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Durante
la noche, John siguió girando sobre la cama, hasta que cayó sobre Sherlock, despertándole
por el sobresalto, abriendo los ojos en demasía. El impacto también despertó al
mayor.
- ¿Qué haces
aquí? - preguntó este último entre asustado e inquisitivo.
- ¿Estás bien,
Sherlock, aunque te esté aplastando el coxis? Ésa sería una pregunta más acertada
en esta situación. ¿No crees? - dijo el moreno apoyando sus manos en el suelo,
con una mueca descontenta.
- No te estoy
aplastando el...- John no pudo terminar la frase, pues al bajar la mirada, pudo
ver que Sherlock tenía razón.
- Bueno, ya
que estamos... - dijo el más alto burlándose. Le encantaba incordiarle y ver
sus reacciones. Bueno… a veces no, como hacía unas horas. Pero no podía
evitarlo. En realidad a veces intentaba controlarlo, pero como el resultado era
el mismo, seguía haciendo lo de siempre, que, por lo menos, resultaba menos
frustrante.
- ¡Ya está
bien de bromas, Sherlock! ¡Otra vez no! ¡Vete a tu habitación! - gritó John levantándose
de encima del moreno tan ágil como un gato montés y tan alterado como un puma.
- No quiero.
Aquí se está cómodo - respondió el moreno sin inmutarse, volviéndose a tumbar
sobre la alfombra.
- ¿Qué vas a
estar cómodo? ¡Lo haces por fastidiar! - dijo John acercándose para agarrarlo,
pero Sherlock rodó como una croqueta hasta quedar bajo la cama.
- ¡Sal de ahí,
cobarde! - volvió a gritar John, ahora tumbado en el suelo y con la cabeza bajo
la cama, buscándole.
Sherlock rodó
hasta salir de debajo de la cama por el lado opuesto al de John, y éste, al
intentar sacar la cabeza, se la golpeó con el somier.
- ¡John, me
aburro, quiero jugar! - dijo Sherlock muy despierto, nada más ponerse en pie de
un salto.
- Sherlock,
son las tres de la mañana. No voy a jugar a nada a estas horas - respondió John
tajante.
Ante su
negativa, Sherlock se puso a rebuscar por todos lados, buscando algo que no
encontraba y que John no acertaba a adivinar, hasta que lo encontró detrás de
un gran libro rojo de la estantería.
- Cada vez te
esfuerzas menos – dijo Sherlock con una risita.
- ¡Trae acá! –
contestó John quitándole el paquete de tabaco de las manos. - ¿A qué quieres
jugar? - dijo en un largo suspiro. A lo mejor, con suerte, Sherlock se
entretenía con el juego y dejaba de darle la tabarra. Sería mejor que un
Sherlock aburrido. Bueno, ésa era la idea… la esperanza.
- ¡A Nunca He!
- respondió el menor con una sonrisa de autosuficiencia.
- No me suena
- dijo John con desgana. Tenía mucho sueño y muy pocas ganas de jugar a juegos
que gustaran a Sherlock, porque la experiencia le había demostrado que el
detective no sabía perder. Véase El Cruedo como ejemplo para no repetir… nunca.
Pero volvió a caer en la trampa de siempre, Sherlock y sus absorbentes ojos, y
lo dejó estar.
- No importa,
yo te enseño - dijo Sherlock rompiendo esa breve conexión y corriendo fuera de
la habitación para volver con una mesa, dos sillas y todo el mueble bar.
John se quedó
mirando cómo lo montaba todo, sin preguntar de dónde habría sacado todo
aquello. No, viviendo con Sherlock había aprendido que en ocasiones era mejor
no preguntar.
- A ver. Las
instrucciones son fáciles, incluso para una mente como la tuya – le dijo
colocando los vasos. John no contestó. ¿Para qué?
Sherlock siguió
con la explicación.
Por turnos, se
dice algo que hayamos o que no hayamos hecho, libre elección, y los demás, en
este caso tú o yo, junto con el que lo dice, tienen que beber si lo han hecho. ¿Lo
has entendido? - preguntó Sherlock.
- Sí, está
claro - respondió John decidido. Nunca había visto a Sherlock ebrio. Ni
siquiera con una copa en la mano. No podía perder esta oportunidad. La
morbosidad no era propia de él, pero estar despierto a esas horas tampoco. Adaptación
al medio… adaptación a Sherlock.
- De acuerdo,
empiezo yo, que he propuesto el juego - dijo Sherlock abriendo una botella de
whisky y rellenando los dos pequeños vasos hasta el borde.
- Yo nunca...
he disparado un arma - dijo jubiloso, pues sabía que ambos lo habían hecho y
tocaba beber. Y así pasaron las horas, confesándose más obviedades que grandes
secretos…, y de nuevo llegó el turno de John, cuando la embriaguez de ambos era
más que evidente.
- Nunca he...
besado a un hombre. Ahora nadie bebió, porque ninguno lo había hecho, pero
Sherlock hizo otra cosa, más interesante a su parecer.
- Eso se puede
arreglar - dijo mirándole a los ojos. Se levantó de su silla y, cogiendo la
cara de John con ambas manos, depositó un beso que casó perfectamente en sus
labios. Y John le correspondió, sin perder un segundo. Siguieron así hasta la
cama, donde Sherlock fue el que cayó ahora sobre la pelvis de John. Pero éste
no se quejó. Seguían unidos por un beso que parecía eterno. Pero de repente,
algo cambió…
- ¡Para, John!
– dijo con esfuerzo el moreno separándose de los labios de John.
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