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Sherlock corrió hasta donde se encontraba.
Sherlock corrió hasta donde se encontraba.
- ¿Te has hecho daño? - dijo
elevando un poco la barbilla de John. Y el tiempo se paró, envueltos en un
silencio tan sólo roto por un quejido.
- ¡Ay! - dijo John suavemente sin
apartarse de su mano.
Sherlock se inclinó más aún hacia
él, tanto que dejó que se entreabriera un poco la toalla que le cubría.
John se agobió de pronto y se
alejó de él, quedándose sentado donde estaba.
Sherlock, a su vez, se dejó caer
en el suelo, tumbado boca arriba, con la mano que antes sostenía el rostro de John,
ahora cubriendo el suyo.
Pero estaban demasiado cansados
para pensar, cenar o cualquier cosa, así que sólo durmieron.
Sherlock se quedó en la misma
posición, pero John, aún un poco sin saber qué hacer, apoyó su cabeza en el colchón,
y ahí, por fin se durmió.
Era aún de noche cuando John
despertó, todo dolorido por la mala postura, cuando vio a Sherlock en el mismo
lugar, pero ahora acurrucado por el frío. Pensó en subirlo a la cama, pero
dudaba si podría con él, así que para no despertarle se quitó la camisa y
cubrió el torso del menor. Se quitó el cinturón para no hacerle daño y lo
abrazo para darle calor, acomodándolo en su omóplato.
- Te ves tan dulce así - pensó
para sí. Y volvió a dormirse.
Salían los primeros rayos de sol
cuando John abrió los ojos de nuevo, pero esta vez encontró los de su compañero
bien abiertos, mirándole.
Sherlock acercó su mano hacia el
labio de John esta vez.
- Está hinchado - dijo mirándolo
fijamente como cuando lo hacía por el microscopio. Y se levantó para ir hasta
el congelador del mueble bar y volver en un abrir y cerrar de ojos con una
bolsa con hielo.
- Ven - dijo acercándose de nuevo
hasta él, con la mano izquierda sobre su pómulo derecho y la derecha con la
bolsa sobre la herida con la mayor delicadeza posible.
Entonces Sherlock depositó un
profundo beso donde antes se encontraba su mano, acompañado de algo más.
- ¿Lágrimas? - pensó John. No
entendía nada.
Sherlock se encerró en el baño,
de nuevo. Las lágrimas caían por la comisura de sus labios, que no paraban de
decir casi para sí: - no puedo, no puedo..., mientras su mente le atormentaba
con: te quiero, te quiero...
Mientras, John seguía como si
estuviera clavado al suelo. Tenía en una mano la bolsa con el hielo, y la otra
donde segundos antes había estado la de Sherlock.
Tal era el desacuerdo entre la
cabeza y el corazón del moreno que su mente no pudo más, y se reseteó.
- ¿Dónde estoy? - se pregunto a
sí mismo en el mismo baño donde se hallaba desde hacía ya un buen rato.
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Salió del baño exactamente igual
a como entró en él, con la toalla en la cintura, pero con un rostro más sereno.
- John, prepárame un té - dijo
como de costumbre.