Cap. VII El embrujo
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Búhos, lechuzas, sapos y brujas.
Demonios maléficos y diablos, espíritus de
las nevadas vegas.
Cuervos, salamandras y meigas, hechizos de
las curanderas.
Podridas cañas agujereadas, hogar de gusanos
y de alimañas.
Fuego de las almas en pena, mal de ojo, negros
hechizos, olor de los muertos, truenos y rayos.
Ladrido del perro, anuncio de la muerte;
hocico del sátiro y pie del conejo.
Pecadora lengua de la mala mujer casada con
un hombre viejo.
Infierno de Satán y Belcebú, fuego de los
cadáveres en llamas, cuerpos mutilados de los
indecentes, pedos de los infernales culos,
rugido de la mar embravecida.
Vientre inútil de la mujer soltera, maullar
de los gatos en celo, pelo malo y sucio de la cabra
mal parida.
Sherlock y
John se miraron curiosos, pero volvieron la mirada al frente cuando la chica
prosiguió.
Con este cazo levantaré las llamas de este
fuego que se asemeja al del infierno, y huirán las
brujas a caballo de sus escobas, yéndose a
bañar a la playa de las arenas gordas.
¡Oíd, oíd! los rugidos que dan las que no
pueden dejar de quemarse en el aguardiente
quedando así purificadas.
Y cuando esta queimada baje por nuestras
gargantas, quedaremos libres de los males de
nuestra alma y de todo embrujamiento.
Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego, a
vosotros hago esta llamada: si es verdad que tenéis
más poder que la humana gente, aquí y ahora,
haced que los espíritus de los amigos que
están fuera, participen con nosotros de esta
queimada.
Todos los
presentes bebieron un chupito de aguardiente, que quemaba como fuego en sus
gargantas.
- ¡El fuego
quema y el agua purifica! - gritó por último la chica, y todos fueron directos
al agua. Sherlock tiró de John, todavía cogido de su mano, y ambos zambulleron
en el agua helada hasta el último poro de su cuerpo.
Quizá fue San
Juan, quizá el aguardiente, quizá la emoción, o quizá la suerte, cuando sus
cuerpos se rozaron, sus ojos se encontraron, sus manos se entrelazaron, sus
miembros entraron en contacto y sus labios pasaron a la acción, buscándose y
encontrándose, explorándose y descubriéndose, sintiendo lo que tanto tiempo
habían estado esperando, incluso sin saberlo. Y se fusionaron en un solo,
cogiendo aire sólo cuando sus pulmones casi ardían, y volviendo enseguida al
trabajo ya empezado, desatados, apasionados, saboreando cada rincón de sus
cuerpos... y la Luna elevó la marea hasta la tienda de campaña, y ambos
acabaron dentro casi sin darse cuenta, hasta que el Sol les saludó por el
horizonte.
- Mmm...
Buenos días - dijo Sherlock aún adormilado.
- Buenos días
- dijo John con mejor despertar, abrazando al más alto, que se encontraba
recostado sobre su pecho. Acariciaba sus rizos azabaches, apartándolos de su
suave frente, una y otra vez, lentamente, como si el tiempo no pasara...
- ¡Beso! -
pidió el menor casi entre susurros, y John, gustoso, rozo los labios de su
ahora amante, enlazando sus lenguas en un gemido ahogado.
Ahora era John
el que se encontraba entre los brazos de Sherlock, encima de éste, tan cerca...
- ¿Me quieres?
- dijo Sherlock aún medio dormido, con un brillo en los ojos que John hacía
mucho que no veía.
- John se
acercó a sus labios y le dijo en un susurro: ¿lo dudas?
Y comenzaron
de nuevo los abrazos, los suspiros, los encuentros...
- ¡Perdonen,
es hora de desalojar la playa, vayan terminando!
- Váyase a...
- Enseguida
salimos, agente - dijo John apretando la mano de su compañero, quién entendió
el mensaje y apretó los labios con fuerza. Pero se vengó con un pequeño bocado
en el cuello.
- ¡Ay! ¿Pero
qué haces? - dijo John masajeándose la zona dolorida.
