sábado, 30 de junio de 2012

¡España, allá vamos! Cap. 4

Cap. IV No puedo... te quiero
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Sherlock corrió hasta donde se encontraba.
- ¿Te has hecho daño? - dijo elevando un poco la barbilla de John. Y el tiempo se paró, envueltos en un silencio tan sólo roto por un quejido.
- ¡Ay! - dijo John suavemente sin apartarse de su mano.
Sherlock se inclinó más aún hacia él, tanto que dejó que se entreabriera un poco la toalla que le cubría.
John se agobió de pronto y se alejó de él, quedándose sentado donde estaba.
Sherlock, a su vez, se dejó caer en el suelo, tumbado boca arriba, con la mano que antes sostenía el rostro de John, ahora cubriendo el suyo.
Pero estaban demasiado cansados para pensar, cenar o cualquier cosa, así que sólo durmieron.
Sherlock se quedó en la misma posición, pero John, aún un poco sin saber qué hacer, apoyó su cabeza en el colchón, y ahí, por fin se durmió.
Era aún de noche cuando John despertó, todo dolorido por la mala postura, cuando vio a Sherlock en el mismo lugar, pero ahora acurrucado por el frío. Pensó en subirlo a la cama, pero dudaba si podría con él, así que para no despertarle se quitó la camisa y cubrió el torso del menor. Se quitó el cinturón para no hacerle daño y lo abrazo para darle calor, acomodándolo en su omóplato.
- Te ves tan dulce así - pensó para sí. Y volvió a dormirse.
Salían los primeros rayos de sol cuando John abrió los ojos de nuevo, pero esta vez encontró los de su compañero bien abiertos, mirándole.
Sherlock acercó su mano hacia el labio de John esta vez.
- Está hinchado - dijo mirándolo fijamente como cuando lo hacía por el microscopio. Y se levantó para ir hasta el congelador del mueble bar y volver en un abrir y cerrar de ojos con una bolsa con hielo.
- Ven - dijo acercándose de nuevo hasta él, con la mano izquierda sobre su pómulo derecho y la derecha con la bolsa sobre la herida con la mayor delicadeza posible.
Entonces Sherlock depositó un profundo beso donde antes se encontraba su mano, acompañado de algo más.
- ¿Lágrimas? - pensó John. No entendía nada.
Sherlock se encerró en el baño, de nuevo. Las lágrimas caían por la comisura de sus labios, que no paraban de decir casi para sí: - no puedo, no puedo..., mientras su mente le atormentaba con: te quiero, te quiero...
Mientras, John seguía como si estuviera clavado al suelo. Tenía en una mano la bolsa con el hielo, y la otra donde segundos antes había estado la de Sherlock.
Tal era el desacuerdo entre la cabeza y el corazón del moreno que su mente no pudo más, y se reseteó.
- ¿Dónde estoy? - se pregunto a sí mismo en el mismo baño donde se hallaba desde hacía ya un buen rato.
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Salió del baño exactamente igual a como entró en él, con la toalla en la cintura, pero con un rostro más sereno.
- John, prepárame un té - dijo como de costumbre.

