lunes, 20 de agosto de 2012

Insomnio Cap. 2

Cap. II Confort

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.

Las agujas del reloj junto a la cama le dicen que es un poco más tarde de las tres de la mañana. Un lento tic-tic, una mecha encendida eternamente dolorosa antes de la explosión de la aurora.

Sherlock es incapaz de quedarse allí por más tiempo. Serían sólo un par de horas hasta que se levantara de todos modos, si se las arreglaba para dormir. No tiene sentido, el sueño no vendrá. Por encima de él un leve crujido del techo le dice que John se ha girado en la cama. Girado rápidamente. John está teniendo una pesadilla. Se gira de nuevo, en el otro sentido. Sherlock sabe que estará cubierto de una capa de sudor y en los rincones más profundos de su sueño su hombro estará sangrando y hecho añicos. John sentirá dolor y miedo en su sueño. Él probará su propia sangre y la muerte mientras se vuelve una y otra vez.

Sherlock se levanta. Deseando saber cómo detener la pesadilla de John. Se pregunta si entrar en la habitación de John ahora y sostenerlo con fuerza y ​​mostrarle que era sólo un sueño, si eso ayudaría, o si sólo empeoraría las cosas. Hace té. Se sienta en el sofá y da unos sorbos.

El reloj de la cocina lleva aquel ritmo fúnebre del dormitorio de Sherlock. Sólo han pasado tres minutos. Cuatro minutos. Cinco Minutos. El mundo exterior está todavía iluminado por las farolas y las estrellas, los cielos retoman la labor de las bombillas de sodio cuando terminan. El universo es infinito y en realidad no importa lo que gira en torno a qué. Todo lo que Sherlock quiere hacer es parar el planeta y bajar.

La puerta se abre. John camina en silencio por la sala de estar, sosteniendo su manta en la mano, los ojos rojos de las lágrimas que ha llorado en su sueño. Se ve muy pequeño y perdido.

"No puedo dormir". Eso es una mentira. Él puede dormir, pero no sin los horrores en su cabeza.

"Yo tampoco" Esa es otra mentira. Sherlock puede dormir pero no quiere.

Se sientan uno junto al otro en el sofá. Las agujas del reloj se mueven, más suavemente ahora. Pasan otros diez minutos antes de que Sherlock note el sólido, cálido peso contra su hombro. John está dormido, su respiración suave y constante. Sherlock levanta su brazo y tira de John un poco más, el hombre más pequeño se hunde en él. Lentamente Sherlock siente sus propios ojos cerrándose. Y en algún lugar en el fondo sabe que ésta es una de esas cosas que John va a pensar que está bien.

Y así duermen.

Olaza de calor Cap. 5

Cap. V El libro de Sherlock
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- ¿Qué pasa? ¿No es lo que querías? - preguntó John desconcertado.
- Esto ha ido demasiado lejos. Se nos ha ido de las manos - dijo Sherlock enfatizando con los brazos, con un semblante propio de un caso.
- No, Sherlock. No te confundas. Es a ti al que se le ha ido de las manos – dijo muy enfadado.
El moreno se le quedó mirando con cara de asombro, cara que no tardó en disimular.
- Sé de sobra que me infravaloras, no, déjame terminar - dijo alzando la mano ante la apertura de boca del menor, que la volvió a cerrar.
- Sé de sobra que me infravaloras, pero tanto... era evidente lo que pasaba por tu mente en cada chupito, incluso antes de proponer siquiera el juego.
Sherlock estaba empezando a ponerse nervioso. No había previsto que John descubriera su plan. ¿Tan ciego estaba por ese hombre que estaba afectando a su capacidad mental?
El plan inicial era sencillo: Emborrachar a John para poder besarle.
¿Por qué emborracharle? Para que le costara más negarse. John podía ser muy cabezota a veces.
Además, Sherlock había leído que el alcohol desinhibía y dejaba aflorar los verdaderos sentimientos. Y eso era precisamente lo que quería saber de John, sus sentimientos... hacia él. Y de paso aclarar los suyos hacia John. Además, si sólo bebía John resultaba sospechoso.
¿Por qué besar a John? Porque un beso, según había seguido leyendo, era una representación de amor. O la antesala del sexo. Pero a ese capitulo no había llegado todavía. Se había quedado en el del desnudo, justo como se encontraban ambos ahora mismo.
- Sherlock, no tiene gracia. Me has utilizado para tu placer personal, y yo he entrado al trapo porque... porque... no lo sé - dijo John nervioso, terminando la frase en un hilo de voz. Le temblaban un poco las manos, pero intentó ocultarlo poniéndolas sobre las rodillas. En el fondo se parecían más de lo que creían.
Pero Sherlock no se estaba riendo. Ni siquiera estaba presente mentalmente.
- No puedes estar más equivocado, mi querido John - pensó, y se fue decidido a su habitación, para volver a los pocos minutos con una colección de libros bajo el brazo, soltándolos sobre la cama de golpe.
- ¿Qué es esto? - preguntó John curioso, cogiendo a continuación uno al azar y leyendo el título en voz alta.
- La penetración. El gran paso.
Miró a Sherlock, que le miraba con ojos dudosos.
- No puedo negar la evidencia. Y es evidente que te amo. Según esa colección lo que siento se llama amor.
- ¿Dónde pone eso? - preguntó John dándole la vuelta al libro que tenía entre manos.
- No, no es ése - dijo Sherlock relajando el rostro. - Es aquí. Y leyó para ambos:
Pulso acelerado, manos temblorosas, pupilas dilatadas, boca seca, distracción... Si presentas estos síntomas en presencia de una persona de forma continuada, entonces estás enamorado.
John cerró el libro y los ojos al mismo tiempo. Esa descripción del amor… tan exacta a lo que sentía... por Sherlock.
- Sherlock - dijo aclarándose la voz.- Esta definición...
- ¿Qué le pasa? No es incorrecta... - dijo el moreno interrumpiéndole, algo que no soportaba.
- Sherlock, te quiero, pero si me sigues interrumpiendo...- y se dio cuenta de que acababa de confesárselo.
- ¡Entonces ya está! ¡Todo solucionado! - dijo Sherlock sonriendo.
John no pudo evitar reírse. Sherlock hacía la vida tan divertida... a veces.
Llevó su mano a la cara de Sherlock, radiante, y juntó sus labios en un tierno y dulce beso. Aunque supieran a whisky, a él le sabían a gloria.
Sherlock esbozo una linda sonrisa. Tenía las endorfinas por las nubes.
- Bueno - dijo John volviendo a aclararse la garganta. - ¿Por dónde te has quedado? - preguntó a Sherlock mirando de nuevo los libros.
- Empezando La penetración. El gran paso - dijo dándole el libro con avidez.
John se sonrojó ligeramente al verlo de nuevo.
- ¿Qué te parece si repasamos lo anterior? - dijo el mayor quitando los libros de la cama.- Creo que nos habíamos quedado por aquí...- dijo tumbándose boca arriba en una insinuante posición.
La sonrisa de Sherlock se agrandó aún más, y se lanzó como un tigre al cuello de John.
- ¿Vas bien? - le susurró el rubio al oído.
- Perfecto - le respondió entre besos el moreno.

