock se despertó alterado. Al parecer, el accidente le había arrancado literalmente de sus sueños.
- ¿Qué haces en el suelo, John? - le preguntó, alargándole la mano.
- Me he caído - dijo simplemente, cogiéndole la mano e impulsándose para levantarse. Pero no contó con la fuerza de Sherlock.
Los pies de John se levantaron del suelo, y fueron a parar alrededor de su compañero, junto con su cuerpo.
- Espero que no haya más interrupciones - dijo John, intentando ponerse serio.
- No por mi parte, al menos - respondió Sherlock, más divertido, envolviéndolo con sus brazos.

Una dulce melodía empezó a escucharse desde la calle.

- ¿Has contratado una orquesta? - preguntó John curioso.
- No que yo sepa - respondió Sherlock, incorporándose y dirigiéndose hacia la ventana. John le siguió, colocándole nervioso la toalla alrededor de la cintura y dejando ahí su brazo, besándole el omoplato, mientras ambos divisaban el espectáculo.
- Realmente es una orquesta - dijo el rubio con una sonrisa.
Sherlock miraba suspicaz por la ventana, intentando descubrir de dónde había salido.
- Relájate y disfruta - le pidió John desde su espalda. Era más un deseo, conociendo a Sherlock.
No sabía cómo ni porqué habían llegado hasta allí todos esos músicos, pero sí que quería que se quedasen.
De pronto, un coche sospechoso apareció, y al abrirse la puerta salió alguien que, francamente, no esperaban.
- ¡Lestrade! - clamaron en una sola voz.

Olaza de calor Cap. 8

Cap. VIII Nuestra primera foto
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Y sí. Era ya de día cuando John se despertó, solo en la cama. Dio un largo suspiro. ¿Dónde estaría ahora? Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos ruidos provenientes del tejado. Se dio cuenta, entonces, que la ventana estaba abierta de par en par... Se asomó por ella, mirando hacia arriba, a ver si había algo, cuando una cabeza apareció.
- Hola John - le dijo sonriente.
- Sherlock, ¿qué haces ahí? - preguntó el mayor interrogante.
- Un gato no paraba de molestar y subí a ahuyentarlo.
- ¿Y dónde está ahora ese gato? – preguntó enarcando una ceja.
- Lo he ahuyentado, te lo acabo de decir.
- Sherlock... – dijo entornando los ojos.
- ¡Vaale! – contestó, poniendo los ojos en blanco. - Subí a jugar al fútbol, aquí hay más espacio.
John casi prefería al pobre gato.

- ¿Subes? - dijo Sherlock señalando una gruesa cuerda que el rubio no había visto.
Asistió brevemente, pero antes fue a ponerse algo encima, como un pijama, por ejemplo.
Cuando volvió, comenzó a trepar, resultándole más difícil de lo que recordaba en el ejército. Hasta que un tirón de su camiseta por parte de arriba le hizo subir directo y caer de bruces.

- Ejem, gracias - dijo abriendo mucho la boca por la cara un poco dolorida. Sherlock se encontraba de pie frente a él, con unos pantalones arremangados hasta los tobillos, y una camisa alzada hasta los codos. - ¿Y la pelota? – preguntó volviendo a centrarse.
- En casa del vecino - contestó el moreno, señalando la casa de detrás.
John levantó los hombros y se tumbó sobre las tejas. No se estaba nada mal al solecito. Sherlock hizo lo mismo. No pensaba ir a por el balón, y John lo sabía antes siquiera de preguntar. Pero qué más daba. Se estaba tan a gusto...

- Sherlock, creo que me estoy quemando...
- Ya, yo también – respondió el moreno sin prestar atención.
- ¡Cómo yo también! ¡Vamos, tira! ¡Siempre tengo que estar encima! ¡Será posible! – farfullaba mientras le empujaba hasta la cuerda.
Sherlock se deslizó por ella como si nada. Ahora era el turno de John...