viernes, 29 de junio de 2012

Vidfic




¡España, allá vamos! Cap. 3

Cap. III Bueno, ¡bienvenido a España!
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Ya en el aeropuerto de Valencia...
- Bueno, ¡bienvenido a España! Valencia dijiste, ¿no? Muy bonito. Vaya, hace un poco de frío.
- Ya te dije, John, que no te fiaras de los tópicos. Por eso, en vez de leer tu libro “Foreigners in Spain one week” investigué por internet… y miré el Meteosat.
John sintió cómo la calidez le envolvía. Era Sherlock, que se había quitado su chaqueta para cubrir ahora sus hombros, porque no soporta verle pasar frío… ni calor, ni hambre… ni nada que le lastime.
- ¿Co… cogemos un taxi? – dijo John algo nervioso. – ¡Taxi!
 - ¿Dónde les llevo? – preguntó un taxista un tanto ansioso.
- Avenida de los Naranjos, por favor. John se quedó pasmado. ¿Desde cuándo sabía Sherlock español? ¿Qué más no sabía de Sherlock? Dejó de pensar en eso. La lista sería interminable.
- He leído en revistas de divulgación que a mayor dominio del idioma menor es el timo por parte de los taxistas – dijo en voz baja.
- Baje la primera a la derecha y la segunda a la izquierda.
- ¿Te sabes el mapa de la ciudad? Asombroso. Sherlock sonrió orgulloso.
- A 100 metros gire de nuevo a la izquierda…
- ¿Si sabe cómo llegar por qué no va en autobús, caballero? – respondió el taxista ante las continuas indicaciones de Sherlock.
- Porque este tipo de transporte es más cómodo, aunque puede que más caro, dependiendo de las ganas con las que se haya levantado de tomarnos el pelo.
- ¡Mire! – gritó el taxista exasperado. ¡Págueme la carrera, bájese del coche y desaparezca de mi vista!
Sherlock le pagó de mala gana y salió como alma que lleva el diablo hacia algún lugar.
John sólo se limitó a seguirle. No entendía nada, sólo hablaban en español, pero por las caras, y conociendo la relación de Sherlock con los taxistas, el resto podía imaginárselo.
- Por algo tengo que llamarles yo siempre – suspiró mientras caminaba a marcha forzada para alcanzar al detective.
Por suerte el hotel no estaba muy lejos.
- ¿Qué desean? – dijo un atento recepcionista.
- Tenemos una reserva de siete días a nombre de John Watson.
- Así es. Habitación 473. ¡Qué pasen una buena estancia!
- Gracias – acerté a decir. No entendía nada, sólo mi nombre. Esperaba que todo fuera bien.
- Todo va bien, John – dijo Sherlock transmitiendo tanta tranquilidad que me quedé embobado.
- John, ¿subes o te quedas?
Sherlock ya se encontraba en el ascensor.
- Subo, subo… - Bájate, bájate – pensó sonrojado por la situación.
- ¿Qué te p…?
- ¡Nada! ¡Dale al botón! ¿Dónde está la prisa? – dijo claramente nervioso.
- A veces me sorprendes, John… pero otras no – dijo, con tal picardía que John tuvo que quitarse la chaqueta de Sherlock, que aún llevaba puesta. Al hacerlo, tiró de la camisa lo suficiente como para dejar ver un poco su abdomen.
Sherlock soltó un gruñido de placer, y al darse cuenta, su pálido rostro se coloreó. Quiso disimularlo con un golpe de tos, pero era demasiado tarde. John lo miraba con unos ojos dudosos.
La puerta del ascensor se abrió y el menor salió tan rápido que cuando John quiso darse cuenta ya estaba en el baño de la habitación.
El mayor cogió la tarjeta de la puerta - ¡Qué desastre de hombre! – pensó, y cerró la puerta tras él. Nada más andar unos pasos…
- ¿Cama de matrimonio? Sherlock, ¿no especificaste dos camas? – gritó para que Sherlock le oyera desde el baño.
Sherlock se encontraba frente al espejo, intentando calmarse.
- Cálmate, Sherlock, cálmate. Relájate, eso es… ¡maldita sea, esto no funciona!
- ¿Me estás escuchando? – siguió gritando John.
- No es el momento, John – pensaba apoyado en el lavabo. No es para nada el momento de escuchar tu voz, tu dulce voz... Aun cuando gritas me resulta tan hermosa… ¡Oh, no, no! ¡Esto no funcionaaa! – siguió pensando empezando a desesperarse.
John desistió en el intento. En algún momento tendría que salir. Entonces le cantaría las cuarenta.
Decidió tumbarse en la cama para probarla. Estaba muy cansado y, bueno, ya que la tenía, sería un poco tonto desaprovecharla.
Se quitó la ropa, ya sucia de todo el viaje, y empezó a ponerse el pantalón del pijama, cuando Sherlock salió del baño sólo con una toalla en la cintura.
Al verle, John perdió el equilibrio y se dio de bruces contra el suelo. Suerte que era de parquet.