Insomnio Cap. 1

Cap. I Insomnio

Traducción autorizada de Insomnia de Damagoed.
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Sherlock está maldiciendo el diseño del 221b. Está tendido en su cama, sobre los cobertores mirando al techo. Mirando las grietas alrededor de la lámpara, la telaraña de la esquina. No puede dormir.
No puede dormir porque sabe que tres punto cinco metros por encima de él, dos punto dos metros a la izquierda, el doctor John Watson está también acostado en la cama. John está dormido. Sherlock lo sabe porque oyó el suave ronroneo de los ronquidos de John cuando subió las escaleras de puntillas esta noche y escuchó por la puerta.
No puede dormir porque sabe que John está usando esos lindos pijamas con los pantalones a cuadros y la camiseta de manga larga. Sabe que la camiseta se arrugó un poco donde John se ha retorcido en su sueño. Se arrugó lo suficiente para que, si llegara a entrar en la habitación de John iba a ser capaz de ver unas cuantas pulgadas de la carne expuesta del vientre de John, con un rastro de pelo rubio que lleva a sus pantalones. Y sabe que la carne sería cálida y suave si llegara a tocarla.
No puede dormir porque sabe a través de cada sonido, de cada ligero movimiento o crujido del techo lo que John está haciendo, hacia dónde está girando. Dónde está exactamente en relación a Sherlock.
Cada noche que no puede dormir sube las escaleras hacia la habitación de John. Se queda mirando la puerta, escucha los sonidos suaves de John durmiendo. A veces se oyen los sonidos ásperos de las pesadillas de John, el sonido de las lágrimas mientras duerme. Pero Sherlock nunca se atreve a abrir la puerta, caminar la corta distancia hasta la cama de John y deslizarse a su lado. Porque ha deducido que John pensaría que no estaría demasiado bien.
Cada noche, camina de vuelta a su propia habitación. Todas las noches. Y no puede dormir.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Olaza de calor Cap. 4

