Como si de una
llave de judo se tratara, John giró hasta colocarse encima, sobre el pecho del
moreno, sonriendo pícaramente ante sus gemidos de placer. De repente, su estómago
sonó estruendosamente, lo que provocó que Sherlock soltara una carcajada.
- ¿Tienes
hambre? - preguntó al mayor con una sonrisa aún en su rostro. - Mi cuerpo está
enseñado para comportarse...
Un sonido aún
más estruendoso sonó esta vez desde el estómago del moreno.
- ¿Decías? -
dijo John con burla.
- Un té solo
con dos azucarillos, gracias.
- ¡Qué cara
tienes! - respondió mientras buscaba sus calzoncillos. Al contrario que a su
compañero, a él no le gustaba pasearse desnudo por la casa.
- Te invito a
desayunar – siguió diciendo, levantándose hacia la ventana. Estaba de buen
humor, debido al mismo hombre que también parecía empeñarse en que no lo
estuviera.
Pero cuando
abrió la ventana de su habitación, una bofetada de calor le golpeó con fuerza.
- ¿Pero esto
no duraba dos días? - gritó exasperado hacia la calle, haciendo ladrar a un
perro que pasaba por allí. Cerró la ventana con resignación y volvió hasta la
cama.
- ¡No hace
falta que te levantes, sigue haciendo calorrrrr! - dijo dejándose caer en ella
boca arriba, cerrando los ojos, haciendo que el mayor retrocediera sus pies
instintivamente. Pero enseguida los volvió a dejar caer, sin importarle que la
cara de John estuviera debajo.
- ¡Quita,
quita de encima! - dijo éste intentando zafarse de las piernas.
- ¡Hazme un
té! – respondió el más alto, levantando las piernas y liberando por fin a John.
- ¡Voooy! - masculló
levantándose y dirigiéndose a la cocina. Estaba acostumbrado ya... a Sherlock.
Se puso su
bata encima, por si se cruzaba con la señora Hudson por el camino. No era plan
que lo viera en calzoncillos. Pero no la vio por ningún lado.
Cuando el té
estuvo listo, volvió con las dos tazas, encontrándose a Sherlock lo que parecía
dormido en el centro de la cama, estirado a más no poder, ocupándola por
completo. Al verlo, John sintió que tenía demasiado calor para beberse el té, y
para tener bata. Y mucho sueño. Al final no había dormido nada desde que se
despertó sobre Sherlock. Sonrió al recordarlo, y el susto que se llevó, lo que
le hizo desear sentir de nuevo el cuerpo del moreno bajo el suyo.
Decidió pues
quitarse la calurosa bata y acurrucarse a su lado, con la cabeza y los brazos sobre
el abdomen de su compañero. Ahora mismo agradecía ser más pequeño que Sherlock.
Las vistas no
podían ser mejores... el pene de Sherlock. John estaba encantado con lo que
veía, tanto que tuvo que taparle con la sábana hasta la cintura para poder
controlar su propia erección. Y ya de paso se tapó él, acercándose aún más,
aunque físicamente era imposible. Volteó la cara hacia la de Sherlock, - tan dulce se ve así… calladito - y así
se quedó dormido. Pero no le duró mucho el sueño...
- ¡Sherlock! -
gritó la señora Hudson desde el piso de abajo.
- ¡John! -
volvió a gritar.
- ¡Han traído
un paquete para vosotros! - seguía gritando.
Tales eran las
voces que despertaron al mayor, aunque el menor parecía no inmutarse.
- ¡Por qué
chillará tanto! ¡Si no bajamos será porque no podemos! ¡Qué estrés! - pensó
John, negándose a abrir los ojos. También pensó que la casera podría subir y
verles como estaban, juntos, sin ropa y bajo las sábanas, pero aun así no se
movió. - Estaba en su habitación y podía hacer lo que quisiera... - comenzó a
pensar, cuando la puerta se abrió sin llamar.
- No quiero
molestar...- dijo la señora Hudson atravesando el umbral.
- Pero sí
cotillear, que ni a la puerta toca... - pensaba John.
- Oh,
perdonad. No quería interrumpir. Ha venido esta caja para vosotros. Aquí os la
dejo. Ya os dejo... - dijo saliendo y cerrando la puerta tras ella.
- Pues para no
querer interrumpir bien que entra sin llamar - volvió a pensar John. La señora
Hudson era adorable... pero terriblemente cotilla, sobre todo con la señora
Turner.
- Yo creo que
hay algo entre ellas - pensó fugazmente.- ¡Oh, no! ¡Me estoy convirtiendo en un
cotilla! - rio casi para sí, abriendo los ojos.
- Creí que no
se iría nunca - dijo Sherlock incorporándose con los suyos bien abiertos y
dirigiéndose sin demora hacia la caja nueva, haciendo que John cayera sin
remedio sobre la cama, al quitarse de debajo.
- Más cuidado
- dijo frotándose un poco la cabeza. - ¡Creí que estabas dormido! - dijo volviéndose
hacia el moreno, que desembalaba la caja concentrado.
- Sólo
descansaba los ojos – dijo forcejeando con el celo.
- ¿Qué has
comprado esta vez? ¿Un corazón humano? - preguntó John enarcando una ceja.
- ¿Para qué
querría uno? Ya he encontrado el mío - . Sherlock dirigió sus ojos hacia la
cama al decir esto.
Y a John se le
iluminó tanto la cara en ese momento que si hubiera sido de noche habría
iluminado todo Londres.
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