Podía sentirlo tan cerca, piel
contra piel, con sus vehementes labios recorriendo mi cuerpo dejando tras sí un
ínfimo rastro. Sus delgadas manos resultaron ser más fuertes de lo que había
imaginado cuando me cogieron por el trasero y me levantaron hasta la encimera
de la cocina. A una velocidad inalcanzable para la mayoría, se deshizo de mi
suéter, enviándolo muy lejos, y abrió mi camisa de par en par, provocando que
los botones salieran disparados.
Desde que comenzó el acercamiento
me había mostrado pasivo, receptivo pero pasivo. Era el momento de tomar más
partido en el asunto.
Comencé a desabrochar torpemente
la camisa de Sherlock, intentando ponerme a su nivel, inútilmente. Cuando
terminé de desabrocharla, entre intensos besos que exploraban cada recoveco de
mi boca con una lengua inquisidora y deliciosas caricias desde mi nuca hasta mi
ombligo, me di cuenta que él ya estaba forcejeando con mi pantalón, que se resistía
a ceder.
Ante tal contratiempo, decidió
deslizar una de sus manos entre el mármol y mi entrepierna, acariciando de
forma imperiosa sin dejar de apretarme contra su cuerpo, devorándome, mientras
su otra mano quedaba atrapada en mi pelo.
Sin previo aviso, me levantó
hasta la mesa de la cocina, donde cayó sobre mí, haciendo que el brusco roce de
nuestros miembros nos hiciera gemir al unísono, buscando más.
No tardó en deshacerse por fin de
mi odioso pantalón, que desechó en el suelo junto con mis calzoncillos. Abrió
mis piernas en un ángulo que casi alcanza el dolor, y comenzó.
Su lengua se deslizaba
terriblemente lenta por la cara interna de mi pene, subiendo y bajando al
compás de mi respiración. Me cogí donde pude para no caerme, disfrutando con la
sensual cara de Sherlock frente a mí.
Cuando lo hubo decidido, su
lengua dejó paso a una boca hambrienta, que lo envolvió hasta el principio,
volviendo a la punta sin aflojar los labios. Una húmeda sonrisa de placer
apareció en su rostro, sólo un instante, tras el que volvió a repetir, una y
otra vez, la acción que hacía que mi cuerpo se arqueara mientras jadeaba su
nombre.
Entonces paró para poder hacerme
girar sobre mí mismo, y una vez tumbado, ante mi evidente nerviosismo, me
susurró al oído que también era su primera vez, así que estuviera tranquilo,
porque lo harían juntos.
Esta confesión bajó un poco mi
alerta, que desapareció por completo al sentir el dedo índice de Sherlock introduciéndose
lentamente hacia mi interior y su boca besándome la espalda.
El movimiento circular que
realizaba con él era realmente placentero, y mi cuerpo se estaba acomodando más
rápido de lo que en un principio pude pensar. Pero entonces algo pasó. Sherlock
paró.
Podía sentir su respiración
acelerada, cargada de dudas. Deduje que no sabía cómo seguir, tras girarme y
ver la incertidumbre en su mirada. Ahora fui yo quien lo tranquilizó, cogiendo
su mano con una permanente sonrisa que vi correspondida. Saqué el dedo de mi
interior con el mismo cuidado con el que entró, y lo uní a su dedo corazón, humedeciéndolos
en mi boca y dirigiéndolos a donde debían estar. El ritmo se aceleró, sin duda
por un Sherlock que volvía a confiar en la situación, y el placer se incrementó,
no sin algo de dolor que merecía la pena resistir. Y los dos dedos pasaron a
ser tres sin casi darme cuenta, ensimismado en lo que nunca pensé que
ocurriría. Esta vez fue Sherlock quién humedeció sus dedos con sus propios y
seductores labios, y de nuevo estuvo dentro de mí, destinando su mano libre a
dibujar mi columna vertebral.
Fui yo quien le indicó que estaba
listo para sentirlo en su totalidad, con un simple adelante, y él no dudó.
Desabrochó su pantalón, acto que
interrumpí sin quererlo, al indicarle que cogiera un preservativo del mío, que
eso lo haría más fácil. No sabía si había elegido bien mis palabras, pero
parecieron ser certeras cuando volvió con uno.
No pude resistirme a tenerlo tan
cerca, y lo introduje en mi boca por completo, provocándole un espasmo
delicioso.
Una vez cubierto con el fino látex,
volví a girarme para mayor comodidad y, apoyando las manos con fuerza sobre la
mesa, se introdujo dentro de mí, tan directo que en ese momento el dolor superó
al placer, pero no dije nada, sólo posé mi mano sobre su miembro para realizar
juntos el movimiento, y Sherlock lo entendió, y cuando el ritmo fue constante,
lo solté, disfrutando de la situación, cada vez más placentera.
Nuestros gemidos de placer
comenzaron a elevarse, libres de toda sujeción, y mis oídos nunca oyeron un
canto más bonito. Éramos Sherlock y yo.
Y fue cuando llegó a una parte de
mi interior, que desconocía tan placentera, cuando el júbilo alcanzó su máximo
esplendor.
Como dos relojes sincronizados,
curvamos nuestras espaldas y gritamos a pleno pulmón. Por suerte, nadie estaba
en casa y los vecinos nos importaban poco.
Sherlock se desplomó sobre mí, y
yo sobre la mesa. Estaba mojada, pero no me importaba. Nada importaba.
Estábamos bañados en sudor, con el corazón agitado y las manos cogidas.
Y el tiempo se paró a mi
petición.
Cuando su respiración bajó un
poco el ritmo, aunque la mía seguía aún demasiado agitada, se separó de mi
espalda, sin olvidar un beso en ella, y fue saliendo lentamente de mí, con el
cuidado que ya había visto en otras situaciones.
Me di la vuelta lentamente. El trasero
me dolía y mi cara lo expresaba. Pero también expresaba felicidad y
complicidad.
Ya sin preservativo, volvió a mis
labios, y los atrapó de nuevo. Rozó con la punta de sus largos dedos uno de mis
glúteos, y con una dulce sonrisa, ésa que sólo era para mí, me dijo - yo
te cuidaré - y yo sólo pude
sonreír como un bobo y responder - y yo
me dejaré cuidar - buscando de nuevo sus labios.
- ¿Te apetece chino? - dijo aún
cerca de mis labios.
- Claro, cuando limpiemos esto -
contesté al aire sin darme cuenta, porque mi amigo, mi amante, ya se encontraba
en otra parte.
No pude evitar sonreír de nuevo.
Él era así, y no podía cambiarle. Quizá ni siquiera quería hacerlo. Pero por lo
menos podría tirar las cosas a la basura... ¡qué desastre! - dije en un suspiro.
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