viernes, 29 de junio de 2012

¡España, allá vamos! Cap. 3

Cap. III Bueno, ¡bienvenido a España!
___________________________________________________________________
Ya en el aeropuerto de Valencia...
- Bueno, ¡bienvenido a España! Valencia dijiste, ¿no? Muy bonito. Vaya, hace un poco de frío.
- Ya te dije, John, que no te fiaras de los tópicos. Por eso, en vez de leer tu libro “Foreigners in Spain one week” investigué por internet… y miré el Meteosat.
John sintió cómo la calidez le envolvía. Era Sherlock, que se había quitado su chaqueta para cubrir ahora sus hombros, porque no soporta verle pasar frío… ni calor, ni hambre… ni nada que le lastime.
- ¿Co… cogemos un taxi? – dijo John algo nervioso. – ¡Taxi!
 - ¿Dónde les llevo? – preguntó un taxista un tanto ansioso.
- Avenida de los Naranjos, por favor. John se quedó pasmado. ¿Desde cuándo sabía Sherlock español? ¿Qué más no sabía de Sherlock? Dejó de pensar en eso. La lista sería interminable.
- He leído en revistas de divulgación que a mayor dominio del idioma menor es el timo por parte de los taxistas – dijo en voz baja.
- Baje la primera a la derecha y la segunda a la izquierda.
- ¿Te sabes el mapa de la ciudad? Asombroso. Sherlock sonrió orgulloso.
- A 100 metros gire de nuevo a la izquierda…
- ¿Si sabe cómo llegar por qué no va en autobús, caballero? – respondió el taxista ante las continuas indicaciones de Sherlock.
- Porque este tipo de transporte es más cómodo, aunque puede que más caro, dependiendo de las ganas con las que se haya levantado de tomarnos el pelo.
- ¡Mire! – gritó el taxista exasperado. ¡Págueme la carrera, bájese del coche y desaparezca de mi vista!
Sherlock le pagó de mala gana y salió como alma que lleva el diablo hacia algún lugar.
John sólo se limitó a seguirle. No entendía nada, sólo hablaban en español, pero por las caras, y conociendo la relación de Sherlock con los taxistas, el resto podía imaginárselo.
- Por algo tengo que llamarles yo siempre – suspiró mientras caminaba a marcha forzada para alcanzar al detective.
Por suerte el hotel no estaba muy lejos.
- ¿Qué desean? – dijo un atento recepcionista.
- Tenemos una reserva de siete días a nombre de John Watson.
- Así es. Habitación 473. ¡Qué pasen una buena estancia!
- Gracias – acerté a decir. No entendía nada, sólo mi nombre. Esperaba que todo fuera bien.
- Todo va bien, John – dijo Sherlock transmitiendo tanta tranquilidad que me quedé embobado.
- John, ¿subes o te quedas?
Sherlock ya se encontraba en el ascensor.
- Subo, subo… - Bájate, bájate – pensó sonrojado por la situación.
- ¿Qué te p…?
- ¡Nada! ¡Dale al botón! ¿Dónde está la prisa? – dijo claramente nervioso.
- A veces me sorprendes, John… pero otras no – dijo, con tal picardía que John tuvo que quitarse la chaqueta de Sherlock, que aún llevaba puesta. Al hacerlo, tiró de la camisa lo suficiente como para dejar ver un poco su abdomen.
Sherlock soltó un gruñido de placer, y al darse cuenta, su pálido rostro se coloreó. Quiso disimularlo con un golpe de tos, pero era demasiado tarde. John lo miraba con unos ojos dudosos.
La puerta del ascensor se abrió y el menor salió tan rápido que cuando John quiso darse cuenta ya estaba en el baño de la habitación.
El mayor cogió la tarjeta de la puerta - ¡Qué desastre de hombre! – pensó, y cerró la puerta tras él. Nada más andar unos pasos…
- ¿Cama de matrimonio? Sherlock, ¿no especificaste dos camas? – gritó para que Sherlock le oyera desde el baño.
Sherlock se encontraba frente al espejo, intentando calmarse.
- Cálmate, Sherlock, cálmate. Relájate, eso es… ¡maldita sea, esto no funciona!
- ¿Me estás escuchando? – siguió gritando John.
- No es el momento, John – pensaba apoyado en el lavabo. No es para nada el momento de escuchar tu voz, tu dulce voz... Aun cuando gritas me resulta tan hermosa… ¡Oh, no, no! ¡Esto no funcionaaa! – siguió pensando empezando a desesperarse.
John desistió en el intento. En algún momento tendría que salir. Entonces le cantaría las cuarenta.
Decidió tumbarse en la cama para probarla. Estaba muy cansado y, bueno, ya que la tenía, sería un poco tonto desaprovecharla.
Se quitó la ropa, ya sucia de todo el viaje, y empezó a ponerse el pantalón del pijama, cuando Sherlock salió del baño sólo con una toalla en la cintura.
Al verle, John perdió el equilibrio y se dio de bruces contra el suelo. Suerte que era de parquet.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Kawaii Cute Kaoani Writing Poem