Comenzó a bajar con más temor a caerse que cuidado, intentando apoyarse en la pared, con tal mala fortuna que, estando ya más cerca del suelo, pero aún algo lejos, sus manos resbalaron, cayendo, por suerte, sobre un mullido seto.
Tras comprobar que se encontraba bien, unos metros de desviación y no lo estaría tanto, fue a tocar a la puerta para que le abrieran.
- Sherlock, ábreme - gritó, después de llevar un rato tocando. La señora Hudson tampoco le abría. Estará con la vecina, pensó.
Siguió llamando a Sherlock, ante la mirada curiosa de algunos transeúntes, que lo único que consiguieron fue que John tocara más fuerte para poder entrar en casa. Pero Sherlock no podía oírle aunque quisiera.
Tenía calor, así que decidió darse una ducha. Y en ella seguía. Cuando decidió que estaba lo suficientemente fresco, salió, y vio un montón de piedrecitas en la habitación procedentes de la ventana. John se había dedicado a tirárselas, a ver si así le abría de una vez, y seguía gritando.
Sherlock las fue esquivando con cuidado de no cortarse hasta llegar a la ventana, por la que vio a un John,  cansado ya de golpear la puerta, sentado en el escalón de la entrada.
John levantó la vista, y al ver su cabeza mojada y un pedazo de la toalla de su cintura, comprendió el motivo por el que había estado media larga hora esperando.
- Ábreme, anda - le dijo con una sonrisa. No estaba enfadado, sólo cansado de llamar.
Sherlock bajó deprisa las escaleras.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó abriendo la puerta.
- Me he caído - respondió John un poco avergonzado, pasando a su lado y subiendo las escaleras con la cabeza agachada. El moreno levantó ambas cejas en señal de falta de entendimiento.
Cuando volvió a la habitación, John ya estaba en la ducha.
- ¿Llamo al chino del final de la calle? - preguntó Sherlock, elevando la voz para que le oyera.
- ¡Vale! - se escuchó a lo lejos.

Sherlock hizo la llamada, aunque no le gustara llamar, pero como no aceptaban SMSs... qué anticuados - pensó, mientras cogía la laptop de John.
En un principio sólo quería cotillear un poco, pero acabó mirando la carpeta fotos. Y digo mirando porque no había ni una sola foto que ver.
Al verlo con su ordenador John no se sorprendió, estaba más que acostumbrado. Y se sentó en la cama, a su lado.
- Sí, bueno, no tengo mucho tiempo para hacer fotos... tampoco soy muy buen fotógrafo... - se excusó un poco nervioso. Sherlock lo miraba, entre curioso y ¿apenado?
- Mira a la cam, John. ¡Sonríe! - dijo mientras sacaba una foto. Pero a John no le dio tiempo ni a mover un músculo.
- No has sonreído. Hay que sonreír. Otra.
Pero esta vez tampoco sonrió, pero porque no entendía nada.
- Ains, John. Habrá que pasar al plan B - dijo mirándole fijamente.
- ¿Plan B? - repitió el mayor, dudoso. ¿Cuál es el...?
No pudo terminar la pregunta, porque Sherlock comenzó a hacerle cosquillas por todos lados, mientras le daba al ordenador para hacer las fotos.
- ¡Sherlock, para! - decía entre risas. Flash.
- ¡No quiero! - contestaba riendo aún más si podía. Flash. Flash. Flash. Flash. FLASH.

Olaza de calor Cap. 7

Cap. VII No nos dejan ni aburrirnos
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Finalmente, Sherlock consiguió sacar un enorme, no grande, enorme ventilador del interior de la caja.

- ¿No había otro más grande? - dijo John abriendo los ojos, asombrado por el tamaño del trasto.
- No, éste era el más grande. Por qué, ¿es pequeño? – respondió Sherlock inocentemente, montando el armatoste muy cerca de la cama, encendiéndolo y sentándose delante de él abriendo la boca.
- No hagas eso. Te vas a enfermar de la garganta, y luego me toca cuidarte a mí - dijo John enfurruñado.
- ¡Sabes que sin mí te aburrirías! - contestó Sherlock volviendo a abrir la boca frente al ventilador, hasta que un golpe de tos le obligó a retirarse.
- Te lo advertí. Se acabó el ventilador - gruñó John en tono paternal, apagándolo con brusquedad.
Sherlock se dejó caer en la cama con desgana.
- ¡John, mira!
- Mmm...
John, que se había tumbado de nuevo intentando dormir, se giró hacia su compañero.
- Periscopio arriba, periscopio abajo, periscopio arriba...- decía Sherlock moviendo su pene arriba y abajo.
- ¡Oh, sí que estás aburrido! - bufó John sacudiendo la cabeza.- ¿Pero qué haces? - dijo con un respingón.
Sherlock había pasado de jugar con su miembro a jugar con el de John, que cada vez se ponía más duro y rojo por la presión que la mano del moreno ejercía desde la boca del estómago hasta la punta del prepucio.
- ¡Oh, Sherlock! - bramó el rubio.
Sherlock lo tomó como un sigue y no pares, y aumentó la velocidad de su brazo, mientras se acercaba más a John, quién ahora podía sentir la erección del más alto contra su pierna, junto con sus labios perfectos recorriendo su hombro, dejando unas leves marcas rojas hasta uno de sus pezones, que atrapó de un chupetón, haciendo que el ex-militar le cogiera por las nalgas y lo colocara justo encima de él, provocándole un escalofrío al roce de sus cuerpos.
Sherlock no pudo evitar un gemido de placer que ni se molestó en amortiguar, atacando la clavícula de John como si no hubiera un mañana, pero con cuidado de no dañarle. Luego su cuello, su mandíbula, su boca...

