sábado, 8 de septiembre de 2012

Olaza de calor Cap. 10

Cap. X Un regalo inesperado
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- ¿Qué demonios haces aquí? - preguntó Sherlock, más intrigado que molesto.
- Escuché sobre el cumpleaños de John y quise regalarle algo, nada, una tontería.
Sherlock obvió la retahíla y miró a John, buscando confirmación. Y la encontró.
- Pero no es hasta dentro de unas horas - gritó el mayor al inspector, para que pudiese oírle.
- Es que tengo un caso y no podré estar por aquí entonces – dijo quitándose el sudor de la frente con un pañuelo arrugado. - Ah, se me olvidaba... ¡Felicidades! - y se fue en su coche a toda prisa, haciendo que la pequeña orquesta pusiera fin al concierto.
Sherlock se quedó mirando cómo el coche cogía la curva, aún pensativo.
- Vamos a comer - dijo John dirigiéndole hasta la mesa.

- ¿Vas a celebrarlo? - preguntó Sherlock removiendo la comida.
- No lo había pensado. Hace mucho que no lo hago - contestó John, ofreciéndole una triste sonrisa, pero el moreno seguía enfrascado en su mente.
- No tienes que regalarme nada - le dijo cambiando su sonrisa a una más alegre.
- Qué... ah, sí, ya... - respondió Sherlock levantando la cabeza por una fracción de segundo y volviéndola a bajar de nuevo al plato.
John sacudió la suya. Ahora no voy a poder quitarle esa idea de la mente, pensó, no sin un poco de repentina ilusión.

- ¿No vamos al caso? - preguntó el rubio intrigado.
- Es demasiado fácil y hace mucho calor - respondió el moreno con un gesto al aire, mirando al infinito.
John intentó reprimir una sonrisa por el comentario, pero no pudo. Recogió los platos, y cuando volvió de la cocina, Sherlock seguía en el mismo lugar, con la misma mirada perdida.

- Sherlock - le dijo acercándose a éste. - Sherlock – repitió cogiendo su cara con ambas manos para llamar su atención.
El detective despertó de su letargo, enfocando a John con dificultad.
- Vamos a la cama - casi le susurró, y le llevó de la mano, ante la falta de iniciativa del más alto.
John se acomodó en su costado, y en segundos cayó rendido ante el sueño. Sherlock no podía dormir. Qué regalarle, era el mantra que le atormentaba.
Tras un largo rato sin ninguna conclusión deseable, decidió preguntarle a la señora Hudson, la sabia y siempre dispuesta casera, y se separó con cuidado de John en dirección a la habitación de la misma.
Justo cuando iba a tocar a la puerta, la señora Hudson entró con la compra.
- ¡Oh, hace un calor insoportable ahí fuera! ¡La próxima vez pediré al supermercado que me traiga los recados! - dijo en voz alta creyendo estar sola. - ¡Oh, Sherlock, qué bueno verte! – dijo al verle, dedicándole una entrañable sonrisa y dándole las bolsas para que la ayudara.
Sherlock no tuvo ningún problema en ayudarla. Los años de convivencia y cuidados habían hecho que le tomara algo así como cariño, algo que hacía con muy pocas, casi ninguna, contadas personas… con John a la cabeza.
Las dejó en la cocina y fue directo al sofá del salón. Mientras ella lo colocaba todo, él comenzó a hablar.
- Hoy es el cumpleaños de John - dijo en un suspiro.
- Y no sabes qué regalarle, ¿verdad? - se escuchó desde el umbral. La señora Hudson se sentó junto a Sherlock.
- A ver si puedo ayudarte - le dijo con una sonrisa. - ¿Qué le gusta?
Sherlock se quedó pensando. Realmente no sabía los gustos de su compañero, con el que pasaba las 24 horas del día.
- Ni idea. ¿La química? - preguntó inocente.
- No, querido, eso es a ti - le respondió con otra sonrisa. - No te preocupes tanto, sólo ve y obsérvale. Seguro que lo descubres - dijo señalando el piso de arriba con la cabeza.
Sherlock salió de allí peor de lo que había entrado. Él era el mejor observando, pero aun así en todo este tiempo no había visto… nada.
Se sentó en la cama. Miraba, o más bien devoraba a John con la mirada. Pero seguía viendo la misma nada. Las horas pasaban y él seguía ahí, tumbado, de pie, en cuclillas, de rodillas, boca abajo

- ¿Un suéter? No, tiene toda la tienda - suspiró.
Se alborotó el pelo, desesperado. No encontraba nada perfecto para John. Decidió mirar en el armario de éste.
- Suéteres, más suéteres... ¿para qué querrá tantos?, un tarro de mermelada de fresa... esto parece el Tesco... - rodó los ojos. Por fin sus manos dieron con algo. Era... era... ¡un avión de madera!
Sherlock enarcó una ceja ante el descubrimiento. Se veía antiguo, pero bien cuidado.
- Sólo es un recuerdo, Sherlock – escuchó tristemente a su espalda.
El moreno se estremeció cuando una firme mano se depositó en su hombro. Y el avión cayó, rompiéndose en dos ante los ojos de ambos.
La mano de John cayó con él, abandonando el hombro de su compañero para dirigirse hasta el suelo. Y Sherlock lo supo, supo que un recuerdo se acababa de romper en su alma, y no pudo soportarlo. Hizo una foto mental de la maqueta y salió de la habitación a toda velocidad, pasando por la suya para vestirse antes de salir a la calurosa calle.
John se quedó allí, recordando cómo su padre le regaló ese avión, y cómo después ese hombre les abandonó. Empezó a tener ganas de llorar, cuando la puerta se abrió...
- John, lo siento mucho. No pude encontrar ninguno igual - dijo quitándose toda la ropa sudorosa y dejándola en cualquier lugar. - Pero he encontrado uno parecido, espero que te guste - . Y diciendo esto último empujó hasta el salón una enorme caja con un avión pintado en un costado. Enorme sería quedarse corto. La caja ocupaba casi la mitad de la habitación.
John no pudo evitar empezar a reírse ante lo desproporcionado que era Sherlock cuando compraba algo. Y esta risa sincera quitó un gran peso al detective en ese momento.


Diez minutos más tarde…

- No es así, John. ¡Déjame a mí! - decía Sherlock quitándole las piezas al rubio.
John suspiró ruidosamente. Mientras tanto, la mente de Sherlock seguía buscando ese regalo perfecto.

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