Cap. IV El juego de Nunca He
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Durante la noche, John siguió girando sobre la cama, hasta que cayó sobre Sherlock, despertándole por el sobresalto, abriendo los ojos en demasía. El impacto también despertó al mayor.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó este último entre asustado e inquisitivo.
- ¿Estás bien, Sherlock, aunque te esté aplastando el coxis? Ésa sería una pregunta más acertada en esta situación. ¿No crees? - dijo el moreno apoyando sus manos en el suelo, con una mueca descontenta.
- No te estoy aplastando el...- John no pudo terminar la frase, pues al bajar la mirada, pudo ver que Sherlock tenía razón.
- Bueno, ya que estamos... - dijo el más alto burlándose. Le encantaba incordiarle y ver sus reacciones. Bueno… a veces no, como hacía unas horas. Pero no podía evitarlo. En realidad a veces intentaba controlarlo, pero como el resultado era el mismo, seguía haciendo lo de siempre, que, por lo menos, resultaba menos frustrante.
- ¡Ya está bien de bromas, Sherlock! ¡Otra vez no! ¡Vete a tu habitación! - gritó John levantándose de encima del moreno tan ágil como un gato montés y tan alterado como un puma.
- No quiero. Aquí se está cómodo - respondió el moreno sin inmutarse, volviéndose a tumbar sobre la alfombra.
- ¿Qué vas a estar cómodo? ¡Lo haces por fastidiar! - dijo John acercándose para agarrarlo, pero Sherlock rodó como una croqueta hasta quedar bajo la cama.
- ¡Sal de ahí, cobarde! - volvió a gritar John, ahora tumbado en el suelo y con la cabeza bajo la cama, buscándole.
Sherlock rodó hasta salir de debajo de la cama por el lado opuesto al de John, y éste, al intentar sacar la cabeza, se la golpeó con el somier.
- ¡John, me aburro, quiero jugar! - dijo Sherlock muy despierto, nada más ponerse en pie de un salto.
- Sherlock, son las tres de la mañana. No voy a jugar a nada a estas horas - respondió John tajante.
Ante su negativa, Sherlock se puso a rebuscar por todos lados, buscando algo que no encontraba y que John no acertaba a adivinar, hasta que lo encontró detrás de un gran libro rojo de la estantería.
- Cada vez te esfuerzas menos – dijo Sherlock con una risita.
- ¡Trae acá! – contestó John quitándole el paquete de tabaco de las manos. - ¿A qué quieres jugar? - dijo en un largo suspiro. A lo mejor, con suerte, Sherlock se entretenía con el juego y dejaba de darle la tabarra. Sería mejor que un Sherlock aburrido. Bueno, ésa era la idea… la esperanza.
- ¡A Nunca He! - respondió el menor con una sonrisa de autosuficiencia.
- No me suena - dijo John con desgana. Tenía mucho sueño y muy pocas ganas de jugar a juegos que gustaran a Sherlock, porque la experiencia le había demostrado que el detective no sabía perder. Véase El Cruedo como ejemplo para no repetir… nunca. Pero volvió a caer en la trampa de siempre, Sherlock y sus absorbentes ojos, y lo dejó estar.
- No importa, yo te enseño - dijo Sherlock rompiendo esa breve conexión y corriendo fuera de la habitación para volver con una mesa, dos sillas y todo el mueble bar.
John se quedó mirando cómo lo montaba todo, sin preguntar de dónde habría sacado todo aquello. No, viviendo con Sherlock había aprendido que en ocasiones era mejor no preguntar.
- A ver. Las instrucciones son fáciles, incluso para una mente como la tuya – le dijo colocando los vasos. John no contestó. ¿Para qué?
Sherlock siguió con la explicación.
Por turnos, se dice algo que hayamos o que no hayamos hecho, libre elección, y los demás, en este caso tú o yo, junto con el que lo dice, tienen que beber si lo han hecho. ¿Lo has entendido? - preguntó Sherlock.
- Sí, está claro - respondió John decidido. Nunca había visto a Sherlock ebrio. Ni siquiera con una copa en la mano. No podía perder esta oportunidad. La morbosidad no era propia de él, pero estar despierto a esas horas tampoco. Adaptación al medio… adaptación a Sherlock.
- De acuerdo, empiezo yo, que he propuesto el juego - dijo Sherlock abriendo una botella de whisky y rellenando los dos pequeños vasos hasta el borde.
- Yo nunca... he disparado un arma - dijo jubiloso, pues sabía que ambos lo habían hecho y tocaba beber. Y así pasaron las horas, confesándose más obviedades que grandes secretos…, y de nuevo llegó el turno de John, cuando la embriaguez de ambos era más que evidente.
- Nunca he... besado a un hombre. Ahora nadie bebió, porque ninguno lo había hecho, pero Sherlock hizo otra cosa, más interesante a su parecer.
- Eso se puede arreglar - dijo mirándole a los ojos. Se levantó de su silla y, cogiendo la cara de John con ambas manos, depositó un beso que casó perfectamente en sus labios. Y John le correspondió, sin perder un segundo. Siguieron así hasta la cama, donde Sherlock fue el que cayó ahora sobre la pelvis de John. Pero éste no se quejó. Seguían unidos por un beso que parecía eterno. Pero de repente, algo cambió…
- ¡Para, John! – dijo con esfuerzo el moreno separándose de los labios de John.

martes, 7 de agosto de 2012

Una de fantasmas

Historia contada por Sherlock

Era sábado por la noche y quería ver un programa de fantasmas que echaban en la televisión. ¡Vale! No tenía nada mejor que hacer y era lo menos aburrido que emitían. John estaba viéndolo conmigo. Se entretenía con cualquier cosa que echaran. Envidiaba no ser un poco como él... pero sólo a veces.

