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- ¡Ay! - se quejó Sherlock al
sentir cómo los platos se rompían en su pie.
A John le costó unir el hilo de
acontecimientos que estaba viviendo.
- Lo... siento - dijo al fin, aún
paralizado.
- Lo siento, lo siento, lo... -
decía una y otra vez como un disco rayado mirando el pie ensangrentado de su
compañero, hasta que éste posó firmemente sus manos sobre sus hombros y le hizo
parar.
- Deja de sentirlo y cúrame,
doctor - dijo con voz cortante.
- Sí, claro, te ayudo...
- Con que me dejes apoyarme en ti
hasta el sofá me vale - dijo el moreno en el mismo tono, cogiéndole por el
hombro sano.
Una vez sentado en el sofá,
todavía desnudo y sin cojín, mantuvo el pie herido en equilibrio hasta que John
le puso una banqueta debajo.
Y, abriendo su maletín, que
siempre tenía a mano, comenzó a limpiarle la herida.
- No vas a ponerme eso - dijo
Sherlock al ver que John pretendía atravesarle el pie con una aguja enorme.
- Es anestesia local. No me digas
que te asustan las agujas - dijo el mayor con burla.
El moreno apretó los labios y
giró la cara enfadado, para no ver cómo se la clavaba.
Pero John lo hizo con tanto
cuidado para no hacerle daño que cuando acabó de suturar Sherlock seguía en la
misma posición, desnudo aún, aunque eso no parecía importarle ya a ninguno de
los presentes.
- Te cambiaré la venda antes de
dormir. Voy a hacer la compra, ahora que corre un soplo de aire – dijo John
cerrando el maletín.
- Sherlock hizo ademán de
levantarse, pero se quedó en intento cuando John se dio cuenta.
- No se te ocurra apoyar el pie,
ni levantarte a pata coja, ni arrastrarte por el suelo, ni llamar a la señora
Hudson para apoyarte en ella... ¡Te lo advierto, Sherlock! - sentenció John,
cogiendo aire de nuevo al terminar la frase.
Por un momento el moreno no
respondió, hasta que el rubio volvió a hablar.
- ¿Quieres que te traiga algo,
aparte de leche? - preguntó John, que todavía no había escarmentado con la
pregunta de la cocina.
- Mmm... ¡cereales! - dijo
Sherlock aún distraído.
- De acuerdo. ¡No muevas la
pierna! - dijo de nuevo el mayor, abriendo la puerta.
- ¡Con leche! - gritó el más alto
para que pudiera escucharle.
- ¡Qué obsesión más insana! ¡Si
fuera la única...! - suspiró John saliendo de la casa.
Mientras se encaminaba hacia el
supermercado, a no más de quinientos metros, por suerte para él, no podía dejar
de pensar en su compañero y amigo.
- Y nada más, ¿verdad? Porque yo
no soy gay, sólo he tenido novias... aunque siempre ha acabado mal la
historia... Pero aunque fuera gay, que no lo soy, una relación con Sherlock
sería imposible...- y se quedó pensando la última frase.
Una relación. ¿No era eso lo que
tenían? Todos lo pensaban, incluso la señora Hudson, y el primer día, sin
conocerlo siquiera. ¿Tenía un cartel de neón en la espalda y era el único que no
se había dado cuenta?
Pero cuando volvió a Baker Street
el panorama le golpeó de frente. Sherlock se encontraba ahora tumbado en el
sofá donde hacía un rato estaba sentado, con los ojos cerrados, y su mano
derecha subiendo y bajando alrededor de su miembro endurecido, un poco
coloreado, bañado por un líquido transparente que llegaba hasta sus dedos.
- ¿Pero qué…? - gritó John,
sorprendido al verlo en esa situación, dejando caer esta vez las bolsas de la
compra.
- ¡Vamos, John! ¡No finjas que tú
no lo haces nunca! - dijo Sherlock con mofa y una mueca de placer.
- No voy a contestarse a eso –
respondió el mayor, en un intento por esquivar la pregunta.
- Deberías dejar de tirar cosas -
siguió el moreno, obviando el comentario y mirando la comida desparramada por
el suelo.
- Te ayudaría, pero...- dijo
ahora bajando la mirada hasta su pie lastimado.
- Ni aunque lo tuvieras sano...-
farfulló John, recogiendo las cosas del suelo y llevándolas a la cocina.
- ¿Sigues molesto por lo de
antes? - dijo Sherlock elevando la voz y girando un poco la cabeza para poder
ver la cara de su compañero.
- ¿Lo de antes? - dijo disimulado
John, aún colocando la compra.
- ¡Oh, venga, John! ¡No te hagas
el loco! - dijo Sherlock poniendo los ojos en blanco.
Ante la falta de respuesta por
parte del mayor, el menor siguió con su discurso.
- ¡Para tu tranquilidad... era
una broma! - mintió el moreno.
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