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Entre
tanta risa y movimiento, las toallas cayeron, y Sherlock no desaprovechó la
oportunidad para recorrer el pecho de John bocado a bocado, hasta llegar a la
parte baja de su abdomen.
Y, adivinen
qué... llamaron a la puerta.
- ¡Joder! -
bramó Sherlock levantando la cabeza.
- ¡No pares! -
casi le ordenó John, poniéndole la mano en la nuca y haciéndole bajar de nuevo.
Sherlock siguió con lo que había empezado, comenzando a pasar su lengua por el
pene de John, estremeciéndose bajo su boca... Pero no paraban de aporrear la maldita puerta...
- ¡Pero quién
es, maldita sea! - gritaron al unísono mirando hacia la ventana, que, por
cierto, seguía abierta.
Y Sherlock se
acordó, con un ¡Oh!
- ¿Oh? ¿Cómo
qué oh? ¿Qué has hecho, Sherlock? -
demandó John, incorporándose y obligando así a que Sherlock también lo hiciera.
- El
repartidor del restaurante - dijo con gesto de por favor, no me mates.
- ¿El
repartidor? - gritó John tirándole un cojín.
- Lo siento -
contestó Sherlock con las manos juntas bajo su barbilla.
- ¿Qué lo
sientes? - siguió John, tirándole otro cojín.
- Lo siento,
lo siento, lo siento - siguió diciendo, poniendo esos ojos de niño bueno que
tan bien sabía poner.
John dio un
largo suspiro.
- Voy a
abrirle - dijo levantándose.
- ¿Puedes pagar?
No tengo suelto – apuntó, aún manteniendo esa mirada.
El rubio
volvió a suspirar profundamente antes de dirigirse hacia la puerta.
- ¡John! - se
escuchó desde la cama.
- ¿Sí? -
respondió el mayor volviéndose de mala gana.
Sherlock sólo
tuvo que señalarle por debajo de la cintura para que se diera cuenta de que aún
estaba desnudo.
Un poco
sonrojado, tras ver que había estado a punto de bajar así, cogió su bata del
perchero y se la puso de un movimiento. Pero antes de irse le volvió a tirar otro
cojín que se encontraba en el suelo, esta vez con una sonrisa.
Sherlock, al
verle bajar las escaleras, no pudo evitar sentir cómo sus labios se curvaban
hacia arriba. La próxima vez no le
dejaría solo en la ducha, pensó. Y fue a darse otra, fría, porque tanto calentón sin llegar al final de estaba matando.
- Sherlock, ¿qué
has comprado, comida para todo un regimiento? - preguntaba John subiendo las
escaleras, mientras miraba la factura.
Al llegar a la
habitación, Sherlock se había dormido de nuevo. Puso las bolsas sobre la mesa y
le miró. Le daba pena despertarle, pero si no lo hacía, no lo haría por propia
voluntad. Y menos aún para comer.
Decidió
hacerlo con tacto.
- Sherlock.
Sherlock, despierta - decía débilmente en su oído moviéndole el brazo con
suavidad.
Pero no
despertó. En su lugar le propinó una patada al girarse.
El rubio chocó
con la mesita de noche al caer, tirando la lámpara que la presidía y formando
un gran estruendo.
Sherlock se
despertó alterado. Al parecer, el accidente le había arrancado literalmente de
sus sueños.
- ¿Qué haces
en el suelo, John? - le preguntó, alargándole la mano.
- Me he caído
- dijo simplemente, cogiéndole la mano e impulsándose para levantarse. Pero no
contó con la fuerza de Sherlock.
Los pies de
John se levantaron del suelo, y fueron a parar alrededor de su compañero, junto
con su cuerpo.
- Espero que
no haya más interrupciones - dijo John, intentando ponerse serio.
- No por mi
parte, al menos - respondió Sherlock, más divertido, envolviéndolo con sus
brazos.
Una dulce
melodía empezó a escucharse desde la calle.
- ¿Has
contratado una orquesta? - preguntó John curioso.
- No que yo
sepa - respondió Sherlock, incorporándose y dirigiéndose hacia la ventana. John
le siguió, colocándole nervioso la toalla alrededor de la cintura y dejando ahí
su brazo, besándole el omoplato, mientras ambos divisaban el espectáculo.
- Realmente es
una orquesta - dijo el rubio con una sonrisa.
Sherlock
miraba suspicaz por la ventana, intentando descubrir de dónde había salido.
- Relájate y
disfruta - le pidió John desde su espalda. Era más un deseo, conociendo a
Sherlock.
No sabía cómo ni porqué habían llegado hasta allí
todos esos músicos, pero sí que quería que se quedasen.
De pronto,
un coche sospechoso apareció, y al abrirse la puerta salió alguien que,
francamente, no esperaban.
- ¡Lestrade! -
clamaron en una sola voz.
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