El programa no estaba siendo tan aburrido como esperaba. No era nada espectacular, pero mientras no pasara nada interesante a mi alrededor podía valer.
Además, John había apagado todas las luces para darle ambiente. Si le hacía ilusión...
Empezaron los anuncios, muchos anuncios. ¿De verdad hay tantas cosas que anunciar? Y John empezó con su discurso de la vida después de la muerte y todo eso... otra vez. Para alguien tan escéptico como yo, que no creía más allá de la evidencia, este tema de conversación no tenía ni pies ni cabeza, y en más de una ocasión, y de dos, se lo había comunicado, pero él seguía y seguía…

- Mira - me dijo señalando la pantalla. Se escucha en sus grabadoras. No puede escucharse lo que no hay - siguió insistiendo.

- John, eso está trucado - le dije bostezando.

- Hagamos la prueba - me retó. O yo lo consideré como tal. Y sólo necesité esas tres palabras para ir hasta mi grabadora digital. Sí, tengo una grabadora digital. Nunca sabes cuándo puedes necesitarla…
Francamente, todavía seguía en la caja, y ya hacía tres meses que la había comprado. Pero bueno, me centro, que últimamente tiendo a divagar...

- ¡Vamos, John! ¡La expedición nos espera! - grite, sin darme cuenta. ¿Cómo iba a saber yo que eran las dos y media de la mañana? ¡Bah! ¡Detalles!

- No grites - respondió John en voz baja, apagando la televisión.- ¿De dónde has sacado una grabadora digital a estas horas? - me preguntó con verdadera curiosidad.

- John, ves pero no observas. ¿Vienes? - le dije sacando una mini-linterna de mi bolsillo. Hacía unos días que la estaba buscando, mira por dónde...

- ¡Claro que voy! - me respondió, sacando su vena de soldado.
Anduvimos por el salón, con mi linterna como única fuente de luz, y la grabadora encendida. Yo iba delante, y en un momento dado no pude evitar girarme para asustarle con la linterna en la cara, imitando a un fantasma. John dio un repullo y un grito sordo, y acto seguido me pegó un puñetazo en el hombro. ¿Merecido? Mmm… no lo creo.

- ¡Au, pica! - dije yo, intentando no reírme, para que no me diera otro.

- Eso por gracioso - me dijo con el rostro, por lo que podía ver con tan poca luz, entre enfadado y divertido.

Seguimos buscando, aunque no sabíamos qué estábamos buscando exactamente, cuando una pequeña luz pasó por las escaleras.

- ¿Qué ha sido eso? - pregunté a John, pensando que él también lo había visto. Pero no.

- ¡No creas que vas a asustarme con esos trucos tan fáciles! - me dijo un poco a la defensiva. Pero no me dio tiempo a contestarle nada, porque la pequeña luz apareció ahora delante de él, atravesando la puerta de su habitación.

Me quedé parado. Nunca antes había visto algo parecido, y por el comportamiento de John, semejante al mío, diría que él tampoco. Pero tenía que haber una explicación. Siempre la había.

Nos dirigimos hacia la habitación de John, y abrí la puerta con cuidado. Me caracterizo por ser valiente, y a veces un poco kamikaze, pero no tonto.

La puerta se abrió silenciosamente de par en par, y apunté hacia todos los rincones con mi linterna, pero allí no había nada.

- Nos lo habremos imaginado - dijo John poco convencido.

- ¿Qué probabilidad hay de que dos personas se imaginen lo mismo en el mismo lugar y a la misma hora? - pregunté, quizá con cierto tono de suficiencia, pero es que su hipótesis hacía aguas por todos lados.

- ¿Se te ocurre algo mejor? - me dijo un poco enfadado, aunque pude deducir más temor que enfado en su voz.

Mi amigo era en ocasiones demasiado aprehensivo, y en otras muchas un gran cabezota, así que para qué discutir.
Podría pensarse que esto es impropio de mí. Yo mismo lo había pensado en ocasiones similares. La convivencia con John realmente estaba haciendo mella en mí.

- Lo habremos imaginado. La sugestión es un gran poder - dije volviendo de mis pensamientos, en los que caía con facilidad.

- Vamos a dormir, que ya es hora - dijo John con tono cansado entrando en su habitación. Realmente parecía cansado, pero también desprendía cierto halo de inseguridad, imperceptible para muchos, pero no para mí.

Bajé las escaleras hasta mi habitación, y me tendí sobre la cama. Sinceramente, la situación había puesto en marcha mi poder de deducción, buscando incesante una respuesta. Una respuesta coherente según las leyes de la física, claro. Nada de mitos y sandeces.

Cerré los ojos para descargarlos de tanto esfuerzo a oscuras, pero al abrirlos de nuevo me esperaba una sorpresa.

- ¿John? ¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas? - pregunté al que creía mi compañero buscando algo en mi estantería.
Parpadeé por un instante y ya no estaba. Todo estaba siendo tan extraño...
En ese momento, la puerta de mi habitación se abrió con cautela, y tras ella apareció mi compañero.

- Me he desvelado - me dijo frotándose los ojos. Los tenía rojos, y no por el sueño. Yo sabía que otra pesadilla le había atormentado, y que esa extraña luz de hacía unas horas no había hecho más que acrecentarla.

