sábado, 8 de septiembre de 2012

Olaza de calor Cap. 9

Cap. IX Lo que faltaba
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Entre tanta risa y movimiento, las toallas cayeron, y Sherlock no desaprovechó la oportunidad para recorrer el pecho de John bocado a bocado, hasta llegar a la parte baja de su abdomen.
Y, adivinen qué... llamaron a la puerta.
- ¡Joder! - bramó Sherlock levantando la cabeza.
- ¡No pares! - casi le ordenó John, poniéndole la mano en la nuca y haciéndole bajar de nuevo. Sherlock siguió con lo que había empezado, comenzando a pasar su lengua por el pene de John, estremeciéndose bajo su boca... Pero no paraban de aporrear la maldita puerta...
- ¡Pero quién es, maldita sea! - gritaron al unísono mirando hacia la ventana, que, por cierto, seguía abierta.
Y Sherlock se acordó, con un ¡Oh!
- ¿Oh? ¿Cómo qué oh? ¿Qué has hecho, Sherlock? - demandó John, incorporándose y obligando así a que Sherlock también lo hiciera.
- El repartidor del restaurante - dijo con gesto de por favor, no me mates.
- ¿El repartidor? - gritó John tirándole un cojín.
- Lo siento - contestó Sherlock con las manos juntas bajo su barbilla.
- ¿Qué lo sientes? - siguió John, tirándole otro cojín.
- Lo siento, lo siento, lo siento - siguió diciendo, poniendo esos ojos de niño bueno que tan bien sabía poner.

John dio un largo suspiro.
- Voy a abrirle - dijo levantándose.
- ¿Puedes pagar? No tengo suelto – apuntó, aún manteniendo esa mirada.
El rubio volvió a suspirar profundamente antes de dirigirse hacia la puerta.
- ¡John! - se escuchó desde la cama.
- ¿Sí? - respondió el mayor volviéndose de mala gana.
Sherlock sólo tuvo que señalarle por debajo de la cintura para que se diera cuenta de que aún estaba desnudo.
Un poco sonrojado, tras ver que había estado a punto de bajar así, cogió su bata del perchero y se la puso de un movimiento. Pero antes de irse le volvió a tirar otro cojín que se encontraba en el suelo, esta vez con una sonrisa.
Sherlock, al verle bajar las escaleras, no pudo evitar sentir cómo sus labios se curvaban hacia arriba. La próxima vez no le dejaría solo en la ducha, pensó. Y fue a darse otra, fría, porque tanto calentón sin llegar al final de estaba matando.
- Sherlock, ¿qué has comprado, comida para todo un regimiento? - preguntaba John subiendo las escaleras, mientras miraba la factura.
Al llegar a la habitación, Sherlock se había dormido de nuevo. Puso las bolsas sobre la mesa y le miró. Le daba pena despertarle, pero si no lo hacía, no lo haría por propia voluntad. Y menos aún para comer.
Decidió hacerlo con tacto.
- Sherlock. Sherlock, despierta - decía débilmente en su oído moviéndole el brazo con suavidad.
Pero no despertó. En su lugar le propinó una patada al girarse.
El rubio chocó con la mesita de noche al caer, tirando la lámpara que la presidía y formando un gran estruendo.
Sherlock se despertó alterado. Al parecer, el accidente le había arrancado literalmente de sus sueños.
- ¿Qué haces en el suelo, John? - le preguntó, alargándole la mano.
- Me he caído - dijo simplemente, cogiéndole la mano e impulsándose para levantarse. Pero no contó con la fuerza de Sherlock.
Los pies de John se levantaron del suelo, y fueron a parar alrededor de su compañero, junto con su cuerpo.
- Espero que no haya más interrupciones - dijo John, intentando ponerse serio.
- No por mi parte, al menos - respondió Sherlock, más divertido, envolviéndolo con sus brazos.

Una dulce melodía empezó a escucharse desde la calle.

- ¿Has contratado una orquesta? - preguntó John curioso.
- No que yo sepa - respondió Sherlock, incorporándose y dirigiéndose hacia la ventana. John le siguió, colocándole nervioso la toalla alrededor de la cintura y dejando ahí su brazo, besándole el omoplato, mientras ambos divisaban el espectáculo.
- Realmente es una orquesta - dijo el rubio con una sonrisa.
Sherlock miraba suspicaz por la ventana, intentando descubrir de dónde había salido.
- Relájate y disfruta - le pidió John desde su espalda. Era más un deseo, conociendo a Sherlock.
No sabía cómo ni porqué habían llegado hasta allí todos esos músicos, pero sí que quería que se quedasen.
De pronto, un coche sospechoso apareció, y al abrirse la puerta salió alguien que, francamente, no esperaban.
- ¡Lestrade! - clamaron en una sola voz.

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