- ¡Aaahhh! - Sherlock lanzó un grito de dolor.
- ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre? - preguntó John preocupado sin atreverse a moverse.
- La pierna, la pierna... - era lo único que el moreno acertada a decir.
John miró las dos piernas de Sherlock, y vio claramente que algo pasaba en una de ellas.
- Túmbate, ven, con cuidado... - decía John, ayudándole a ponerse boca arriba para poder actuar. Sherlock parecía colaborador… pero no se callaba. Todo no se podía tener… John se giró hasta la mesita de noche, abrió el primer cajón y sacó una cajita alargada.
- ¡Me dueleeee! - siguió gimiendo Sherlock. - ¡Au! ¡Qué es eso! ¡Está frío! – Ya no gritaba… pero preguntaba y preguntaba. Eso era buena señal. Se encontraba como siempre. 

- Es una crema antinflamatoria. Se te ha montado el músculo. No es nada, se te pasará en un rato. Esto te aliviará – le explicó con una pequeña sonrisa mientras se la aplicaba en el muslo con un suave masaje, al ver que el más alto había dejado de quejarse... por fin.
Cuando acabó, John se lavó las manos con un jabón de alcohol que tenía en el mismo cajón.
- ¿Tienes un hospital ahí dentro? - preguntó Sherlock medio adormilado de nuevo. Todavía no había conseguido dormir ni dos horas.
- Soy médico y te tengo como amigo, ¿tú qué crees? - respondió burlón, acomodándose a su lado. Y volvió a taparlos, intentando dormir algo, pero se quedó en intento… de nuevo.
- Pasa Mycroft, que te vas a quedar sin oreja de tanto usarla - dijo Sherlock tranquilamente. John se puso un poco nervioso, lo que no se arregló al ver entrar al hombre del paraguas.
- Hola, hermanito. Iba de camino a casa...
- Vives en el otro extremo de la ciudad - dijo Sherlock secamente.
- Bueno, sólo quería ver cómo os iba...- replicó con su sonrisa pícara.
John cada vez estaba más tenso, e intentó incorporarse, pero Sherlock le detuvo y no dudó en actuar. Sacó su móvil de alguna parte, tecleó a toda velocidad y volvió a guardarlo.
- Bueno, ya nos has visto, ahora cómprate un bosque y piérdete en él - siguió diciendo Sherlock, desafiante.
Mycroft se disponía a contestar cuando su móvil sonó.
- Claro. Te espero en Hyde Park a las 9:30 - GL
- ¿Quién es, Mycroft? - inquirió Sherlock con una risita maliciosa.
Mycroft le lanzó una mirada de riña infantil, levantándose y saliendo por la puerta, no sin antes despedirse de John con un educado hasta pronto y una leve inclinación de cabeza.
- ¿Qué me he perdido? - preguntó John aún fuera de lugar.
Sherlock le enseñó la pantalla de su móvil.
- Cariño, ¿quieres que desayunemos juntos? Dime hora y lugar - MH
John lo miró con cara de ¿en serio, Mycroft y Lestrade?
Sherlock simplemente elevó los hombros, lo que provocó en el mayor una risa incontrolada, que quiso amortiguar contra el omoplato de su compañero. Sherlock encontró este gesto tan adorable que no dudó en plasmar un beso sobre la frente de su amor. Porque ya no había duda. Eso era amor.