- Podemos charlar, si te apetece - le dije haciéndole hueco en mi cama. En realidad no quería charlar. Yo no charlo, contrasto hipótesis, y se me antojó una.

John se tumbó a mi lado, mirando al techo, ensimismado. No hablábamos de nada, pero la tranquilidad que se respiraba en el ambiente era suficiente. Suficiente para llevar a cabo mi experimento.

Cerré los ojos, sabiendo que John aún los mantenía abiertos, durante un corto período de tiempo. El mínimo para que pareciera real.

Cuando decidí que era el momento, deslicé mi cabeza hasta posarla en su pecho. Sentí un pequeño escalofrío por su parte, pero no abrí los ojos. ¿Qué expresión tendría? Mi curiosidad aumentaba. ¡Tenía que seguir!

Abarqué su abdomen con mi brazo libre, pues el otro había quedado bajo mi costado, hasta quedar prácticamente encima de él. Otro escalofrío le recorrió, ahora, de arriba a abajo, pero nada más.
Realmente no sabía que estaba buscando. Sólo fue un antojo que se me ocurrió haciendo zapping. El aburrimiento puede hacer estragos...- suspire. Pero se estaba cómodo. Más de lo que pudiera parecer desde fuera. Tan cómodo que me fui quedando dormido...

Había dormido, no sé, ¿muchas horas?, porque me sentía extraordinariamente lúcido como pocas veces.
Me dispuse a incorporarme, con los parpados aún pesados, cuando me di cuenta de que no podía. Algo me lo impedía. Y al girarme un poco para intentar ver qué era, pude ver unos robustos brazos en torno a mí, aferrándome contra su pecho. Enfoqué la vista, no sin dificultad, para escrutar la cara de quien tan fuertemente me había apresado, y pude ver la paz personificada en mi amigo.

Tenía que hacer varios experimentos esa mañana, pero visto el resultado de ése, podían esperar. Además, se estaba tan bien ahí...

Y ése fue el último pensamiento en mi cabeza antes de volverme a dormir...

lunes, 6 de agosto de 2012

Citas rápidas

Sherlock y John se encontraban en el sofá viendo la televisión. Bueno, concretemos. John estaba viendo anuncios y Sherlock con los ojos cerrados tumbado con los pies encima de él.
El aburrimiento era colosal, incluso para John. No había casos y no había Internet.
Hasta que un anuncio llamó su atención.
Citas rápidas London Couple. No pierdas esta oportunidad. Si eres chico y tienes entre 25 y 45 años, ven a Rutherford Street, esquina con Regency Street. Sólo hoy en la ciudad. De 19 a 21. ¡Te esperamos!
John miró a Sherlock de soslayo.
- Ni loco - dijo el moreno sin molestarse siquiera en abrir los ojos.
- ¡Vamos! Este aburrimiento no hay quién lo aguante. No me digas que tú no te aburres.- dijo John casi suplicando.
- Ahora te sientes un 10% como yo casi a diario – dijo Sherlock aprovechando la ocasión.
- Me lo tomaré como un sí. ¡Vístete, vamos! – dijo John levantándole los pies y dejándolos caer de nuevo en el sofá.
El moreno sólo bufó mientras volvía a cerrar los ojos.

Cuando llegaron al lugar...

