martes, 31 de julio de 2012

Olaza de calor Cap. 2

Cap. II Sorpresas
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- ¡Ay! - se quejó Sherlock al sentir cómo los platos se rompían en su pie.
A John le costó unir el hilo de acontecimientos que estaba viviendo.
- Lo... siento - dijo al fin, aún paralizado.
- Lo siento, lo siento, lo... - decía una y otra vez como un disco rayado mirando el pie ensangrentado de su compañero, hasta que éste posó firmemente sus manos sobre sus hombros y le hizo parar.
- Deja de sentirlo y cúrame, doctor - dijo con voz cortante.
- Sí, claro, te ayudo...
- Con que me dejes apoyarme en ti hasta el sofá me vale - dijo el moreno en el mismo tono, cogiéndole por el hombro sano.
Una vez sentado en el sofá, todavía desnudo y sin cojín, mantuvo el pie herido en equilibrio hasta que John le puso una banqueta debajo.
Y, abriendo su maletín, que siempre tenía a mano, comenzó a limpiarle la herida.
- No vas a ponerme eso - dijo Sherlock al ver que John pretendía atravesarle el pie con una aguja enorme.
- Es anestesia local. No me digas que te asustan las agujas - dijo el mayor con burla.
El moreno apretó los labios y giró la cara enfadado, para no ver cómo se la clavaba.
Pero John lo hizo con tanto cuidado para no hacerle daño que cuando acabó de suturar Sherlock seguía en la misma posición, desnudo aún, aunque eso no parecía importarle ya a ninguno de los presentes.
- Te cambiaré la venda antes de dormir. Voy a hacer la compra, ahora que corre un soplo de aire – dijo John cerrando el maletín.
- Sherlock hizo ademán de levantarse, pero se quedó en intento cuando John se dio cuenta.
- No se te ocurra apoyar el pie, ni levantarte a pata coja, ni arrastrarte por el suelo, ni llamar a la señora Hudson para apoyarte en ella... ¡Te lo advierto, Sherlock! - sentenció John, cogiendo aire de nuevo al terminar la frase.
Por un momento el moreno no respondió, hasta que el rubio volvió a hablar.
- ¿Quieres que te traiga algo, aparte de leche? - preguntó John, que todavía no había escarmentado con la pregunta de la cocina.
- Mmm... ¡cereales! - dijo Sherlock aún distraído.
- De acuerdo. ¡No muevas la pierna! - dijo de nuevo el mayor, abriendo la puerta.
- ¡Con leche! - gritó el más alto para que pudiera escucharle.
- ¡Qué obsesión más insana! ¡Si fuera la única...! - suspiró John saliendo de la casa.
Mientras se encaminaba hacia el supermercado, a no más de quinientos metros, por suerte para él, no podía dejar de pensar en su compañero y amigo.
- Y nada más, ¿verdad? Porque yo no soy gay, sólo he tenido novias... aunque siempre ha acabado mal la historia... Pero aunque fuera gay, que no lo soy, una relación con Sherlock sería imposible...- y se quedó pensando la última frase.
Una relación. ¿No era eso lo que tenían? Todos lo pensaban, incluso la señora Hudson, y el primer día, sin conocerlo siquiera. ¿Tenía un cartel de neón en la espalda y era el único que no se había dado cuenta?
Pero cuando volvió a Baker Street el panorama le golpeó de frente. Sherlock se encontraba ahora tumbado en el sofá donde hacía un rato estaba sentado, con los ojos cerrados, y su mano derecha subiendo y bajando alrededor de su miembro endurecido, un poco coloreado, bañado por un líquido transparente que llegaba hasta sus dedos.
- ¿Pero qué…? - gritó John, sorprendido al verlo en esa situación, dejando caer esta vez las bolsas de la compra.
- ¡Vamos, John! ¡No finjas que tú no lo haces nunca! - dijo Sherlock con mofa y una mueca de placer.
- No voy a contestarse a eso – respondió el mayor, en un intento por esquivar la pregunta.
- Deberías dejar de tirar cosas - siguió el moreno, obviando el comentario y mirando la comida desparramada por el suelo.
- Te ayudaría, pero...- dijo ahora bajando la mirada hasta su pie lastimado.
- Ni aunque lo tuvieras sano...- farfulló John, recogiendo las cosas del suelo y llevándolas a la cocina.
- ¿Sigues molesto por lo de antes? - dijo Sherlock elevando la voz y girando un poco la cabeza para poder ver la cara de su compañero.
- ¿Lo de antes? - dijo disimulado John, aún colocando la compra.
- ¡Oh, venga, John! ¡No te hagas el loco! - dijo Sherlock poniendo los ojos en blanco.
Ante la falta de respuesta por parte del mayor, el menor siguió con su discurso.
- ¡Para tu tranquilidad... era una broma! - mintió el moreno.

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