Acercó aún más a John hacia sí, en un acto de protección, y cerró los ojos. John se sentía tan a gusto en esa posición que el sueño pudo con él. La escena era merecedora de una foto, por su belleza... y por lo que pudiera durar.

Olaza de calor Cap. 6

Cap. VI En mi casa hago lo que quiero, o lo intento
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Como si de una llave de judo se tratara, John giró hasta colocarse encima, sobre el pecho del moreno, sonriendo pícaramente ante sus gemidos de placer. De repente, su estómago sonó estruendosamente, lo que provocó que Sherlock soltara una carcajada.
- ¿Tienes hambre? - preguntó al mayor con una sonrisa aún en su rostro. - Mi cuerpo está enseñado para comportarse...
Un sonido aún más estruendoso sonó esta vez desde el estómago del moreno.
- ¿Decías? - dijo John con burla.
- Un té solo con dos azucarillos, gracias.
- ¡Qué cara tienes! - respondió mientras buscaba sus calzoncillos. Al contrario que a su compañero, a él no le gustaba pasearse desnudo por la casa.
- Te invito a desayunar – siguió diciendo, levantándose hacia la ventana. Estaba de buen humor, debido al mismo hombre que también parecía empeñarse en que no lo estuviera.
Pero cuando abrió la ventana de su habitación, una bofetada de calor le golpeó con fuerza.
- ¿Pero esto no duraba dos días? - gritó exasperado hacia la calle, haciendo ladrar a un perro que pasaba por allí. Cerró la ventana con resignación y volvió hasta la cama.
- ¡No hace falta que te levantes, sigue haciendo calorrrrr! - dijo dejándose caer en ella boca arriba, cerrando los ojos, haciendo que el mayor retrocediera sus pies instintivamente. Pero enseguida los volvió a dejar caer, sin importarle que la cara de John estuviera debajo.
- ¡Quita, quita de encima! - dijo éste intentando zafarse de las piernas.
- ¡Hazme un té! – respondió el más alto, levantando las piernas y liberando por fin a John.
- ¡Voooy! - masculló levantándose y dirigiéndose a la cocina. Estaba acostumbrado ya... a Sherlock.
Se puso su bata encima, por si se cruzaba con la señora Hudson por el camino. No era plan que lo viera en calzoncillos. Pero no la vio por ningún lado.
Cuando el té estuvo listo, volvió con las dos tazas, encontrándose a Sherlock lo que parecía dormido en el centro de la cama, estirado a más no poder, ocupándola por completo. Al verlo, John sintió que tenía demasiado calor para beberse el té, y para tener bata. Y mucho sueño. Al final no había dormido nada desde que se despertó sobre Sherlock. Sonrió al recordarlo, y el susto que se llevó, lo que le hizo desear sentir de nuevo el cuerpo del moreno bajo el suyo.
Decidió pues quitarse la calurosa bata y acurrucarse a su lado, con la cabeza y los brazos sobre el abdomen de su compañero. Ahora mismo agradecía ser más pequeño que Sherlock.
Las vistas no podían ser mejores... el pene de Sherlock. John estaba encantado con lo que veía, tanto que tuvo que taparle con la sábana hasta la cintura para poder controlar su propia erección. Y ya de paso se tapó él, acercándose aún más, aunque físicamente era imposible. Volteó la cara hacia la de Sherlock, - tan dulce se ve así… calladito - y así se quedó dormido. Pero no le duró mucho el sueño...
- ¡Sherlock! - gritó la señora Hudson desde el piso de abajo.
- ¡John! - volvió a gritar.
- ¡Han traído un paquete para vosotros! - seguía gritando.
Tales eran las voces que despertaron al mayor, aunque el menor parecía no inmutarse.
- ¡Por qué chillará tanto! ¡Si no bajamos será porque no podemos! ¡Qué estrés! - pensó John, negándose a abrir los ojos. También pensó que la casera podría subir y verles como estaban, juntos, sin ropa y bajo las sábanas, pero aun así no se movió. - Estaba en su habitación y podía hacer lo que quisiera... - comenzó a pensar, cuando la puerta se abrió sin llamar.
- No quiero molestar...- dijo la señora Hudson atravesando el umbral.
- Pero sí cotillear, que ni a la puerta toca... - pensaba John.
- Oh, perdonad. No quería interrumpir. Ha venido esta caja para vosotros. Aquí os la dejo. Ya os dejo... - dijo saliendo y cerrando la puerta tras ella.
- Pues para no querer interrumpir bien que entra sin llamar - volvió a pensar John. La señora Hudson era adorable... pero terriblemente cotilla, sobre todo con la señora Turner.
- Yo creo que hay algo entre ellas - pensó fugazmente.- ¡Oh, no! ¡Me estoy convirtiendo en un cotilla! - rio casi para sí, abriendo los ojos.
- Creí que no se iría nunca - dijo Sherlock incorporándose con los suyos bien abiertos y dirigiéndose sin demora hacia la caja nueva, haciendo que John cayera sin remedio sobre la cama, al quitarse de debajo.