- ¡Qué feo! – dijo Sherlock nada más pasar el umbral de la puerta.
- ¡No empieces! – contestó John, centrando enseguida su atención en la recepcionista.
- ¡Hola! Venimos… a las citas rápidas – dijo un poco dudoso. Todavía no había mucha gente en el salón y pensó que tal vez había entendido mal la dirección.
- Su nombre, ¿por favor? – preguntó la chica secamente.
- Sí, John Watson y...
- Mycroft Holmes – dijo Sherlock de improviso.
- ¿Mycroft? – preguntó John curioso mientras la recepcionista escribía en su teclado.
- Un poco de diversión, John – respondió Sherlock con una sonrisa de medio lado.
John sólo suspiro divertido.
- De acuerdo. Síganme – dijo la chica, haciendo que la siguieran hasta las mesas con un exagerado movimiento de caderas que llamó la atención de John.
- Baboso – le dijo Sherlock al oído mientras caminaban hasta el salón de al lado.
- ¡Quita! ¡Tú sí que eres baboso! – dijo John con aspavientos. Y una divertida sonrisa se dibujó en la cara del moreno.
El salón de al lado sí que estaba lleno, con una veintena de mesas distribuidas en dos filas, una frente a la otra.
La primera cita comenzó con la primera campanada.
La chica frente a John era agradable, pero no era su tipo. No sólo tenían gustos dispares, sino que hablaba y hablaba sin parar.
Frente a él, Sherlock comenzó a entablar conversación con una chica rubia, que parecía simpática. Parecía. Sin previo aviso, la chica le dio al detective una sonora bofetada, y John no pudo evitar soltar una carcajada, que intentó suavizar tapándose la boca. En vano.
- ¿De qué te ríes? Oye, si no te intereso me lo dices - gritó agitando los brazos.
John no tuvo tiempo de responder cuando sonó de nuevo la campana y la chica se esfumó.
No pudo evitar preguntarle a Sherlock antes de que llegara la siguiente chica.
- ¿Pero qué le has dicho? – dijo casi entre susurros.
- Está loca - dijo el moreno llevando un dedo a su cabeza.
Ambos comenzaron a reírse por lo bajo, pero se formaron de nuevo cuando llegó la segunda chica. Bueno, se formó John, porque Sherlock estaba sentado de tal forma que rezumaba aburrimiento por todos lados.
La siguiente chica frente a John era más de su tipo. Con unos bonitos ojos azules, estudiaba medicina y le gustaban los niños. Todo iba bien hasta que el móvil de John sonó.
Al ver que era Sherlock quien le estaba llamando, miró a éste con ojos de ¿en serio?, pero el moreno estaba centrado en la chica que tenía delante, o al menos, eso disimulaba, y bastante bien.
John se vio tentado de apagar el móvil, pero al final lo dejó pasar.
- Disculpa, ¿por dónde íbamos? - le dijo a la chica.
El móvil sonó de nuevo. Pero cuando fue a cogerlo, se colgó.
- ¿Qué ocurre? – preguntó la chica con dulzura.
- Es... el móvil, que es nuevo... y está por molestar - dijo esto último mirando con los ojos entrecerrados a un Sherlock que, juraría, acababa de dedicarle una sonrisa que sólo él había visto.
- ¿Te gustan los niños? – preguntó la chica a John.
Éste reaccionó rápidamente. La chica empezaba a gustarle y no quería estropearlo.
- Sí, mucho. Muchas veces cuido de mi... sobrino. John no pudo evitar sonreír cuando la imagen de Sherlock tumbado en el sofá se introdujo entre sus palabras.
- ¿Qué te hace tanta gracia? – preguntó ahora la chica, todavía amable. Era un poco raro. A estas alturas debería haberlo mandado muy lejos, como hacían todas. ¿Habría encontrado a su media naranja, por fin?
- Nada. Lo siento mucho. Hoy tengo un día distraído – dijo John sonriendo a la chica, que le correspondió.
- ¡Señora, que no me cuente su vida! – se escuchó a Sherlock por toda la sala.
El moreno se levantó hasta John y le cogió del brazo.
- Disculpe, señorita, nos tenemos que ir. ¿Nos vamos, cariño? - dijo dirigiéndose a John.
- Eh... – John se quedó bloqueado por un momento.
- ¡Pervertidos! - gritó la chica, abofeteando a ambos. Y se fue como la anterior.
- ¡Anda, tira, antes de que nos echen! - dijo John encontrando al fin las palabras, tirando del brazo de su compañero, sin ni siquiera despedirse de la chica de recepción.
- ¡Siempre me arruinas las citas! ¡Estoy empezando a creer que lo haces a propósito! - dijo el mayor con un deje de desaliento en la voz, caminando calle abajo.
- El aburrimiento, John. Él es el que te arruina las citas. ¡Esas chicas eran aburridísimas! – dijo Sherlock dándole énfasis con los brazos en abanico.
- Ya, puedo verlo en tu cara -. John, con un comienzo de sonrisa, posaba ahora su mano abierta sobre una marca roja con la misma forma en la mejilla derecha de Sherlock. Cuando se dio cuenta de que éste lo miraba fijamente carraspeó y se giró sobre sus talones.
- Volvamos a casa – dijo algo nervioso, acelerando el paso, con la pequeña sonrisa todavía en los labios.
Sherlock no pudo evitar morderse el labio tras ese gesto. Y lo siguió muy de cerca. ¡La diversión acababa de empezar!