¡España, allá vamos! Cap. 2

Cap. II Los preparativos
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Sherlock despertó con los primeros rayos de sol. Al ver a John en su regazo no pudo evitar darle un pequeño beso en la frente. Con sumo cuidado cogió al soldado entre sus brazos como si fuera de papel y lo llevó hasta su cama. Una vez John estuvo cómodo y Sherlock se hubo asegurado, éste comenzó a escoger ropa a diestro y siniestro.
- Uhm...sí.
- Uhm...no.
- Uhm...tampoco.
Dieron las doce del mediodía en el reloj del salón y John apareció en el umbral de la habitación de su compañero con una mezcla de sueño y desconcierto en su cara.
- ¿Me he perdido un huracán? - dijo al ver la ropa tirada por todos lados.
- Ah, ¿te refieres a esto? Cuando acabe puedes recogerlo.
Al ver cómo la cara del rubio tornaba a pocos amigos se corrigió sobre la marcha.
- E...en cuanto acabe lo recojo - dijo al fin.
Y en la cara de su compañero apareció una sonrisa de satisfacción.
- Ah, por cierto, nos vamos en cinco horas.
John se quedó boquiabierto.
- ¿No nos íbamos la semana que viene?
- Eh...no. En cinco horas. La página de ayer estaba equivocada. No yo, la página.
- Pero tengo que avisar en el trabajo.
- Avisado.
- Y...
- Avisado, avisado y...ah, sí...avisado.
- De...acuerdo. Voy a hacer mi...
- ¡¡¡HECHA!!! - gritó el moreno.


- Sherlock, creo que hemos llegado demasiado pronto.
- Para evitar posibles imprevistos es necesario llegar tres horas antes. Lo he comprobado.
- ¿Comprobado? – pensó John. – No preguntaré. ¿Un té en la cafetería de la esquina?
- Tú invitas.

- Sherlock, ¿qué té ocurre?
Su compañero le había cogido la mano con fuerza.
- Nada - y soltó su mano. Pero ahora fue John quien se la cogió entre las suyas, y Sherlock lo agradeció inmensamente en un cruce de miradas.

¡España, allá vamos! Cap. 1

Cap. I ¡Nos ha tocado!
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- ¡Sherlock, nos ha tocado! – gritó John entrando en la sala con la respiración acelerada.
- ¿El qué? – lo miró extrañado.
- ¡El viaje a España!
- ¿El q… qué? – ahora lo miraba con cara de qué me estás contando.
- La semana pasada me dieron un cupón en el súper para un sorteo. No creí que nos tocara, pero lo rellené. ¡Y el premio era un viaje a España! ¡Qué ilusión!
- Uhm… un país interesante. Tiene una fiesta en verano que llama especialmente mi atención. Creo que se llama Saint George, Sant John… San Juan, eso es. ¿Podemos ir a verla, podemos? – cambió radicalmente su tono de profesor a niño de guardería.
-Claro – dijo con una dulce sonrisa. Disfrutaba con esa faceta de Sherlock. Ésa que sólo él conocía.
De repente, Sherlock desapareció, y se oyó la puerta de su habitación cerrarse tras él. John se quedó pensando si se habría enfadado por algo, pero pronto descartó esa idea. Si hubiese sido así, se lo habría dicho a la cara, es una de las cosas que le gustan de Sherlock, es fácil saber cuando está enfadado. Así que se fue a hacer ganchillo, una nueva afición que le daba algo de paz, que falta le hacía de vez en cuando.
Clic, clac, pum… - Sherlock, ¿qué estás haciendo?
Nadie contestó.
El ruido procedía de la habitación de Sherlock. John golpeó la puerta preocupado.
- ¿Estás bien?
Nadie contestó.
Entonces se le ocurrió una idea.

