No es que no sea simpático,
aunque no es su fuerte, sólo es… diferente.
Y allí estaba él, frente a la
ventana, dándome la espalda, mirando la luz tenue de la farola que iluminaba la
casa… Algo maquinaba, lo sabía, estaba seguro, como si lo conociera… como que
lo conozco.
- John, me duele la espalda, dame
un masaje.
¿Qué le dé un masaje? ¿Me lo está
ordenando? Pues claro que lo está haciendo.
Pensé por un instante en decirle:
-Si no durmieras en el sofá no estarías en esta situación- , pero era gastar
saliva a lo tonto, así que obvié mi propio pensamiento y dije, junto con un
suspiro:
- Claro, ¿por qué no? ¿Dónde
quieres que te lo dé?
- En la espalda, ¿dónde quieres
hacérmelo?
Me sonrojé por un momento. De
pronto, sus brillantes ojos grises me parecieron más brillantes que nunca,
quizá porque estaban penetrando los míos.
- ¿Tienes calor? ¿Quieres que
baje la calefacción? Me dijo con toda serenidad, sin apartar sus grandes ojos
de mí, los cuáles parecían preocupados de verdad.
- No, no… estoy… bien. Dije
desviando la mirada hacia el suelo.
Pero, ¿por qué estaba sonrojado?
¿Qué pasaba por mi cabeza?
Sin previo aviso, sentí una
presión en mi espalda. Giré la cabeza para ver qué era, y ahí estaban esos ojos
otra vez.
- Pensé que sería buena idea
darte el masaje a ti primero. ¿No te importa, verdad?
- No… claro que no…
¡Claro que sí, claro que sí! –
gritaba mi cerebro. Pero no pude decir ni pensar nada más, aun estando rojo
todavía, todo hay que decirlo, como un tomate sin control, porque giró
suavemente mi cara hacia el frente y empezó con el improvisado masaje.
Me quedé mirando al infinito. No
podía moverme. Sentía su respiración en mi nuca, cálida y rítmica, sus manos
sobre mis hombros, su corazón sobre mi espalda.
Y sin quererlo, sin pensarlo, sin
poder controlarlo, un gruñido de placer salió de mi boca.
Oh, no, no… Quería desaparecer,
enterrar mi cabeza en el suelo como un avestruz. No podía ser verdad, tenía que
ser un sueño, tenía…
¡Toc, toc! – la puerta sonó de
repente.
- ¡Voy yo! – dije rápidamente,
aprovechando para salir de esa situación en la que estaba perdiendo el control
cada vez más.
- Hola John. Veo que te alegras
de verme – dijo con su sonrisa socarrona.
- No creas, Mycroft. Y la puerta
se cerró en sus narices. Pero no había sido yo.
Me giré sobre mí mismo, y antes
que pudiera darme cuenta, de verle siquiera, sus labios se posaron sobre mí en una
fusión perfecta.
Mi cuerpo continuó con lo que
había empezado, y el beso, ese beso…
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