Olaza de calor Cap. 3

Cap. III Un mal sueño
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- Ya sé que era una broma, ¿creías que soy tan tonto como para creérmelo? Por favor. Sabía de sobra que era una de tus bromas, ésas que sufro cuando estás... no me lo digas... ah, sí, aburrido.
John se encontraba realmente enfadado, tanto que perdió el control, dándole una patada a una silla que se cruzó en el camino entre él y su habitación.
Sherlock se quedó por un momento mirando la puerta que tan fuerte se había cerrado, pensando que John había sido desmesurado. Y volvió a tumbarse, cerrando los ojos y quedándose dormido sin quererlo.
De repente se vio en un restaurante, con John sentado al fondo, solo. Quiso acercarse, pero sus pies no se separaban del suelo. Quiso llamarle, pero su voz no le respondía. Así que hizo lo que la situación le permitía, observar.
No tardó demasiado en llegar una chica joven, de rasgos suaves y facciones simétricas. Agradable incluso para él.
Saludó a John con un rápido beso en los labios y se sentó a la mesa. Una extraña sensación invadió al moreno, algo que no había experimentado antes. Pero siguió observando. Pudo ver la sonrisa de John cuando la chica cogía su mano. Sus miradas despreocupadas.
Sherlock quiso acercarse de nuevo, pero seguía anclado al suelo.
Todo se volvió negro y una nueva escena apareció ante sus ojos.
Era una casa en Navidad, por el exceso de adornos y el árbol lleno de regalos. De pronto, un par de niños bajaron corriendo por las escaleras, directos a los regalos, rompiendo el papel de envolver sin consideración. Dos figuras adultas aparecieron sin prisa por las mismas escaleras. Eran John y la chica del restaurante, pero con alguna cana más en su rubia cabellera. Otra vez le invadió ese sentimiento. Intentó tocarle, pero su cuerpo se desvanecía al contacto. Lo intentó de nuevo, pero el resultado fue el mismo. Entonces comenzó a gritar, tan fuerte como sus pulmones le permitían. - John, quédate conmigo, John, te necesito, John... una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla hasta el suelo. En ese momento, los ojos de John se volvieron para verle. Pero en ellos no encontró consuelo. Sólo encontró dolor. Oyó como su corazón se rompía en mil pedazos. Todo se volvió blanco…
Se despertó cubierto en sudor. Ahora podía imaginarse lo que John sentía cada noche al despertar de sus pesadillas. Era horrible. Su cuerpo temblaba, y no podía controlarlo, lo que le angustiaba y le hacía temblar todavía más. Entonces se acordó de lo vivido en el sueño, y pasó un dedo por donde debía haber pasado la lágrima. Y ahí seguía.
Sherlock se sobrecogió, y le atacaron pensamientos que en algún momento había considerado livianamente.
A veces pensaba cómo sería ser como el resto. Pocas veces, porque realmente no le interesaba demasiado.
Cómo sería una aburrida vida yendo cada día a un aburrido trabajo en una aburrida oficina.
Una vida donde la mayor emoción del día se concentrara en un programa de televisión barata.
Un apartamento cursi, una pareja metiche y facturas que pagar. Hijos tal vez, un perro y una vejez.
Nada de eso iba con él, nada, hasta que lo conoció a él. Y todo cambió.
¿Qué era ese sentimiento? Esa pesadumbre, ese… dolor. No encontraba explicación a su pérdida de control, y lo traía de cabeza.
- ¡John! – dijo en casi un suspiro. ¿Se habría despertado el doctor con tanto jaleo? ¿Realmente había estado gritando o sólo había sido el sueño? Tenía que comprobarlo.
Se dirigió hasta la habitación de su compañero, tan silencioso como su pie le permitía. ¿Seguiría enfadado?
Abrió la puerta con suavidad, y pudo ver sobre la cama a un John dormido, estirado, ocupando toda la superficie, con la cara distendida por el sueño.
La cara de Sherlock, tensa mientras se acercaba a la cama, se relajó en una sonrisa, y levantó su mano hacia los labios de John, pero se detuvo a medio camino. No quería interrumpir su sueño, ahora que podía disfrutar de él. Tantas noches había sufrido por sus pesadillas. Sí, Sherlock Holmes sufría por su compañero. Otra cosa que sumar a la lista de incomprensiones.
El pie empezaba a dolerle, y decidió tumbarse en la alfombra, cerca de John, pero no demasiado cerca.
Justo cuando acababa de dormirse, el cuerpo del mayor giró hacia el lado de la cama más cerca de él, dejando caer un brazo. La casualidad quiso que sus dedos quedaran a un milímetro de los de su amigo. Y así pasó el tiempo, hasta que uno de los dos despertó.

viernes, 3 de agosto de 2012

Piel contra piel - lemon -

Continuación de ¿Sólo un masaje? Sí, claro...