- ¿Estás bien? Se escuchan ruidos desde tu habitación, ¿qué estás haciendo? – JW

- He descubierto que tenemos que irnos la semana que viene. Tengo asuntos que resolver. - SH

- Saldré para la cena. Prepárame algo rico. – SH

Prefirió no seguir preguntando, no sacaría nada. - Es tan reservado a veces – pensó un poco triste. Pero pronto se animó. Sherlock iba a cenar, tenía hambre. ¡Lo había conseguido!
- Estas oportunidades en la vida no se desaprovechan – exclamó para sí satisfecho.
Pasaron dos horas, tres, cuatro… John se quedó dormido en el sillón. Pero despertó en el sofá tapado con una manta.
Se sentó extrañado y miró a su alrededor. Todavía era de noche. Y lo vio. Tumbado a lo largo del sillón, con la cabeza en el reposabrazos y su mano izquierda colgando hacia el suelo.
Esa imagen del detective despertó en John una ternura desmesurada.
Por un instante, la luz de la luna dejó ver una nota sobre la mesa.

Como no despertabas me he comido también la tuya.
Te he comprado comida china. ¿Me perdonas? – SH

- Cómo no hacerlo – pensó John mientras miraba a su compañero entre sombras.
Su sueño se acababa de esfumar, así que decidió velar al protagonista del mismo.
Lo tapó con la misma manta que antes lo cubría a él y se dejó caer en el suelo, cogiendo suavemente la mano de su compañero, depositándola en su hombro, y acabando acunado sobre el hombre al que adoraba.
- Me despertaré antes que él para… - y el sueño lo abatió de nuevo.

Apendicitis

- Eso no es así.
- Está mal.
- John, te estás llevando media patata...
- Ya cállate Sherlock. Hazlo tú si eres tan listo.
- Trae. Vuelve a las ocho.
John fue a dar una vuelta. Qué otra cosa podía hacer.
Pasó por una tienda de antigüedades y algo llamó su atención.

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Mientras, en casa...
- 1/4 de pollo, no, 1/2 pollo
- Patatas
- Laurel
- Sal
- Pimienta
- Orgasmo, que diga, orégano. En qué estaré pensando - dijo volteando los ojos.
- Sí. Parece que tiene buen aspecto...
- ¡Agh! Definitivamente no sabe como se ve.
- Maldita sea. Son casi las ocho. Qué hago, qué hago... - por primera vez en mucho tiempo no encontraba la solución a un problema.
- Piensa, Sherlock, piensa...
- ¡Ay! Un dolor punzante le desconcentró. Lo cierto es que llevaba varios días con molestias, pero no le había dado importancia. Además, si John se enteraba le obligaría a guardar cama, y eso le aburría terriblemente. Casi prefería el dolor.
Se dispuso a cocinar de nuevo.
- No puede saber peor que antes... - suspiró.
John entró en la casa y fue directo a la cocina. Todo estaba manga por hombro.
- Sherlock, ¿dónde estás? – dijo elevando la voz.
Escuchó cómo alguien le llamaba a lo lejos.
Cuando John le vio, su corazón dio un vuelco.
- Sherlock, ¿qué te pasa? ¿Qué te duele? – su tono expresaba una gran preocupación.
- John... era lo único que alcanzaba a decir.
El menor se encontraba de rodillas junto al inodoro, donde había vaciado su estómago.
- Hay que llevarte al hospital.
- Noo...
- Vamos a ir y sin rechistar – dijo con tono firme. Y no se escuchó nada más.

