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Sherlock despertó con los
primeros rayos de sol. Al ver a John en su regazo no pudo evitar darle un
pequeño beso en la frente. Con sumo cuidado cogió al soldado entre sus brazos
como si fuera de papel y lo llevó hasta su cama. Una vez John estuvo cómodo y
Sherlock se hubo asegurado, éste comenzó a escoger ropa a diestro y siniestro.
- Uhm...sí.
- Uhm...no.
- Uhm...tampoco.
Dieron las doce del mediodía en
el reloj del salón y John apareció en el umbral de la habitación de su compañero
con una mezcla de sueño y desconcierto en su cara.
- ¿Me he perdido un huracán? -
dijo al ver la ropa tirada por todos lados.
- Ah, ¿te refieres a esto? Cuando
acabe puedes recogerlo.
Al ver cómo la cara del rubio
tornaba a pocos amigos se corrigió sobre la marcha.
- E...en cuanto acabe lo recojo -
dijo al fin.
Y en la cara de su compañero
apareció una sonrisa de satisfacción.
- Ah, por cierto, nos vamos en
cinco horas.
John se quedó boquiabierto.
- ¿No nos íbamos la semana que
viene?
- Eh...no. En cinco horas. La
página de ayer estaba equivocada. No yo, la página.
- Pero tengo que avisar en el
trabajo.
- Avisado.
- Y...
- Avisado, avisado y...ah,
sí...avisado.
- De...acuerdo. Voy a hacer mi...
-
¡¡¡HECHA!!! - gritó el moreno.
- Sherlock, creo que hemos
llegado demasiado pronto.
- Para evitar posibles
imprevistos es necesario llegar tres horas antes. Lo he comprobado.
- ¿Comprobado? – pensó John. – No
preguntaré. ¿Un té en la cafetería de la esquina?
- Tú
invitas.
- Sherlock, ¿qué té ocurre?
Su compañero le había cogido la
mano con fuerza.
- Nada - y soltó su mano. Pero
ahora fue John quien se la cogió entre las suyas, y Sherlock lo agradeció
inmensamente en un cruce de miradas.
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