- ¡Venganza! -
dijo sacando la lengua.
Ya en el hotel...
- Sherlock,
has hecho ya la... ¡Sherlock, levántate del sofá, que tenemos que irnos!
El moreno
parecía haber entrado en su palacio mental, así que John, tras un largo
suspiro, comenzó a hacer la maleta de éste.
- ¿Qué haces
con mi maleta? - preguntó el menor apareciendo por detrás y envolviéndole en un
cálido abrazo.
- Lo que tú no
haces - le dijo su compañero mirándole con cara de enfado.
- No te
enfades - dijo deslizando sus brazos hasta cubrirlo por completo, y resbalando
sus labios hasta besar su cuello.
- No hagas
eso, sabes que no puedo resistirme - dijo John algo acalorado, dejándose
llevar.
- Espera un
momento - dijo ahora un poco más serio mientras se desenredaba de los brazos
del moreno.
- ¿Qué ocurre?
- dijo Sherlock algo asustado ante el cambio de actitud repentina.
- ¡Escúchate!
- siguió diciendo John, mientras la alegría ganaba terreno a la seriedad.
- ¿Qué tengo
que escuchar? - respondió Sherlock algo desubicado.
- ¡Ya no
hablas en español! ¡Mírate, vuelves a hablar en inglés! - dijo saltándosele las
lágrimas.
- No sabes lo
mal que lo he pasado, incluso con el diccionario de español para dummies, que
ya te vale... - dijo cambiando el tono a uno de reprimenda en esta última
frase.
Sherlock sólo
lo envolvió de nuevo entre sus brazos, pues, aun sabiendo que su impotencia
había sido equiparable a la de John, ahora mismo era precisamente su John el
que le necesitaba. Por eso, dejó su necesidad de atención a un lado para
dedicarse a él por completo.
- ¡Sherlock,
vamos a perder el avión! - dijo John aún entre sus brazos.
- Mmm... Un
ratito más...- dijo el moreno sintiéndolo bajo su piel.
Y John no
podía decirle que no. Se estaba tan bien...
Ya en el aeropuerto...
- ¡No
llegamos, no llegamos...! - gritaba John de camino a la terminal.
- ¡Qué sí
llegamos! ¡Mira, queda media hora! - dijo Sherlock señalando un panel
informativo.
Ya en el avión...
- ¡Por los
pelos, siempre corriendo, esto no puede ser sano...! - protestaba John, casi
sin aire, inclinado hacia delante y con las manos en las rodillas.
- ¡Qué
exagerado! - dijo Sherlock, con la atención centrada en encontrar un buen
sitio.
John se
disponía a contestarle cuando el moreno le cogió de la mano y de llevó
suavemente hasta su asiento.
- ¡Me pido
ventana! - dijo el menor saltando el asiento de John para llegar hasta el suyo.
El posible
enfado de John se evaporó, como siempre.
- Cómo voy a
enfadarme con él... - pensaba con una pequeña sonrisa formada en sus labios, mientras
veía a un Sherlock ensimismado con lo que veía por la ventanilla.
En el viaje de
vuelta Sherlock hablaba y hablaba sin parar, saltando de un tema a otro, tanto
que a John iba a estallarle la cabeza.
Dedujo que
estaría nervioso, pero al que iba a darle un ataque de nervios era a él, que
estaba a su lado. Así que pensó en algo. Quizá no funcionaría, pero por
intentarlo…
Dejó caer su
cabeza sobre el hombro de Sherlock, y éste, al verlo tan acomodado, decidió
callarse para que durmiera.
- ¡Bien, ha
funcionado, ha funcionado! - pensó entusiasmado el mayor, esforzándose para
mantener la serenidad de su rostro.
-Siempre
consigues lo que quieres - pensó el menor, quedándose dormido sobre la cabeza
de John, su John.
Ya en Baker Street...
- Sheeerlooock
- gritó John desde el salón. ¿Qué le has hecho a la tele?
- Nada - dijo
éste disimulado desde la cocina.- ¿Un té?