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Ya en el hospital...
- Ha tenido mucha suerte, Señor Holmes. Hemos tenido que intervenirle de Peritonitis. Si llega a tardar un poco más hubiera muerto. Suerte que vive con el Dr. Watson y lo trajo a tiempo.
La cara de John era un poema. No sólo podía haber perdido a su compañero, algo que le aterrorizaba, sino que, además, siendo médico como era, no se había percatado de la situación.
Cuando el médico se hubo marchado, un Sherlock cabizbajo miraba fijamente sus manos, esperando una lista de reproches que no llegó.
- Le diré a la Señora Hudson que venga a cuidarte. Y acto seguido desapareció tras la puerta.
Sherlock se quedó en shock. No supo qué decir. Cerró los ojos con fuerza esperando que todo fuera un sueño, pero no funcionó.
- Lo he fastidiado todo, de nuevo - pensó.- Ahora John me odiará para siempre, se irá de mi lado y no volveré a verle.
Se maldijo una y otra vez, enfadado consigo mismo. Tenía que haber algo que pudiera hacer, algo... pero qué.
John paró en un parque antes de llegar a casa. Necesitaba pensar sin que nadie le interrumpiera.
- No confía en mí. No confía en mí - gritó más fuerte, tanto que las palomas de su alrededor volaron despavoridas.
- No es su culpa. Él es así.
- Pero duele tanto...
Alzó la mirada y lo vio. No podía ser verdad. Se dirigía a casa, a buscarle seguramente.
John dudó un instante, pero Sherlock se cayó de repente y no hubo más tiempo para dudas.
Se acercó a él con paso acelerado. Se le habían saltado algunos puntos, pero no era vital. Además, estaba consciente.
- J...
- No hables - dijo tajantemente.- Sé que te cuesta confiar en la gente - prosiguió - igual que sé que me quieres tanto como yo a ti. Puede que no entienda cómo funciona tu mente, pero entiendo tu corazón, porque latimos a compás.
Y ahora te llevaré a casa, te curaré, te acostarás, y yo me disculparé con el hospital por haberte escapado. Y sin dejar de mantenerle entre sus brazos, llamó a un taxi.
Sherlock estaba atónito. La verdad es que no tenía fuerzas para discutir, pero aun habiéndolas tenido, tampoco lo habría hecho. Todo lo que le había dicho era verdad, y tenía que admitirlo, aunque no quisiera.
- Me quieres tanto como yo a ti - repetía en su mente una y otra vez de camino a casa.
Desde que John lo hubo metido en el taxi no se habían dirigido la palabra ni la mirada. Era frustrante. Sherlock quería hablar, decirle que tenía razón, que había sido un idiota al no contarle lo que le pasaba... pero tenía miedo, demasiado miedo a un futuro sin John. Por eso calló. Calló mientras le curaba la herida, calló mientras le colocaba el pijama, y calló mientras le arropaba.
- Buenas noches Sherlock – dijo un cansado pero amable John. Por mucho que quisiera, sus enfados eran efímeros, y más tratándose de su compañero.
Pero éste siguió callado. No parecía él mismo. Y John lo supo, como siempre lo había sabido.
Se tumbó junto a Sherlock, lo abrazó, y éste se dejó hacer, acurrucándose en el pecho del soldado.
John besó su frente y le dijo con la voz más dulce que Sherlock hubo escuchado a lo largo de su vida:
Nunca te abandonaré, siempre te querré, y si tú no puedes hacérmelo saber, yo lo haré por los dos.
Y Sherlock se acercó a sus labios, cerrando el trato con sabor a té.

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Al día siguiente…
- Lo había olvidado. Ayer vi esto y… pensé que te gustaría.
Sherlock saltó a su lado y lo cogió como un ninja.
- ¡Sherlock, no saltes! ¡Qué voy a hacer contigo! – dijo resignado negando con la cabeza, pero feliz al ver que volvía a ser el de siempre.
- No te preocupes, mi médico sabe cómo curarme – dijo burlón mientras abría la cajita. – Oh, qué bonito… ¿qué es? – preguntó intrigado señalando el interior.
- Es un puzle de ingenio. Pero como no comas, duermas y te dejes curar te lo confisco – dijo con tono serio.
- De acuerdo. Lo prometo – dijo imitando el tono de John. Y lo agradeció con un fresco beso deseado desde el despertar. Cuando el mayor abrió los ojos, lo vio ya en el sofá, tumbado cuan largo era, jugando con total concentración.
- ¡Qué he hecho! – dijo entre risas bajas.

Te echo de menos

John está el fin de semana en Cardiff por trabajo. La señora Hudson está en casa de su hermana. Sherlock no tiene ningún caso, y se aburre.

