Era
sábado. No había casos. Nada en la televisión. El mundo parecía más aburrido
que de costumbre...
Sherlock
empezó a tocar su violín, pero la melodía que emitía era tan estridente que era
más que evidente su desesperación.
- ¡No puedo
más! - gritó John levantándose del sillón con brusquedad.
Sherlock paró
en seco, con cara de no entender su reacción.
- ¿No te gusta
tanto la música? Pues nos vamos al karaoke - dijo más exasperado que de
costumbre, dirigiéndose hacia su habitación, no dando lugar a ninguna
respuesta.
- ¡Vamos,
vístete! - volvió a gritar sacando la cabeza por el umbral de la puerta.
Sherlock
resopló sonoramente.- John y sus fantásticos planes - dijo en voz baja. Y fue a
su habitación a cambiarse de ropa.
- Cutre - no
tardó en decir Sherlock, nada más ver la puerta del karaoke.
- Espérate a
entrar por lo menos - suspiró John.
- Cutre - dijo
de nuevo al ver el interior.
John respiró
profundamente y se dirigió hasta una mesa libre que había divisado. Sherlock le
seguía, observándolo todo.
- Dos
Cosmopolitan y el libro de canciones, por favor - pidió el mayor al primer
camarero que localizó.
- Está bueno -
dijo John ante la cara interrogativa de su compañero.
Sherlock miró
para otro lado, disimulando una sonrisa.
- ¿Qué quieres
cantar? - le preguntó el rubio, enseñándole el libro de canciones.
Sherlock se
volvió, y mirando fijamente los ojos de John, señaló una al azar.
- Ésta - dijo
simplemente.
Los cócteles
llevaban un rato en la mesa, pero Sherlock no bebería hasta que lo hiciera
John.
- Salud - dijo
el rubio alzando la copa. Sherlock la chocó con la suya, con una falsa sonrisa.
Se veía a la legua que no estaba cómodo, al contrario que John, que parecía estar
en su salsa viendo cantar a unas chicas de al lado.
- ¿Y desde
cuándo te gustan estos sitios? - preguntó Sherlock, molestó al sentir que John
no estaba pendiente de él.
El mayor
volvió a mirar a su compañero. Estaba...
¿celoso? No, no podía ser.
- Desde que
vine con una ex - dijo mirando la pantalla. Pudo ver la mueca de enfado de
Sherlock por el rabillo del ojo, y bebió de su cóctel, aún en su mano, con
satisfacción.
Sherlock le
imito. El sabor no parecía desagradarle.
No tardaron
demasiado en acabárselos, esperando su turno para cantar.
- Otros dos
por aquí - pidió John al mismo camarero, mientras le explicaba al moreno la
mecánica del sitio.
Y cuatro
pasaron a ser ocho, y ocho dieciséis.
No quedaba un ápice
de sobriedad en sus cuerpos cuando les tocó cantar. Y además, una canción de
enamorados. El destino parecía también haber bebido demasiado.
La canción fue
un completo desastre. Normal, teniendo en cuenta que ninguno de los dos sabía
cantar.
Cuando ésta
acabó, John corrió al baño. Tenía demasiado líquido en su interior. Sherlock le
siguió. Pero John se equivocó, y Sherlock con él, yendo a parar al baño de
señoras.
Al entrar,
John resbaló con un pintalabios olvidado en el suelo, cayendo al suelo. Y
Sherlock, como un dominó, cayó sobre él, acabando desparramados por el suelo.
Después de
reírse durante un rato, se quedaron en silencio, mirándose.
Sin saber porqué,
John cogió el causante de su caída, justo a su lado, y pintó los labios del
moreno de un rojo intenso.
Sherlock no
opuso ninguna resistencia. Ni tampoco cuando John lo cogió de los brazos para
ayudar a levantarle, y se quedaron frente al espejo.
Ni tampoco
cuando abrió su camisa sin prisa para, una vez su torso estuviera libre,
escribir sus sentimientos en él con el pintalabios tan certeramente puesto en
su camino.
Te quiero,
podía leerse en el reflejo del espejo.
Te quiero,
pudo leerse en el dulce sonido de sus labios al tocarse.
En todo el
tiempo que llevaban allí no había entrado ni una sola persona...
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