sábado, 8 de septiembre de 2012

Olaza de calor Cap. 6

Cap. VI En mi casa hago lo que quiero, o lo intento
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Como si de una llave de judo se tratara, John giró hasta colocarse encima, sobre el pecho del moreno, sonriendo pícaramente ante sus gemidos de placer. De repente, su estómago sonó estruendosamente, lo que provocó que Sherlock soltara una carcajada.
- ¿Tienes hambre? - preguntó al mayor con una sonrisa aún en su rostro. - Mi cuerpo está enseñado para comportarse...
Un sonido aún más estruendoso sonó esta vez desde el estómago del moreno.
- ¿Decías? - dijo John con burla.
- Un té solo con dos azucarillos, gracias.
- ¡Qué cara tienes! - respondió mientras buscaba sus calzoncillos. Al contrario que a su compañero, a él no le gustaba pasearse desnudo por la casa.
- Te invito a desayunar – siguió diciendo, levantándose hacia la ventana. Estaba de buen humor, debido al mismo hombre que también parecía empeñarse en que no lo estuviera.
Pero cuando abrió la ventana de su habitación, una bofetada de calor le golpeó con fuerza.
- ¿Pero esto no duraba dos días? - gritó exasperado hacia la calle, haciendo ladrar a un perro que pasaba por allí. Cerró la ventana con resignación y volvió hasta la cama.
- ¡No hace falta que te levantes, sigue haciendo calorrrrr! - dijo dejándose caer en ella boca arriba, cerrando los ojos, haciendo que el mayor retrocediera sus pies instintivamente. Pero enseguida los volvió a dejar caer, sin importarle que la cara de John estuviera debajo.
- ¡Quita, quita de encima! - dijo éste intentando zafarse de las piernas.
- ¡Hazme un té! – respondió el más alto, levantando las piernas y liberando por fin a John.
- ¡Voooy! - masculló levantándose y dirigiéndose a la cocina. Estaba acostumbrado ya... a Sherlock.
Se puso su bata encima, por si se cruzaba con la señora Hudson por el camino. No era plan que lo viera en calzoncillos. Pero no la vio por ningún lado.
Cuando el té estuvo listo, volvió con las dos tazas, encontrándose a Sherlock lo que parecía dormido en el centro de la cama, estirado a más no poder, ocupándola por completo. Al verlo, John sintió que tenía demasiado calor para beberse el té, y para tener bata. Y mucho sueño. Al final no había dormido nada desde que se despertó sobre Sherlock. Sonrió al recordarlo, y el susto que se llevó, lo que le hizo desear sentir de nuevo el cuerpo del moreno bajo el suyo.
Decidió pues quitarse la calurosa bata y acurrucarse a su lado, con la cabeza y los brazos sobre el abdomen de su compañero. Ahora mismo agradecía ser más pequeño que Sherlock.
Las vistas no podían ser mejores... el pene de Sherlock. John estaba encantado con lo que veía, tanto que tuvo que taparle con la sábana hasta la cintura para poder controlar su propia erección. Y ya de paso se tapó él, acercándose aún más, aunque físicamente era imposible. Volteó la cara hacia la de Sherlock, - tan dulce se ve así… calladito - y así se quedó dormido. Pero no le duró mucho el sueño...
- ¡Sherlock! - gritó la señora Hudson desde el piso de abajo.
- ¡John! - volvió a gritar.
- ¡Han traído un paquete para vosotros! - seguía gritando.
Tales eran las voces que despertaron al mayor, aunque el menor parecía no inmutarse.
- ¡Por qué chillará tanto! ¡Si no bajamos será porque no podemos! ¡Qué estrés! - pensó John, negándose a abrir los ojos. También pensó que la casera podría subir y verles como estaban, juntos, sin ropa y bajo las sábanas, pero aun así no se movió. - Estaba en su habitación y podía hacer lo que quisiera... - comenzó a pensar, cuando la puerta se abrió sin llamar.
- No quiero molestar...- dijo la señora Hudson atravesando el umbral.
- Pero sí cotillear, que ni a la puerta toca... - pensaba John.
- Oh, perdonad. No quería interrumpir. Ha venido esta caja para vosotros. Aquí os la dejo. Ya os dejo... - dijo saliendo y cerrando la puerta tras ella.
- Pues para no querer interrumpir bien que entra sin llamar - volvió a pensar John. La señora Hudson era adorable... pero terriblemente cotilla, sobre todo con la señora Turner.
- Yo creo que hay algo entre ellas - pensó fugazmente.- ¡Oh, no! ¡Me estoy convirtiendo en un cotilla! - rio casi para sí, abriendo los ojos.
- Creí que no se iría nunca - dijo Sherlock incorporándose con los suyos bien abiertos y dirigiéndose sin demora hacia la caja nueva, haciendo que John cayera sin remedio sobre la cama, al quitarse de debajo.

- Más cuidado - dijo frotándose un poco la cabeza. - ¡Creí que estabas dormido! - dijo volviéndose hacia el moreno, que desembalaba la caja concentrado.

- Sólo descansaba los ojos – dijo forcejeando con el celo.

- ¿Qué has comprado esta vez? ¿Un corazón humano? - preguntó John enarcando una ceja.
- ¿Para qué querría uno? Ya he encontrado el mío - . Sherlock dirigió sus ojos hacia la cama al decir esto.
Y a John se le iluminó tanto la cara en ese momento que si hubiera sido de noche habría iluminado todo Londres.

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