- Más cuidado - dijo frotándose un poco la cabeza. - ¡Creí que estabas dormido! - dijo volviéndose hacia el moreno, que desembalaba la caja concentrado.

- Sólo descansaba los ojos – dijo forcejeando con el celo.

- ¿Qué has comprado esta vez? ¿Un corazón humano? - preguntó John enarcando una ceja.
- ¿Para qué querría uno? Ya he encontrado el mío - . Sherlock dirigió sus ojos hacia la cama al decir esto.
Y a John se le iluminó tanto la cara en ese momento que si hubiera sido de noche habría iluminado todo Londres.

lunes, 20 de agosto de 2012

Insomnio Cap. 2

Cap. II Confort

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

Las agujas del reloj junto a la cama le dicen que es un poco más tarde de las tres de la mañana. Un lento tic-tic, una mecha encendida eternamente dolorosa antes de la explosión de la aurora.

Sherlock es incapaz de quedarse allí por más tiempo. Serían sólo un par de horas hasta que se levantara de todos modos, si se las arreglaba para dormir. No tiene sentido, el sueño no vendrá. Por encima de él un leve crujido del techo le dice que John se ha girado en la cama. Girado rápidamente. John está teniendo una pesadilla. Se gira de nuevo, en el otro sentido. Sherlock sabe que estará cubierto de una capa de sudor y en los rincones más profundos de su sueño su hombro estará sangrando y hecho añicos. John sentirá dolor y miedo en su sueño. Él probará su propia sangre y la muerte mientras se vuelve una y otra vez.

Sherlock se levanta. Deseando saber cómo detener la pesadilla de John. Se pregunta si entrar en la habitación de John ahora y sostenerlo con fuerza y ​​mostrarle que era sólo un sueño, si eso ayudaría, o si sólo empeoraría las cosas. Hace té. Se sienta en el sofá y da unos sorbos.

El reloj de la cocina lleva aquel ritmo fúnebre del dormitorio de Sherlock. Sólo han pasado tres minutos. Cuatro minutos. Cinco Minutos. El mundo exterior está todavía iluminado por las farolas y las estrellas, los cielos retoman la labor de las bombillas de sodio cuando terminan. El universo es infinito y en realidad no importa lo que gira en torno a qué. Todo lo que Sherlock quiere hacer es parar el planeta y bajar.

La puerta se abre. John camina en silencio por la sala de estar, sosteniendo su manta en la mano, los ojos rojos de las lágrimas que ha llorado en su sueño. Se ve muy pequeño y perdido.

"No puedo dormir". Eso es una mentira. Él puede dormir, pero no sin los horrores en su cabeza.

"Yo tampoco" Esa es otra mentira. Sherlock puede dormir pero no quiere.

Se sientan uno junto al otro en el sofá. Las agujas del reloj se mueven, más suavemente ahora. Pasan otros diez minutos antes de que Sherlock note el sólido, cálido peso contra su hombro. John está dormido, su respiración suave y constante. Sherlock levanta su brazo y tira de John un poco más, el hombre más pequeño se hunde en él. Lentamente Sherlock siente sus propios ojos cerrándose. Y en algún lugar en el fondo sabe que ésta es una de esas cosas que John va a pensar que está bien.

Y así duermen.