Podía sentirlo tan cerca, piel contra piel, con sus vehementes labios recorriendo mi cuerpo dejando tras sí un ínfimo rastro. Sus delgadas manos resultaron ser más fuertes de lo que había imaginado cuando me cogieron por el trasero y me levantaron hasta la encimera de la cocina. A una velocidad inalcanzable para la mayoría, se deshizo de mi suéter, enviándolo muy lejos, y abrió mi camisa de par en par, provocando que los botones salieran disparados.
Desde que comenzó el acercamiento me había mostrado pasivo, receptivo pero pasivo. Era el momento de tomar más partido en el asunto.
Comencé a desabrochar torpemente la camisa de Sherlock, intentando ponerme a su nivel, inútilmente. Cuando terminé de desabrocharla, entre intensos besos que exploraban cada recoveco de mi boca con una lengua inquisidora y deliciosas caricias desde mi nuca hasta mi ombligo, me di cuenta que él ya estaba forcejeando con mi pantalón, que se resistía a ceder.
Ante tal contratiempo, decidió deslizar una de sus manos entre el mármol y mi entrepierna, acariciando de forma imperiosa sin dejar de apretarme contra su cuerpo, devorándome, mientras su otra mano quedaba atrapada en mi pelo.
Sin previo aviso, me levantó hasta la mesa de la cocina, donde cayó sobre mí, haciendo que el brusco roce de nuestros miembros nos hiciera gemir al unísono, buscando más.
No tardó en deshacerse por fin de mi odioso pantalón, que desechó en el suelo junto con mis calzoncillos. Abrió mis piernas en un ángulo que casi alcanza el dolor, y  comenzó.
Su lengua se deslizaba terriblemente lenta por la cara interna de mi pene, subiendo y bajando al compás de mi respiración. Me cogí donde pude para no caerme, disfrutando con la sensual cara de Sherlock frente a mí.
Cuando lo hubo decidido, su lengua dejó paso a una boca hambrienta, que lo envolvió hasta el principio, volviendo a la punta sin aflojar los labios. Una húmeda sonrisa de placer apareció en su rostro, sólo un instante, tras el que volvió a repetir, una y otra vez, la acción que hacía que mi cuerpo se arqueara mientras jadeaba su nombre.
Entonces paró para poder hacerme girar sobre mí mismo, y una vez tumbado, ante mi evidente nerviosismo, me susurró al oído que también era su primera vez, así que estuviera tranquilo, porque lo harían juntos.
Esta confesión bajó un poco mi alerta, que desapareció por completo al sentir el dedo índice de Sherlock introduciéndose lentamente hacia mi interior y su boca besándome la espalda.
El movimiento circular que realizaba con él era realmente placentero, y mi cuerpo se estaba acomodando más rápido de lo que en un principio pude pensar. Pero entonces algo pasó. Sherlock paró.
Podía sentir su respiración acelerada, cargada de dudas. Deduje que no sabía cómo seguir, tras girarme y ver la incertidumbre en su mirada. Ahora fui yo quien lo tranquilizó, cogiendo su mano con una permanente sonrisa que vi correspondida. Saqué el dedo de mi interior con el mismo cuidado con el que entró, y lo uní a su dedo corazón, humedeciéndolos en mi boca y dirigiéndolos a donde debían estar. El ritmo se aceleró, sin duda por un Sherlock que volvía a confiar en la situación, y el placer se incrementó, no sin algo de dolor que merecía la pena resistir. Y los dos dedos pasaron a ser tres sin casi darme cuenta, ensimismado en lo que nunca pensé que ocurriría. Esta vez fue Sherlock quién humedeció sus dedos con sus propios y seductores labios, y de nuevo estuvo dentro de mí, destinando su mano libre a dibujar mi columna vertebral.
Fui yo quien le indicó que estaba listo para sentirlo en su totalidad, con un simple adelante, y él no dudó.
Desabrochó su pantalón, acto que interrumpí sin quererlo, al indicarle que cogiera un preservativo del mío, que eso lo haría más fácil. No sabía si había elegido bien mis palabras, pero parecieron ser certeras cuando volvió con uno.
No pude resistirme a tenerlo tan cerca, y lo introduje en mi boca por completo, provocándole un espasmo delicioso.
Una vez cubierto con el fino látex, volví a girarme para mayor comodidad y, apoyando las manos con fuerza sobre la mesa, se introdujo dentro de mí, tan directo que en ese momento el dolor superó al placer, pero no dije nada, sólo posé mi mano sobre su miembro para realizar juntos el movimiento, y Sherlock lo entendió, y cuando el ritmo fue constante, lo solté, disfrutando de la situación, cada vez más placentera.
Nuestros gemidos de placer comenzaron a elevarse, libres de toda sujeción, y mis oídos nunca oyeron un canto más bonito. Éramos Sherlock y yo.
Y fue cuando llegó a una parte de mi interior, que desconocía tan placentera, cuando el júbilo alcanzó su máximo esplendor.
Como dos relojes sincronizados, curvamos nuestras espaldas y gritamos a pleno pulmón. Por suerte, nadie estaba en casa y los vecinos nos importaban poco.
Sherlock se desplomó sobre mí, y yo sobre la mesa. Estaba mojada, pero no me importaba. Nada importaba. Estábamos bañados en sudor, con el corazón agitado y las manos cogidas.
Y el tiempo se paró a mi petición.
Cuando su respiración bajó un poco el ritmo, aunque la mía seguía aún demasiado agitada, se separó de mi espalda, sin olvidar un beso en ella, y fue saliendo lentamente de mí, con el cuidado que ya había visto en otras situaciones.
Me di la vuelta lentamente. El trasero me dolía y mi cara lo expresaba. Pero también expresaba felicidad y complicidad.
Ya sin preservativo, volvió a mis labios, y los atrapó de nuevo. Rozó con la punta de sus largos dedos uno de mis glúteos, y con una dulce sonrisa, ésa que sólo era para mí, me dijo - yo te cuidaré - y yo sólo pude sonreír como un bobo y responder - y yo me dejaré cuidar - buscando de nuevo sus labios.
- ¿Te apetece chino? - dijo aún cerca de mis labios.
- Claro, cuando limpiemos esto - contesté al aire sin darme cuenta, porque mi amigo, mi amante, ya se encontraba en otra parte.
No pude evitar sonreír de nuevo. Él era así, y no podía cambiarle. Quizá ni siquiera quería hacerlo. Pero por lo menos podría tirar las cosas a la basura... ¡qué desastre! - dije en un suspiro.


Kawaii Cute Kaoani Writing Poem