De repente escuché la puerta
cerrarse cuidadosamente, algo extraño, pues no era de los que se preocupaban
por no hacer ruido precisamente.
- Oh, ya estás despierto. ¡Buenos días! Prepárame un té. Y depositó un
dulce y rápido beso en mis labios.
- Claro, dije como algo mecánico
y habitual.
Como siempre, se tumbó en el sofá
con mi laptop, y comenzó a leer, pero a mí ya no me importaba, si es que en
algún momento lo hizo. Tenerlo cerca y a salvo lo compensaba todo.
- Estás de muy buen humor hoy
¿por qué? – le pregunté.
-¿Es que uno no puede tener un
buen día? – contestó poniendo los ojos en blanco.
- No, quiero decir, sí, claro.
Sólo es curioso. No tienes ningún caso entre manos ahora mismo y estás tan…
sereno.
- ¿Por qué piensas que no tengo
ningún caso? – dijo entornando un poco los ojos.
- Porque lo estás buscando por Internet ahora
mismo. Pero aun así tienes algo en la cabeza, porque si no estarías subiéndote
por las paredes.
Era fascinante como John podía
llegar a conocerme tan bien. Puede que fuera fruto de la teína, pero en ese
momento su cuerpo me resultó gratamente provocador.
Me acerqué a él, que estaba
sentado junto a mis pies en el sofá, y deslicé un dedo por su mejilla hasta la
comisura de sus labios, mientras mi otra mano comenzaba acariciándole su pelo y
acababa en su espalda.
Sus manos se entrelazaron en mi
cuerpo, bajando lentamente hacia la cadera, mientras notaba ya su aliento en mi
boca…
- ¿Qué ha pasado? ¿Te he hecho
daño? ¿Estás herido?
- Estoy perfectamente, John. No
te preocupes – añadí al ver en su cara que mi respuesta había sido demasiado
dura.
Él siempre se preocupaba por mí,
arreglaba mis desastres y cuidaba de mí. Se merecía una vida que yo no podía
darle, pero que por él intentaría.
Sin darme cuenta su mano estaba
ya levantando mi camisa por el costado izquierdo. Su cara era una mezcla de
asombro, incredulidad y burla.
- ¡Éste soy yo! – gritó
emocionado. ¡Y tú! Y… ¡oh!
- Así es, John – dije mientras
desviaba la mirada para no encontrarme con la suya.
- No te avergüences. Son unas
siluetas muy bonitas. Tal vez yo me haga uno – sonrió.
Una aliviada sonrisa por mi parte
acompañó a la suya, hasta que se transformó en un quejido cuando uno de sus
dedos tocó el dibujo.
Pero no duró demasiado, porque
aprovechó que había abierto la boca para sellármela con unos cálidos labios,
introduciendo en mí su lengua en un beso que fue a más y a más.
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