Olaza de calor Cap. 5

Cap. V El libro de Sherlock
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- ¿Qué pasa? ¿No es lo que querías? - preguntó John desconcertado.
- Esto ha ido demasiado lejos. Se nos ha ido de las manos - dijo Sherlock enfatizando con los brazos, con un semblante propio de un caso.
- No, Sherlock. No te confundas. Es a ti al que se le ha ido de las manos – dijo muy enfadado.
El moreno se le quedó mirando con cara de asombro, cara que no tardó en disimular.
- Sé de sobra que me infravaloras, no, déjame terminar - dijo alzando la mano ante la apertura de boca del menor, que la volvió a cerrar.
- Sé de sobra que me infravaloras, pero tanto... era evidente lo que pasaba por tu mente en cada chupito, incluso antes de proponer siquiera el juego.
Sherlock estaba empezando a ponerse nervioso. No había previsto que John descubriera su plan. ¿Tan ciego estaba por ese hombre que estaba afectando a su capacidad mental?
El plan inicial era sencillo: Emborrachar a John para poder besarle.
¿Por qué emborracharle? Para que le costara más negarse. John podía ser muy cabezota a veces.
Además, Sherlock había leído que el alcohol desinhibía y dejaba aflorar los verdaderos sentimientos. Y eso era precisamente lo que quería saber de John, sus sentimientos... hacia él. Y de paso aclarar los suyos hacia John. Además, si sólo bebía John resultaba sospechoso.
¿Por qué besar a John? Porque un beso, según había seguido leyendo, era una representación de amor. O la antesala del sexo. Pero a ese capitulo no había llegado todavía. Se había quedado en el del desnudo, justo como se encontraban ambos ahora mismo.
- Sherlock, no tiene gracia. Me has utilizado para tu placer personal, y yo he entrado al trapo porque... porque... no lo sé - dijo John nervioso, terminando la frase en un hilo de voz. Le temblaban un poco las manos, pero intentó ocultarlo poniéndolas sobre las rodillas. En el fondo se parecían más de lo que creían.
Pero Sherlock no se estaba riendo. Ni siquiera estaba presente mentalmente.
- No puedes estar más equivocado, mi querido John - pensó, y se fue decidido a su habitación, para volver a los pocos minutos con una colección de libros bajo el brazo, soltándolos sobre la cama de golpe.
- ¿Qué es esto? - preguntó John curioso, cogiendo a continuación uno al azar y leyendo el título en voz alta.
- La penetración. El gran paso.
Miró a Sherlock, que le miraba con ojos dudosos.
- No puedo negar la evidencia. Y es evidente que te amo. Según esa colección lo que siento se llama amor.
- ¿Dónde pone eso? - preguntó John dándole la vuelta al libro que tenía entre manos.
- No, no es ése - dijo Sherlock relajando el rostro. - Es aquí. Y leyó para ambos:
Pulso acelerado, manos temblorosas, pupilas dilatadas, boca seca, distracción... Si presentas estos síntomas en presencia de una persona de forma continuada, entonces estás enamorado.
John cerró el libro y los ojos al mismo tiempo. Esa descripción del amor… tan exacta a lo que sentía... por Sherlock.
- Sherlock - dijo aclarándose la voz.- Esta definición...
- ¿Qué le pasa? No es incorrecta... - dijo el moreno interrumpiéndole, algo que no soportaba.
- Sherlock, te quiero, pero si me sigues interrumpiendo...- y se dio cuenta de que acababa de confesárselo.
- ¡Entonces ya está! ¡Todo solucionado! - dijo Sherlock sonriendo.
John no pudo evitar reírse. Sherlock hacía la vida tan divertida... a veces.
Llevó su mano a la cara de Sherlock, radiante, y juntó sus labios en un tierno y dulce beso. Aunque supieran a whisky, a él le sabían a gloria.
Sherlock esbozo una linda sonrisa. Tenía las endorfinas por las nubes.
- Bueno - dijo John volviendo a aclararse la garganta. - ¿Por dónde te has quedado? - preguntó a Sherlock mirando de nuevo los libros.
- Empezando La penetración. El gran paso - dijo dándole el libro con avidez.
John se sonrojó ligeramente al verlo de nuevo.
- ¿Qué te parece si repasamos lo anterior? - dijo el mayor quitando los libros de la cama.- Creo que nos habíamos quedado por aquí...- dijo tumbándose boca arriba en una insinuante posición.
La sonrisa de Sherlock se agrandó aún más, y se lanzó como un tigre al cuello de John.
- ¿Vas bien? - le susurró el rubio al oído.
- Perfecto - le respondió entre besos el moreno.
Kawaii Cute Kaoani Writing Poem