sábado, 8 de septiembre de 2012

Olaza de calor Cap. 8

Cap. VIII Nuestra primera foto
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Y sí. Era ya de día cuando John se despertó, solo en la cama. Dio un largo suspiro. ¿Dónde estaría ahora? Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos ruidos provenientes del tejado. Se dio cuenta, entonces, que la ventana estaba abierta de par en par... Se asomó por ella, mirando hacia arriba, a ver si había algo, cuando una cabeza apareció.
- Hola John - le dijo sonriente.
- Sherlock, ¿qué haces ahí? - preguntó el mayor interrogante.
- Un gato no paraba de molestar y subí a ahuyentarlo.
- ¿Y dónde está ahora ese gato? – preguntó enarcando una ceja.
- Lo he ahuyentado, te lo acabo de decir.
- Sherlock... – dijo entornando los ojos.
- ¡Vaale! – contestó, poniendo los ojos en blanco. - Subí a jugar al fútbol, aquí hay más espacio.
John casi prefería al pobre gato.

- ¿Subes? - dijo Sherlock señalando una gruesa cuerda que el rubio no había visto.
Asistió brevemente, pero antes fue a ponerse algo encima, como un pijama, por ejemplo.
Cuando volvió, comenzó a trepar, resultándole más difícil de lo que recordaba en el ejército. Hasta que un tirón de su camiseta por parte de arriba le hizo subir directo y caer de bruces.

- Ejem, gracias - dijo abriendo mucho la boca por la cara un poco dolorida. Sherlock se encontraba de pie frente a él, con unos pantalones arremangados hasta los tobillos, y una camisa alzada hasta los codos. - ¿Y la pelota? – preguntó volviendo a centrarse.
- En casa del vecino - contestó el moreno, señalando la casa de detrás.
John levantó los hombros y se tumbó sobre las tejas. No se estaba nada mal al solecito. Sherlock hizo lo mismo. No pensaba ir a por el balón, y John lo sabía antes siquiera de preguntar. Pero qué más daba. Se estaba tan a gusto...

- Sherlock, creo que me estoy quemando...
- Ya, yo también – respondió el moreno sin prestar atención.
- ¡Cómo yo también! ¡Vamos, tira! ¡Siempre tengo que estar encima! ¡Será posible! – farfullaba mientras le empujaba hasta la cuerda.
Sherlock se deslizó por ella como si nada. Ahora era el turno de John...

Comenzó a bajar con más temor a caerse que cuidado, intentando apoyarse en la pared, con tal mala fortuna que, estando ya más cerca del suelo, pero aún algo lejos, sus manos resbalaron, cayendo, por suerte, sobre un mullido seto.
Tras comprobar que se encontraba bien, unos metros de desviación y no lo estaría tanto, fue a tocar a la puerta para que le abrieran.
- Sherlock, ábreme - gritó, después de llevar un rato tocando. La señora Hudson tampoco le abría. Estará con la vecina, pensó.
Siguió llamando a Sherlock, ante la mirada curiosa de algunos transeúntes, que lo único que consiguieron fue que John tocara más fuerte para poder entrar en casa. Pero Sherlock no podía oírle aunque quisiera.
Tenía calor, así que decidió darse una ducha. Y en ella seguía. Cuando decidió que estaba lo suficientemente fresco, salió, y vio un montón de piedrecitas en la habitación procedentes de la ventana. John se había dedicado a tirárselas, a ver si así le abría de una vez, y seguía gritando.
Sherlock las fue esquivando con cuidado de no cortarse hasta llegar a la ventana, por la que vio a un John,  cansado ya de golpear la puerta, sentado en el escalón de la entrada.
John levantó la vista, y al ver su cabeza mojada y un pedazo de la toalla de su cintura, comprendió el motivo por el que había estado media larga hora esperando.
- Ábreme, anda - le dijo con una sonrisa. No estaba enfadado, sólo cansado de llamar.
Sherlock bajó deprisa las escaleras.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó abriendo la puerta.
- Me he caído - respondió John un poco avergonzado, pasando a su lado y subiendo las escaleras con la cabeza agachada. El moreno levantó ambas cejas en señal de falta de entendimiento.
Cuando volvió a la habitación, John ya estaba en la ducha.
- ¿Llamo al chino del final de la calle? - preguntó Sherlock, elevando la voz para que le oyera.
- ¡Vale! - se escuchó a lo lejos.

Sherlock hizo la llamada, aunque no le gustara llamar, pero como no aceptaban SMSs... qué anticuados - pensó, mientras cogía la laptop de John.
En un principio sólo quería cotillear un poco, pero acabó mirando la carpeta fotos. Y digo mirando porque no había ni una sola foto que ver.
Al verlo con su ordenador John no se sorprendió, estaba más que acostumbrado. Y se sentó en la cama, a su lado.
- Sí, bueno, no tengo mucho tiempo para hacer fotos... tampoco soy muy buen fotógrafo... - se excusó un poco nervioso. Sherlock lo miraba, entre curioso y ¿apenado?
- Mira a la cam, John. ¡Sonríe! - dijo mientras sacaba una foto. Pero a John no le dio tiempo ni a mover un músculo.
- No has sonreído. Hay que sonreír. Otra.
Pero esta vez tampoco sonrió, pero porque no entendía nada.
- Ains, John. Habrá que pasar al plan B - dijo mirándole fijamente.
- ¿Plan B? - repitió el mayor, dudoso. ¿Cuál es el...?
No pudo terminar la pregunta, porque Sherlock comenzó a hacerle cosquillas por todos lados, mientras le daba al ordenador para hacer las fotos.
- ¡Sherlock, para! - decía entre risas. Flash.
- ¡No quiero! - contestaba riendo aún más si podía. Flash. Flash. Flash. Flash. FLASH.

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