miércoles, 25 de julio de 2012

¡España, allá vamos! Cap. 7

Cap. VII El embrujo
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Búhos, lechuzas, sapos y brujas.
Demonios maléficos y diablos, espíritus de las nevadas vegas.
Cuervos, salamandras y meigas, hechizos de las curanderas.
Podridas cañas agujereadas, hogar de gusanos y de alimañas.
Fuego de las almas en pena, mal de ojo, negros hechizos, olor de los muertos, truenos y rayos.
Ladrido del perro, anuncio de la muerte; hocico del sátiro y pie del conejo.
Pecadora lengua de la mala mujer casada con un hombre viejo.
Infierno de Satán y Belcebú, fuego de los cadáveres en llamas, cuerpos mutilados de los
indecentes, pedos de los infernales culos, rugido de la mar embravecida.
Vientre inútil de la mujer soltera, maullar de los gatos en celo, pelo malo y sucio de la cabra
mal parida.
Sherlock y John se miraron curiosos, pero volvieron la mirada al frente cuando la chica prosiguió.
Con este cazo levantaré las llamas de este fuego que se asemeja al del infierno, y huirán las
brujas a caballo de sus escobas, yéndose a bañar a la playa de las arenas gordas.
¡Oíd, oíd! los rugidos que dan las que no pueden dejar de quemarse en el aguardiente
quedando así purificadas.
Y cuando esta queimada baje por nuestras gargantas, quedaremos libres de los males de
nuestra alma y de todo embrujamiento.
Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego, a vosotros hago esta llamada: si es verdad que tenéis
más poder que la humana gente, aquí y ahora, haced que los espíritus de los amigos que
están fuera, participen con nosotros de esta queimada.
Todos los presentes bebieron un chupito de aguardiente, que quemaba como fuego en sus gargantas.
- ¡El fuego quema y el agua purifica! - gritó por último la chica, y todos fueron directos al agua. Sherlock tiró de John, todavía cogido de su mano, y ambos zambulleron en el agua helada hasta el último poro de su cuerpo.
Quizá fue San Juan, quizá el aguardiente, quizá la emoción, o quizá la suerte, cuando sus cuerpos se rozaron, sus ojos se encontraron, sus manos se entrelazaron, sus miembros entraron en contacto y sus labios pasaron a la acción, buscándose y encontrándose, explorándose y descubriéndose, sintiendo lo que tanto tiempo habían estado esperando, incluso sin saberlo. Y se fusionaron en un solo, cogiendo aire sólo cuando sus pulmones casi ardían, y volviendo enseguida al trabajo ya empezado, desatados, apasionados, saboreando cada rincón de sus cuerpos... y la Luna elevó la marea hasta la tienda de campaña, y ambos acabaron dentro casi sin darse cuenta, hasta que el Sol les saludó por el horizonte.
- Mmm... Buenos días - dijo Sherlock aún adormilado.
- Buenos días - dijo John con mejor despertar, abrazando al más alto, que se encontraba recostado sobre su pecho. Acariciaba sus rizos azabaches, apartándolos de su suave frente, una y otra vez, lentamente, como si el tiempo no pasara...
- ¡Beso! - pidió el menor casi entre susurros, y John, gustoso, rozo los labios de su ahora amante, enlazando sus lenguas en un gemido ahogado.
Ahora era John el que se encontraba entre los brazos de Sherlock, encima de éste, tan cerca...
- ¿Me quieres? - dijo Sherlock aún medio dormido, con un brillo en los ojos que John hacía mucho que no veía.
- John se acercó a sus labios y le dijo en un susurro: ¿lo dudas?
Y comenzaron de nuevo los abrazos, los suspiros, los encuentros...
- ¡Perdonen, es hora de desalojar la playa, vayan terminando!
- Váyase a...
- Enseguida salimos, agente - dijo John apretando la mano de su compañero, quién entendió el mensaje y apretó los labios con fuerza. Pero se vengó con un pequeño bocado en el cuello.
