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- ¿Qué
demonios haces aquí? - preguntó Sherlock, más intrigado que molesto.
- Escuché
sobre el cumpleaños de John y quise regalarle algo, nada, una tontería.
Sherlock obvió
la retahíla y miró a John, buscando confirmación. Y la encontró.
- Pero no es
hasta dentro de unas horas - gritó el mayor al inspector, para que pudiese
oírle.
- Es que tengo
un caso y no podré estar por aquí entonces – dijo quitándose el sudor de la
frente con un pañuelo arrugado. - Ah, se me olvidaba... ¡Felicidades! - y se fue
en su coche a toda prisa, haciendo que la pequeña orquesta pusiera fin al
concierto.
Sherlock se
quedó mirando cómo el coche cogía la curva, aún pensativo.
- Vamos a
comer - dijo John dirigiéndole hasta la mesa.
- ¿Vas a
celebrarlo? - preguntó Sherlock removiendo la comida.
- No lo había
pensado. Hace mucho que no lo hago - contestó John, ofreciéndole una triste
sonrisa, pero el moreno seguía enfrascado en su mente.
- No tienes
que regalarme nada - le dijo cambiando su sonrisa a una más alegre.
- Qué... ah,
sí, ya... - respondió Sherlock levantando la cabeza por una fracción de segundo
y volviéndola a bajar de nuevo al plato.
John sacudió
la suya. Ahora no voy a poder quitarle esa
idea de la mente, pensó, no sin un poco de repentina ilusión.
- ¿No
vamos al caso? - preguntó el rubio intrigado.
- Es demasiado
fácil y hace mucho calor - respondió el moreno con un gesto al aire, mirando al
infinito.
John intentó reprimir
una sonrisa por el comentario, pero no pudo. Recogió los platos, y cuando
volvió de la cocina, Sherlock seguía en el mismo lugar, con la misma mirada
perdida.
- Sherlock -
le dijo acercándose a éste. - Sherlock – repitió cogiendo su cara con ambas
manos para llamar su atención.
El detective
despertó de su letargo, enfocando a John con dificultad.
- Vamos a la
cama - casi le susurró, y le llevó de la mano, ante la falta de iniciativa del
más alto.
John se acomodó
en su costado, y en segundos cayó rendido ante el sueño. Sherlock no podía dormir.
Qué regalarle, era el mantra que le
atormentaba.
Tras un largo
rato sin ninguna conclusión deseable, decidió preguntarle a la señora Hudson,
la sabia y siempre dispuesta casera,
y se separó con cuidado de John en dirección a la habitación de la misma.
Justo cuando
iba a tocar a la puerta, la señora Hudson entró con la compra.
- ¡Oh, hace un
calor insoportable ahí fuera! ¡La próxima vez pediré al supermercado que me
traiga los recados! - dijo en voz alta creyendo estar sola. - ¡Oh, Sherlock,
qué bueno verte! – dijo al verle, dedicándole una entrañable sonrisa y dándole
las bolsas para que la ayudara.
Sherlock no
tuvo ningún problema en ayudarla. Los años de convivencia y cuidados habían
hecho que le tomara algo así como cariño,
algo que hacía con muy pocas, casi ninguna, contadas personas… con John a la
cabeza.
Las dejó en la
cocina y fue directo al sofá del salón. Mientras ella lo colocaba todo, él
comenzó a hablar.
- Hoy es el
cumpleaños de John - dijo en un suspiro.
- Y no sabes
qué regalarle, ¿verdad? - se escuchó desde el umbral. La señora Hudson se sentó
junto a Sherlock.
- A ver si
puedo ayudarte - le dijo con una sonrisa. - ¿Qué le gusta?
Sherlock se
quedó pensando. Realmente no sabía los gustos de su compañero, con el que
pasaba las 24 horas del día.
- Ni idea. ¿La
química? - preguntó inocente.
- No, querido,
eso es a ti - le respondió con otra sonrisa. - No te preocupes tanto, sólo ve y
obsérvale. Seguro que lo descubres - dijo señalando el piso de arriba con la
cabeza.
Sherlock salió
de allí peor de lo que había entrado. Él era el mejor observando, pero aun así
en todo este tiempo no había visto… nada.
Se sentó en la
cama. Miraba, o más bien devoraba a John con la mirada. Pero seguía viendo la
misma nada. Las horas pasaban y él
seguía ahí, tumbado, de pie, en cuclillas, de rodillas, boca abajo…
- ¿Un suéter? No, tiene toda la tienda - suspiró.
Se alborotó el pelo, desesperado.
No encontraba nada perfecto para
John. Decidió mirar en el armario de éste.
- Suéteres, más suéteres... ¿para
qué querrá tantos?, un tarro de mermelada de fresa... esto parece el Tesco... -
rodó los ojos. Por fin sus manos dieron con algo. Era... era... ¡un avión de
madera!
Sherlock enarcó una ceja ante el
descubrimiento. Se veía antiguo, pero bien cuidado.
- Sólo es un recuerdo, Sherlock –
escuchó tristemente a su espalda.
El moreno se estremeció cuando
una firme mano se depositó en su hombro. Y el avión cayó, rompiéndose en dos
ante los ojos de ambos.
La mano de John cayó con él,
abandonando el hombro de su compañero para dirigirse hasta el suelo. Y Sherlock
lo supo, supo que un recuerdo se acababa de romper en su alma, y no pudo
soportarlo. Hizo una foto mental de
la maqueta y salió de la habitación a toda velocidad, pasando por la suya para
vestirse antes de salir a la calurosa calle.
John se quedó allí, recordando cómo
su padre le regaló ese avión, y cómo después ese hombre les abandonó. Empezó a
tener ganas de llorar, cuando la puerta se abrió...
- John, lo siento mucho. No pude
encontrar ninguno igual - dijo quitándose toda la ropa sudorosa y dejándola en
cualquier lugar. - Pero he encontrado uno parecido, espero que te guste - . Y
diciendo esto último empujó hasta el salón una enorme caja con un avión pintado
en un costado. Enorme sería quedarse corto. La caja ocupaba casi la mitad de la
habitación.
John no
pudo evitar empezar a reírse ante lo desproporcionado que era Sherlock cuando
compraba algo. Y esta risa sincera quitó un gran peso al detective en ese
momento.
Diez minutos más tarde…
- No es así, John. ¡Déjame
a mí! - decía Sherlock quitándole las piezas al rubio.
John suspiró ruidosamente.
Mientras tanto, la mente de Sherlock seguía buscando ese regalo perfecto.
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