- Me aburro – SH
- Me aburrooo – SH
- Me muerooo – SH
- No, sólo era más aburrimiento – SH

John mira el móvil por enésima vez. Sherlock no deja de escribirle SMSs absurdos y no puede concentrarse. Está en una conferencia y le van a llamar la atención.

- ¡Maldita sea, Sherlock! Yo también te echo de menos, pero no te ando incordiando – JW

No recibió más mensajes en todo el día.
Por la noche, cuando llegó al hotel donde se alojaba, empezó a preocuparse. Era realmente extraño que Sherlock estuviera tanto tiempo sin hacer eco de su aburrimiento.

- ¿Te encuentras bien? – JW
- No me asustes – JW

Pasaron las horas y no obtuvo respuesta. Estuvo toda la noche sin dormir.
Nada más amanecer, dejó una nota en recepción disculpándose por problemas familiares y cogió el primer tren a Londres.
Cuando entró en casa, todo estaba extrañamente silencioso. Buscó a Sherlock por cada habitación, y al no encontrarlo, fue a su dormitorio a dejar la maleta.
Llamaría a Scotland Yard enseguida. Con suerte estaría en un caso. Pero no hizo falta.
Desde el umbral de puerta vio una silueta sobre su cama, y lo supo.
Se acercó sin hacer ruido hasta él y le vio, tendido sobre las sábanas, abrazando la almohada, y lo más importante, respirando.
John, aliviado, esbozó una pequeña sonrisa, pero pronto se desvaneció. Notó que la cara de Sherlock mostraba restos de lo que hacía no mucho habían sido lágrimas.
La tristeza empezó a conquistar su corazón, y su mano se dirigió casi automáticamente hacia su rostro, dibujando con sus dedos el camino ya pintado.
Con cuidado de no despertarle, le dio un casto beso en la comisura de los labios, y aprovechó para mirar cómo dormía, tan bello y callado.
- ¡Te he echado tanto de menos, mi querido Sherlock! – dijo casi para sí.

¿Sólo un masaje? Sí, claro

Y ahí estaba yo, sentado en el sillón, pues el sofá, aunque desocupado, estaba fuera de mi alcance. Una vez intenté sentarme, de hecho me senté, pero enseguida llegó mi afable compañero y me echó de él a culetazos.
No es que no sea simpático, aunque no es su fuerte, sólo es… diferente.
Y allí estaba él, frente a la ventana, dándome la espalda, mirando la luz tenue de la farola que iluminaba la casa… Algo maquinaba, lo sabía, estaba seguro, como si lo conociera… como que lo conozco.
- John, me duele la espalda, dame un masaje.
¿Qué le dé un masaje? ¿Me lo está ordenando? Pues claro que lo está haciendo.
Pensé por un instante en decirle: -Si no durmieras en el sofá no estarías en esta situación- , pero era gastar saliva a lo tonto, así que obvié mi propio pensamiento y dije, junto con un suspiro:
- Claro, ¿por qué no? ¿Dónde quieres que te lo dé?
- En la espalda, ¿dónde quieres hacérmelo?
Me sonrojé por un momento. De pronto, sus brillantes ojos grises me parecieron más brillantes que nunca, quizá porque estaban penetrando los míos.
- ¿Tienes calor? ¿Quieres que baje la calefacción? Me dijo con toda serenidad, sin apartar sus grandes ojos de mí, los cuáles parecían preocupados de verdad.
- No, no… estoy… bien. Dije desviando la mirada hacia el suelo.
Pero, ¿por qué estaba sonrojado? ¿Qué pasaba por mi cabeza?
Sin previo aviso, sentí una presión en mi espalda. Giré la cabeza para ver qué era, y ahí estaban esos ojos otra vez.
- Pensé que sería buena idea darte el masaje a ti primero. ¿No te importa, verdad?
- No… claro que no…
¡Claro que sí, claro que sí! – gritaba mi cerebro. Pero no pude decir ni pensar nada más, aun estando rojo todavía, todo hay que decirlo, como un tomate sin control, porque giró suavemente mi cara hacia el frente y empezó con el improvisado masaje.
Me quedé mirando al infinito. No podía moverme. Sentía su respiración en mi nuca, cálida y rítmica, sus manos sobre mis hombros, su corazón sobre mi espalda.
Y sin quererlo, sin pensarlo, sin poder controlarlo, un gruñido de placer salió de mi boca.
Oh, no, no… Quería desaparecer, enterrar mi cabeza en el suelo como un avestruz. No podía ser verdad, tenía que ser un sueño, tenía…
¡Toc, toc! – la puerta sonó de repente.
- ¡Voy yo! – dije rápidamente, aprovechando para salir de esa situación en la que estaba perdiendo el control cada vez más.
- Hola John. Veo que te alegras de verme – dijo con su sonrisa socarrona.
- No creas, Mycroft. Y la puerta se cerró en sus narices. Pero no había sido yo.
Me giré sobre mí mismo, y antes que pudiera darme cuenta, de verle siquiera, sus labios se posaron sobre mí en una fusión perfecta.
Mi cuerpo continuó con lo que había empezado, y el beso, ese beso…