- ¡Ay! ¿Pero qué haces? - dijo John masajeándose la zona dolorida.
- ¡Venganza! - dijo sacando la lengua.
Ya en el hotel...
- Sherlock, has hecho ya la... ¡Sherlock, levántate del sofá, que tenemos que irnos!
El moreno parecía haber entrado en su palacio mental, así que John, tras un largo suspiro, comenzó a hacer la maleta de éste.
- ¿Qué haces con mi maleta? - preguntó el menor apareciendo por detrás y envolviéndole en un cálido abrazo.
- Lo que tú no haces - le dijo su compañero mirándole con cara de enfado.
- No te enfades - dijo deslizando sus brazos hasta cubrirlo por completo, y resbalando sus labios hasta besar su cuello.
- No hagas eso, sabes que no puedo resistirme - dijo John algo acalorado, dejándose llevar.
- Espera un momento - dijo ahora un poco más serio mientras se desenredaba de los brazos del moreno.
- ¿Qué ocurre? - dijo Sherlock algo asustado ante el cambio de actitud repentina.
- ¡Escúchate! - siguió diciendo John, mientras la alegría ganaba terreno a la seriedad.
- ¿Qué tengo que escuchar? - respondió Sherlock algo desubicado.
- ¡Ya no hablas en español! ¡Mírate, vuelves a hablar en inglés! - dijo saltándosele las lágrimas.
- No sabes lo mal que lo he pasado, incluso con el diccionario de español para dummies, que ya te vale... - dijo cambiando el tono a uno de reprimenda en esta última frase.
Sherlock sólo lo envolvió de nuevo entre sus brazos, pues, aun sabiendo que su impotencia había sido equiparable a la de John, ahora mismo era precisamente su John el que le necesitaba. Por eso, dejó su necesidad de atención a un lado para dedicarse a él por completo.
- ¡Sherlock, vamos a perder el avión! - dijo John aún entre sus brazos.
- Mmm... Un ratito más...- dijo el moreno sintiéndolo bajo su piel.
Y John no podía decirle que no. Se estaba tan bien...
Ya en el aeropuerto...
- ¡No llegamos, no llegamos...! - gritaba John de camino a la terminal.
- ¡Qué sí llegamos! ¡Mira, queda media hora! - dijo Sherlock señalando un panel informativo.
Ya en el avión...
- ¡Por los pelos, siempre corriendo, esto no puede ser sano...! - protestaba John, casi sin aire, inclinado hacia delante y con las manos en las rodillas.
- ¡Qué exagerado! - dijo Sherlock, con la atención centrada en encontrar un buen sitio.
John se disponía a contestarle cuando el moreno le cogió de la mano y de llevó suavemente hasta su asiento.
- ¡Me pido ventana! - dijo el menor saltando el asiento de John para llegar hasta el suyo.
El posible enfado de John se evaporó, como siempre.
- Cómo voy a enfadarme con él... - pensaba con una pequeña sonrisa formada en sus labios, mientras veía a un Sherlock ensimismado con lo que veía por la ventanilla.
En el viaje de vuelta Sherlock hablaba y hablaba sin parar, saltando de un tema a otro, tanto que a John iba a estallarle la cabeza.
Dedujo que estaría nervioso, pero al que iba a darle un ataque de nervios era a él, que estaba a su lado. Así que pensó en algo. Quizá no funcionaría, pero por intentarlo…
Dejó caer su cabeza sobre el hombro de Sherlock, y éste, al verlo tan acomodado, decidió callarse para que durmiera.
- ¡Bien, ha funcionado, ha funcionado! - pensó entusiasmado el mayor, esforzándose para mantener la serenidad de su rostro.
-Siempre consigues lo que quieres - pensó el menor, quedándose dormido sobre la cabeza de John, su John.
Ya en Baker Street...
- Sheeerlooock - gritó John desde el salón. ¿Qué le has hecho a la tele?
- Nada - dijo éste disimulado desde la cocina.- ¿Un té?

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