Te despiertas. En realidad no has
dormido. No tienes sueño. Estás acostumbrado. Vas al salón, pero no hay nadie.
Es tarde. ¿Qué hora será? No tienes reloj, pero no importa. Vas a su
habitación. La puerta está abierta. Puedes verle hecho un ovillo. Parece tener
frío. Te acercas y tocas su frente. Está ardiendo. No sabes bien qué hacer, tú
no eres el médico. Abres el armario lentamente, para que no se despierte. Te
falla la muñeca y una manta cae sobre tu cabeza. Giras para comprobar. Sigue
dormido. Suspiras y recoges la manta que se ha caído. La estiras sobre él y te
metes debajo, tumbándote a su lado. Le abrazas, compartes tu calor en ese
abrazo.
Son las seis y está amaneciendo.
Pronto abrirá los ojos y no quieres que te vea ahí, a su lado, en ese abrazo. Ha
dejado de temblar, se pasó toda la noche temblando. Tocas de nuevo su frente.
No hay rastro de fiebre. Te escurres entre sus brazos, que ahora te abrazan. Le
cubres con la manta y vuelves a tu cama. A tu solitaria cama.
El cuerpo es un lacayo que al
cerebro obedece. Tu cuerpo te obedece, siempre lo ha hecho.
Entonces,
¿por qué ahora se rebela? Piensas ya en sueños. No sabes cuánto durará esto,
esta situación que amas y odias al mismo tiempo. No puedes saber hasta cuándo
aguantará tu cuerpo, pero sí que por John arriesgarías todo y más en el
intento.
John
Notas el calor del sol en
tu espalda. Te notas pesado, te giras y ves la manta. Miras directo a la
puerta. No puede ser, susurras, pero vas hacia ella. Sigues caminando, llegas a
su habitación. La puerta está cerrada, pero la abres igualmente, con sigilo,
con precaución. Lo encuentras estirado, muy estirado, tanto que puedes ver su
costado, lastimado. Te arrodillas a su lado, determinas que no es grave, pero
sigues preocupado.
Un movimiento, su brazo, te
atrapa con descaro. No puedes moverte, sus ojos han empezado a verte. Puedes
verte en ellos, cada vez menos lejos. Aceptas una invitación no formulada, al
menos con palabras. Se acurruca en tu pecho, suave y lento. Acaricias su
ondulado y hermoso cabello.
No sabes cómo empezó esto, cómo
cada día los mismos movimientos. Le ves dormir. No importa. Nada importa. Puede
que mañana todo cambie, que no se estremezca en tu cuerpo. Que se aleje como
extraño al sentimiento, y te aferras a este momento. No le dejarás partir, no
le dejarás hacerlo.
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