Sherlock tattoo

Sherlock llevaba fuera toda la mañana, algo que no me preocupaba, pues solía salir sin avisar.
De repente escuché la puerta cerrarse cuidadosamente, algo extraño, pues no era de los que se preocupaban por no hacer ruido precisamente.
- Oh, ya estás despierto.  ¡Buenos días! Prepárame un té. Y depositó un dulce y rápido beso en mis labios.
- Claro, dije como algo mecánico y habitual.
Como siempre, se tumbó en el sofá con mi laptop, y comenzó a leer, pero a mí ya no me importaba, si es que en algún momento lo hizo. Tenerlo cerca y a salvo lo compensaba todo.
- Estás de muy buen humor hoy ¿por qué? – le pregunté.
-¿Es que uno no puede tener un buen día? – contestó poniendo los ojos en blanco.
- No, quiero decir, sí, claro. Sólo es curioso. No tienes ningún caso entre manos ahora mismo y estás tan… sereno.
- ¿Por qué piensas que no tengo ningún caso? – dijo entornando un poco los ojos.
-  Porque lo estás buscando por Internet ahora mismo. Pero aun así tienes algo en la cabeza, porque si no estarías subiéndote por las paredes.
Era fascinante como John podía llegar a conocerme tan bien. Puede que fuera fruto de la teína, pero en ese momento su cuerpo me resultó gratamente provocador.
Me acerqué a él, que estaba sentado junto a mis pies en el sofá, y deslicé un dedo por su mejilla hasta la comisura de sus labios, mientras mi otra mano comenzaba acariciándole su pelo y acababa en su espalda.
Sus manos se entrelazaron en mi cuerpo, bajando lentamente hacia la cadera, mientras notaba ya su aliento en mi boca…
- ¿Qué ha pasado? ¿Te he hecho daño? ¿Estás herido?
- Estoy perfectamente, John. No te preocupes – añadí al ver en su cara que mi respuesta había sido demasiado dura.
Él siempre se preocupaba por mí, arreglaba mis desastres y cuidaba de mí. Se merecía una vida que yo no podía darle, pero que por él intentaría.
Sin darme cuenta su mano estaba ya levantando mi camisa por el costado izquierdo. Su cara era una mezcla de asombro, incredulidad y burla.
- ¡Éste soy yo! – gritó emocionado. ¡Y tú! Y… ¡oh!
- Así es, John – dije mientras desviaba la mirada para no encontrarme con la suya.
- No te avergüences. Son unas siluetas muy bonitas. Tal vez yo me haga uno – sonrió.
Una aliviada sonrisa por mi parte acompañó a la suya, hasta que se transformó en un quejido cuando uno de sus dedos tocó el dibujo.
Pero no duró demasiado, porque aprovechó que había abierto la boca para sellármela con unos cálidos labios, introduciendo en mí su lengua en un beso que fue a más y a más.

Kawaii Cute Kaoani Writing Poem